A lo largo de la historia de la humanidad la guerra ha tenido un papel crucial en la mayoría de las naciones, empujando a los individuos a unirse para combatir contra otros, dejando un balance calamitoso de miles, incluso de millones de muertos -como en las guerras mundiales- viudas, huérfanos, ciudades arrasadas. Las guerras siempre dejan tristeza y dolor. Guerras contra un enemigo político, guerras de religión, guerras de “conquista”, guerras de independencia, guerras revolucionarias.
Pero frente al espíritu guerrerista también se han levantado voces que, en nombre de la libertad de conciencia, rechazan la guerra con sus escritos, sus proclamas, sus manifestaciones en la calle. Miles se han rehusado, individual o colectivamente, en contra de las normas y leyes establecidas que ordenan al ciudadano prestar el servicio militar para ir a combatir.
La objeción de conciencia es de larga data, pero ha querido ser silenciada. Curiosamente, el civismo, que se basa en la tolerancia y el respeto al otro, puede llegar a ser considerado una sumisión vergonzosa por aquellos Estados o grupos de interés que buscan imponer su ambición guerrerista.
Hay objeción de conciencia cuando las personas se niegan a cumplir actos requeridos por la autoridad, que van en contra de convicciones religiosas, filosóficas, políticas o ideológicas.
Según los registros históricos, en la Antigua Roma, en el siglo III D. C., Maximiliano de Tébessa murió decapitado por negarse a servir al Ejército romano en sus guerras de conquista. Tébessa era una de las ciudades argelinas ocupadas por ese Imperio. Maximiliano era cristiano y esa condición lo motivó para objetar su participación en la carrera militar. Poco después fue declarado mártir por la Iglesia. Más tarde, en la Edad Media, cuando ocurrieron las Cruzadas, llevadas a cabo por la misma Iglesia, muchas sectas religiosas consideradas heréticas, como los cátaros, también se negaron a combatir. La ola se extendió y con un crecimiento del pluralismo religioso, en el Renacimiento, con la Reforma protestante varios grupos como los menonitas, los testigos de Jehovah, los adventistas y los cuáqueros se opusieron a prestar el servicio militar.
El desarrollo del pensamiento antiguerra avanzó con la Ilustración; en la segunda mitad del siglo XIX. También con el desarrollo y el crecimiento de la clase obrera surgió la consigna del internacionalismo: la unión de todos los pobres del mundo, para rechazar las guerras, pero no tuvo la acogida esperada, incluso entre los marxistas de la época no hubo acuerdo y el patriotismo triunfó sobre la solidaridad.
En las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) hubo miles de objetores. Y en la post guerra, cuando se gestaron los procesos de Independencia de las colonias del primer mundo, por ejemplo Vietnam y Argelia, multitudes de jóvenes optaron por ser objetores de conciencia. Martin Luther King fue una de las voces notables que los llamó a rebelarse contra la guerra. Entre tanto, en Francia renombrados intelectuales, filósofos, novelistas y artistas lanzaron el Manifiesto de los 121 contra la guerra de Argelia y los métodos usados por las fuerzas de ocupación francesas, especialmente la tortura.
Por su parte, en la India, Gandhi basó su lucha en la no violencia, siendo un importante referente para que el pacifismo y el antimilitarismo tuvieran cada vez más adeptos alrededor del mundo.
A pesar de todas estas y muchas más expresiones, muchos Estados se resisten a aceptar esta libertad de conciencia. Hasta la década de los años ochenta la objeción de conciencia se castigó con cárcel. Hoy en varios estados existe la posibilidad de cumplir un servicio de carácter civil. Por otra parte, la objeción de conciencia ha abierto su abanico y se enmarca en discusiones profundas que la sociedad sigue sosteniendo. Se apela a la objeción en otras circunstancias: médicos que se niegan a practicar el aborto, notarios que no aceptan casar a parejas del mismo sexo y ciudadanos que se niegan a pagar impuestos para la guerra.
En Colombia la objeción de conciencia es reconocida como desarrollo del artículo 18 de la Constitución de 1991: “Se garantiza la libertad de conciencia. Nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas ni obligado a actuar contra su conciencia”.
En el año 2000, la ONU pidió a los Estados del mundo reconocer la objeción de conciencia, pero todavía hay países que no lo hacen. La guerra todavía goza de reconocimiento. Cada día se reitera lo dicho por el escritor Paul Valéry: “La guerra, una masacre de gentes que no se conocen en provecho de gentes que se conocen pero no se masacran”.