Marta Hinestroza, es hoy un símbolo de resiliencia y del folclor colombiano en Inglaterra. Al son de bullerengue, Marta superó las cicatrices que le dejó el conflicto armado y ahora ayuda a otros sobrevivientes de la guerra y exiliados a encontrar en el arte, un refugio. Su anhelo es una implementación eficaz de los acuerdos de paz en Colombia.
Marta llegó buscando refugio en Londres durante el invierno de 2002, con un panorama desolador, sin saber inglés, con su hija y huyendo de las amenazas de muerte que grupos paramilitares habían hecho en contra suya:
“Con el dolor del alma sin tener tiempo de organizar nada, ante las súplicas de mi madre, por más que lo quería a uno, dijo que preferiblemente vivo fuera de Colombia pero no muerto allá”
Marta Hinestroza es abogada y víctima del conflicto armado, exiliada por hechos violentos que tuvieron lugar desde finales de los 90 hasta comienzos de siglo. Su voz tranquila y conciliadora esconde los horrores de haber sido perseguida por sicarios y de haber perdido de manera trágica a un familiar. Martha recuerda, que en julio de 1996, cuando ejercía como personera en el municipio de Zaragoza, Antioquia, un familiar suyo fue asesinado en presencia de su hija y de su hermano. Presenciar un asesinato, dejó por su puesto, una huella inmborrable en la memoria de sus familiares.
A pesar de los hechos violentos que vivió siendo funcionaria pública, Marta no se detuvo ante el temor y presiones de los grupos armados y siguió trabajando para apoyar a campesinos que denunciaban cómo sus derechos estaban siendo vulnerados. durante la construcción del Oleoducto Colombia en Zaragoza, construcción que además, según explicó, dejó graves perjuicios ecológicos. Marta contó que durante este proceso vio cómo las vidas de muchos campesinos fueron destruidas precisamente porque las fuentes hídricas fueron afectadas, con graves consecuencias para el desarrollo de sus actividades económicas como la agricultura.
El ímpetu por ayudar a los campesinos llevó a Marta a confrontar grandes intereses económicos y políticos de gremios y empresarios poderosos en la región. Por lo mismo, grupos paramilitares la categorizaron como defensora de guerrilleros y no de campesinos, eso tampoco la detuvo: “Me movía ese dolor de mirar a los ojos a los campesinos con total desesperanza y que nadie quería llevar un tipo de procesos de estos en una zonas tan complejas de orden público, el temor, el miedo no lo inmoviliza a uno”, dijo.
Las amenazas de los grupos paramilitares desembocaron en angustia constante, intimidación, además del recelo de los consejos de su madre que le insistía que se fuera antes de que fuera muy tarde para ella. Llegó la ocasión en que incluso fue perseguida por sicarios.
Finalmente, en 2002, se vio obligada, con mucho dolor y desazón, a exiliarse en Inglaterra para proteger su vida y la de su hija. Esto le implicó llevarse de Colombia lo mínimo y llegar a una cultura diferente para encontrar tranquilidad.
Marta lleva casi veinte años viviendo en Inglaterra en donde ha logrado hacer una nueva vida. Allí, ha formado con otros colombianos exiliados grupos de apoyo para fomentar la paz y la cultura de nuestro país. Es cofundadora de Recipaz, la Mesa Étnica Internacional de Refugiados y Exiliados para la Concertación e Implementación de la Paz en Colombia, en donde con un grupo de cumbia promueven la cultura colombiana.
Es también integrante de Mujer Diáspora, una de las múltiples iniciativas que han desarrollado las mujeres en el exilio para hacerse visibles tanto en Colombia como en sus países de acogida.
Formar parte de estos grupos le permiten a Marta transmitir lo que se llevó de su país al exilio, sin jamás llegar a olvidar lo que dejó acá: “Te quedas con el corazón en dos, o sea, tienes mitad de corazón en tu país de acogida y mitad de corazón en Colombia. Yo estoy pendiente de las noticias de Colombia de lo que está pasando, yo trabajo con comunidad latina acá especialmente con colombianos, trabajo en un mercado donde todos los días es el sabor los olores de Colombia porque tengo muy arraigado lo que fue el territorio para mi”.
Al hablar sobre los Acuerdos de Paz que cumplen cinco años, Marta mencionó como ella y muchos compatriotas exiliados por la violencia vieron su firma como una luz al final del túnel: “Lo recibimos como que, por fin, el fin del conflicto armado y por fin puede vivir tranquilo el campesino, los afrocolombianos y los indígenas en su tierra”. Por eso a Marta le duele ver que tras cinco años, no se ha avanzado tanto como se esperaría: “hemos visto con el paso del tiempo que ha faltado una voluntad política del gobierno para implementar los acuerdos” aseguró.
Según la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados -ACNUR- cerca de 413.325 colombianos se encuentran en el exilio por algún hecho violento. Muchos han emigrado para sobrevivir y en la huida se llevaron la memoria del país que aman para reconstruirlo a pedazos en el extranjero y algún día poder regresar. Memoria que transmiten a través de la cultura, como Marta, “para mantener esa conexión con Colombia siempre viva”, en donde la cumbia, por ejemplo, “es una música de resistencia que ayuda a sobreponerse ante el dolor, que ayuda a rescatarnos de las cenizas para seguir viviendo”.
Por lo mismo, la labor que hacen Marta y los grupos a los que pertenece, cobra un valor simbólico de resiliencia y construcción de paz desde el exterior: Marta y las víctimas del conflicto con quienes trabaja añoran regresar a Colombia, y aunque la vida y el exilio les ha cambiado un sueño sigue inalterable, ver a Colombia en paz.