Por: Olga Viviana Guerrero
Alejandra Téllez se llamaba Blanca Nidia Gómez cuando se encontró unas mujeres armadas en un retén. Eran combatientes de las Farc y ella, que tenía 13 años y una rabia enorme, tomó la decisión de acompañarlas. Cuenta que le habría dado igual unirse a cualquier grupo armado porque en la vereda El Carrizal, del municipio de Santiago, Putumayo, donde vivía, los niños solo tenían una opción de vida: la guerra.
Su madre fue a reclamarla, pero ella no quiso volver. En cambio, fue llevada a las profundidades de los llanos del Yarí, en Meta, a una escuela especial para la formación de menores de edad, donde recuerda título por título, autor por autor, los libros que había en la biblioteca construida de madera y techo de zinc: Marx, Lenin, la Constitución de Colombia, Así se templó el acero, el reglamento de las Farc-EP y unos libros de Alfredo Molano.
Las Farc se convirtieron en su familia. En la selva creció, aprendió que las mujeres son iguales a los hombres y también descubrió su voz. Alejandra heredó la vena musical de su abuelo y sus tíos, a quienes aún recuerda rasgando tiples y guitarras en las fiestas familiares. Tenía cuatro años cuando cantó por primera vez una canción: ‘Clavelitos de Amor’, lo hizo a dúo con uno de sus dos hermanos y para su madre.
Años después, le dio por cantar coplas en las reuniones culturales de las Farc, donde sus compañeros le reconocían su bonita voz. Así que decidió unirse a Rebeldes del Sur, el grupo musical del movimiento guerrillero. Con Camilo Vargas, el fundador, aprendió a escribir canciones, a hacerle caso a la inspiración y a cantarle a la paz para difundir su mensaje.
Alejandra es parte del grupo de 13 mil militantes de las Farc que entregaron sus armas hace tres años. De ellos, el 25% son mujeres que llegaron a reconciliarse con la vida civil, en un proceso diferenciado al de los hombres, gracias a que el Acuerdo de Paz reconoce, en su punto 3.2, que la implementación debe ejecutarse con enfoque de género, aceptando que la guerra golpea de manera diferente a las mujeres que a los hombres.
En su proceso de reincorporación, Alejandra intenta entender los avatares de la vida en la ciudad, el sistema económico, las relaciones humanas. Ha querido abrirse camino en el mundo de la música, y aunque ha cantado en varios conciertos y sus canciones suenan en las plataformas digitales, no le ha resultado fácil vivir del arte.
Fue gerente de Comunarte, la cooperativa que reúne excombatientes alrededor de temas culturales, pero tuvo que renunciar para dedicarse a ser escolta. Además, Alejandra decidió tener un hijo y construir un hogar con su compañero de vida. No cree en el matrimonio, pero sí en el amor, en la familia y en los compromisos que se van adquiriendo cuando se comparte el camino.
En su casa, obviamente, ninguno lleva las riendas: los oficios se hacen por turnos y los gastos se reparten. En sus ratos libres, que son pocos últimamente, se dedica a escribir un libro con las historias de amor de las mujeres en las Farc, empezando por la suya, en la que reconoce que extraña el aire puro del campo y a sus compañeros de filas, pero no la guerra.
Su consejo final para las mujeres que la siguen y la oyen parece sacado de una de sus canciones: “Luchemos por lo que soñamos y dejemos que nuestras alas se abran para echarnos a volar”. Alejandra Téllez es la protagonista del tercer episodio del podcast ‘Mujeres de paz’, que podrán escuchar a partir del próximo miércoles 21 de octubre.