“Para mí ha sido una bendición. Es un deleite trabajar con niños pequeños, saber que llegan sin tener la experiencia de poner un lápiz en su mano, y de la noche a la mañana ver que van avanzando, es un logro inmenso, una alegría que no se describe con palabras”, asegura la profesora María Mieles, una barranquillera de 56 años, que se dedica a la enseñanza desde hace 22.
Ella llegó a San Andrés en 1993, inicialmente se dedicó a trabajar en almacenes, hasta que, en el año 2000, tuvo la oportunidad de ingresar como docente al colegio Nuevos Horizontes.
“Cuando empecé acá, había una estudiante que tenía un problema cognitivo. Una vez le comenté a sus padres, les dije que había que trabajar en casa con la niña y prestarle mayor atención, ellos me dijeron que yo no sabía nada y decidieron llevársela, lloré, les dije que no se fueran con ella”, recuerda la maestra.
Luego de tres años, María se reencontró con los padres de la estudiante, quienes admitieron que ella tenía la razón respecto a su hija. Hoy su antigua alumna ya tiene 16 años.
“Hace dos meses caminaba con mi familia, cuando sentí que alguien me abrazó fuerte por detrás, al darme la vuelta, era esa alumna a quien enseñé desde los tres años. Su madre me dijo, profe, ella no se olvida de ti y la niña me decía: ‘María te quiero mucho’”, relata la barranquillera.
Luego de esta y otras tantas experiencias acumuladas, la docente tuvo la oportunidad de enseñar en otras instituciones educativas de la isla, hasta que llegó la pandemia. “De las 14 profesoras que en ese momento laborábamos en el colegio, retiraron a siete, incluyéndome, entonces me quedé en casa ayudando a mis hijas con sus estudios, ya que se hacía de manera virtual”, cuenta María.
Durante ese tiempo, la profesora Mieles comenzó a hacer refuerzos con algunos estudiantes, por petición de sus padres. Inició con dos niños, hasta llegar a contar con 12 estudiantes, con quienes trabajaba en jornadas de mañana y tarde. Los pequeños, a quienes les enseñaba español, matemáticas y escritura, tenían entre 5 y 10 años de edad.
“En ese tiempo, fue difícil en un principio para ellos y para mí la cuestión del tapabocas. Les decía, vamos a lavarnos las manitos, a dejar los zapaticos aquí y nos ponemos otro; debían traer zapatos adicionales para que ingresaran a la casa y un vaso para cada uno”, relata.
Aunque no con la misma afluencia de niños, actualmente María está dedicada de lleno a enseñar a los pequeños desde su casa. Asegura, que prefiere trabajar de esta manera, pues así le puede hacer un seguimiento a cada alumno y conocer sus necesidades.
Tanto es así, que cuando los padres no tienen dinero para pagar la mensualidad de sus hijos, ella espera pacientemente hasta que lo puedan hacer, o cuando los niños no tienen para su lonchera, ella les comparte lo que tiene en casa.
María Mieles vive enamorada de lo que hace, y aunque suele llamar la atención a sus alumnos cuando es necesario, ellos reconocen el amor que hay detrás de sus palabras.
“Cuando llegan a mi casa, uno me toma por la izquierda y otro por la derecha y me abrazan, y el señor del transporte me dice, usted los regaña, pero ellos la quieren, cuando van en el vehículo exclaman: -¡voy a ver a mi profe María! Los lunes llegan así, y como trabajo con ellos hasta el jueves, dicen, profe tú nos haces falta el viernes, y yo les pregunto: -¿para que los regañe? Y ellos me responden: -no, para verte”, señala María, mientras se dibuja una sonrisa en sus labios.