'Crónicas del paraíso', el conflicto armado contado por la periodista Patricia Nieto
Escuchar a Patricia Nieto hablar sobre el conflicto armado en Colombia es como adentrarse a un lugar en el que constantemente se hace memoria, en el que retumban todo el tiempo preguntas, muchas aún sin responder; y en el que aparecen tantos personajes que forman parte de la historia del país. La periodista y cronista de Sonsón (Antioquia), que se refiere con voz pausada a las distintas incursiones de los grupos armados ilegales, o a las masacres que han ocupado las portadas de los diarios del país, presenta su más reciente libro: 'Crónicas del Paraíso', este jueves 24 de febrero, a partir de las 7:30 de la noche, en el café Otraparte de Medellín.
Ella, que también es maestra en la Universidad de Antioquia, dice que la mayoría de gente con la que ha hablado sobre la violencia, coincide en que ha perdido el paraíso. Y entiéndase este como la parcela en donde alguien iba cada diciembre a visitar a su familia, o ese territorio ancestral de las comunidades indígenas que se desplazaron a las ciudades. “En Colombia todos hemos perdido un paraíso real o imaginario por culpa de la guerra”, afirma.
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Patricia Nieto ha sido merecedora de varios reconocimientos por los libros e investigaciones que ha publicado. En 2012, por ejemplo, el Círculo de Periodistas de Bogotá le otorgó el premio al mejor libro de periodismo por 'Los escogidos', una obra que cuenta sobre los cuerpos sin nombre que bajaban por el río Magdalena y se enganchaban en las redes de los pescadores, restos que luego eran sepultados por habitantes del municipio de Puerto Berrío.
La periodista, que también dirige el proyecto ‘Hacemos memoria’ de la Universidad de Antioquia, no solo ha escrito sobre la violencia, también se ha ideado estrategias de cuidado para que las mismas víctimas del conflicto cuenten lo que les pasó. Entre 2005 y 2009, creó un taller de escritura autobiográfica en el que durante tres años más de 40 personas que se desplazaron a Medellín, escribieron parte de lo que vivieron antes de llegar a esta región.
¿De qué trata 'Crónicas del paraíso'?
Son crónicas que van desde un poco antes del 2000 hasta el año pasado. Es una selección que Juan David Correa (periodista y editor bogotano) hizo y me propuso, y pues lo conversamos y se definieron esos textos. El primer capítulo es un libro que se llama 'Llanto en el paraíso'; es un libro que publiqué en 2009, pero era una serie de crónicas que habían sido escritas a comienzos de la década, y que no habían tenido oportunidad de ser publicadas.
Luego en el segundo capítulo se encuentra 'Los Escogidos', otro libro completo. Ese es un libro hecho como entre 2007 y 2012, es un libro hecho de a poco sobre la adopción de los espíritus en Puerto Berrío. Luego vienen otros dos capítulos, uno de ellos es una recopilación de crónicas y reportajes publicados en diferentes medios, y el último capítulo es una recopilación de textos cortos que podríamos llamar columnas, pero que son realmente crónicas cortas de una cuartilla y media, que corresponden a los últimos años del conflicto.
De esos textos, ¿cuál ha sido el más complicado de escribir?
Hay una historia que digamos que fue complicada en la reportería y complicada en la escritura, se llama 'La pasión de Caicedo'. Caicedo es un municipio pequeño que queda en el occidente de Antioquia, donde hubo actuación de diferentes grupos armados; y uno de esos grupos, las Farc, protagonizó una toma guerrillera al pueblo, y en el desarrollo de esa toma, le pusieron dinamita a la iglesia y la volaron. Yo creo que pudo ser una de las primeras Iglesias que fue motivo de ataque. Eso fue en el 97, entonces mi pregunta era: cómo podía un pueblo católico como los nuestros, vivir y celebrar una Semana Santa sin iglesia. Es que la iglesia la tumbaron el año anterior, al final del año, y muy pronto empezaron a anunciar que pese a eso iba haber Semana Santa, y yo que soy de un pueblo donde la Semana Santa es una escenificación tan importante, yo pensaba: Y eso, cómo será.
Entonces el reto de reportería era hacerlo cuando todavía el pueblo estaba rodeado de soldados, con las ruinas de la iglesia y con una gran desconfianza por parte de la gente y de la fuerza pública. Era una época en la que el periodismo independiente no se entendía, todavía no se entiende. Si vos no llevabas un logo que dijera Teleantioquia, o El Tiempo o revista Semana, la gente no entendía que podía haber un periodismo que no fuera ese; entonces era un ejercicio libre que en zonas en guerra que no se comprendía. Había sobre nosotros una gran desconfianza, se preguntaban quiénes éramos, cómo así que periodistas; decían que estábamos disfrazados…
Estuvimos como tres o cuatro días en las procesiones entrevistando a la gente, y el viernes santo, en pleno viacrucis, la señora de la tienda, la que nos vendía el café, nos dijo: “Muchachos, ¡váyanse ya! Aquí vienen a preguntar por ustedes, están diciendo que ustedes son de las Farc”. Entonces inmediatamente la procesión pasó y liberaron la calle, nosotros empacamos todo y salimos de ese lugar…
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Al otro día nos presentamos a la Cuarta Brigada a decir: Mire, nos pasó esto; y ahí nos explicaron que era una zona muy difícil, que los soldados estaban nerviosos, que todo personaje como nosotros era sospechoso. Eso fue una situación incómoda, y luego escribirlo, porque la reportería no se terminó, fue muy pesado, porque en cada frase que vos estás poniendo, te estás preguntando si eso le puede dar a entender a un militar algo que confirme lo que él está sospechando. Era un momento muy difícil para hacer un periodismo por fuera de los medios.
¿Por qué dedicarse a contar historias del conflicto armado?
Yo creo que la generación en la que yo me formé tiene como un bautizo de fuego, es decir, como una marca de nacimiento en el periodismo. Yo estudié en la segunda parte de los 80 en la universidad, y en el 85 se reconoció la existencia de las Autodefensas Unidas de Colombia… Era como el posicionamiento del paramilitarismo en las ciudades… Teníamos 17 o 18 años, éramos estudiantes universitarios, y teníamos la realidad de una universidad asediada por el paramilitarismo y por el Ejército, y una ciudad que era el escenario de una guerra contra los mafiosos.
No había en ese momento mayor opción. Entrar a hacer periodismo en aquel entonces, era llegar a orden público, no llegás a ciencia. Cuando la ciudad está en ese desangre, la información de primera mano es la de orden público, y allí llegamos todos. Eso marcó la posterior decisión de trabajar en estos temas.
¿Cuándo y por qué tomaste esa decisión?
Yo siempre tuve la tendencia a ese tipo de temas. Ya yo me había salido de El Mundo, había pasado por la revista La hoja de Medellín, y estaba en la universidad haciendo la maestría, y en ese momento ocurrió la tragedia de Machuca, que fue que el Eln dinamitó el oleoducto y ese atentado rompió el gasoducto; los dos explotaron y eso generó un incendio y mató a más de 80 personas en 1998.
Yo estaba haciendo la maestría en ciencias políticas, no estaba en ningún medio, y dije: bueno, me voy a Machuca a ver si puedo escribir algo y lo publican en alguna parte. Por supuesto yo me fui con mi dinero, a mi tiempo. Era en avioneta a Remedios, de allí al municipio de Segovia en un carro, y luego de Segovia al corregimiento en moto, me eché por ahí tres horas. Yo llegué como cuatro días después de que ocurriera la explosión, por supuesto ya había Cruz Roja, Ejército, y los periodistas ya estaban saliendo.
Me quedé una semana; me tocó dormir en la iglesia y en la escuela donde estaba el albergue. Entrevisté a muchas personas, y cuando volví a mi casa, pensé: bueno, si esta historia sale en 15 o 20 días, está bien.
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Empecé a trabajar, comencé a escuchar las grabaciones y empecé a reflexionar sobre la comprensión que las personas tenían de lo que me estaban contando, es decir, por la manera como ellos contaban, por la forma como lo decían y por lo que decían, yo dije: esta gente está en shock, está en un estado de pánico extremo, no saben lo que están diciendo; y yo había podido utilizarlo y hacer un texto súper escandaloso, porque decían que era el diablo; de hecho la prensa publicó titulares de ese tipo; que el incendio era una bola de fuego y que la bola de fuego era el infierno, y que una señora había soñado días antes que el diablo iba a venir en forma de fuego. En las entrevistas había muchas alusiones, y en los días que yo estuve allá, todo fue muy impresionante.
Yo creo que en esos estados de pánico hay una suspensión de los recuerdos. Entonces yo no pude escribir nunca lo que ocurrió. Todo está en unas carpetas. Esa historia no la he escrito, y yo he vuelto a Machuca a hacer otras cosas. Yo no fui capaz de escribir, tenía el olor como pegado, pero veía los de El Espectador y El Colombiano, escriban y escriban durante un mes más. Yo decía: '¡cómo hacen!' Después me puse a pensar: será que me quedé muda. Pero también todas las dudas éticas y metodológicas, eso cómo se hace, lo estamos haciendo mal; yo no me siento bien haciéndolo como lo hicieron mis colegas…
Cuando empecé a sentir que no era capaz, era como una gran derrota profesional. Sentía que era tan importante poderlo hacer, pero cómo. Cómo contar Machuca o El Salado, es deber del periodismo hacerlo, pero como lo estamos haciendo, no; o yo no quiero estar en ese proceso. Fue como una manera de parar y pensar… Y de decidir que quería seguir contando estas historias, aunque de otra forma. Tengo tantas sin escribir, que podría publicar un libro con lo que no he escrito.
En 30 años contando el conflicto armado, ¿qué ha cambiado en tí?
Yo creo que hay cambios importantes. Un cambio es que no me preocupa por dónde van los otros. Cuando uno es reportero y está empezando, a uno le preocupa mucho qué escribió el otro. A mí eso ya no me importa, yo voy a ir y voy a entrevistar a quienes me dé la gana, a quien tenga la gentileza de hablar conmigo, pero no me preocupa si ya lo han entrevistado cinco veces y yo soy la sexta. Las historias son de todos. Me veo más calmada.
¿Qué crees que le haría bien al periodismo que cuenta las historias del conflicto, que hace memoria?
Pienso que al relato del conflicto armado le habría hecho bien y le haría muy bien todavía, una mirada femenina y feminista. Y eso no quiere decir hecho por mujeres, yo no estoy diciendo que solo las mujeres saben contar el dolor. Hay hombres reporteros que hacen un trabajo maravilloso, pero creo que nos haría mucho bien una reportería del cuidado, con el cuidado como eje, con la compasión como valor, con la incorporación de no hacer daño. Si mi historia hace daño, no va; si la historia me hace daño a mí, tampoco va; si la historia le hace daño a mi personaje, no la hago; si la historia le hace daño al pueblo, no puede ir... Eso no quiere decir tapar delitos o contribuir a la impunidad obviando acontecimientos.