La terapia ecuestre busca rehabilitar a personas con problemas físicos, neurológicos, conductuales o funcionales de quienes tienen una discapacidad física o mental.
“Soñamos con crear un espacio donde niños, jóvenes y sus familias pudieran conocer al caballo desde tres conceptos: qué es un caballo, cómo vive un caballo y cómo nos relacionamos con él”. Notablemente emocionada, Luisa Fernanda Arbeláez habla de aquello que constituye su mundo todo: Mundo Equinos.
En una pequeña colina del municipio de Copacabana, en Antioquia, un establo resguarda del frío a los 17 caballos de Mundo Equinos. Hasta allí llegan, semanalmente, decenas de entusiastas y pacientes con diversas enfermedades, discapacidades y trastornos cognitivos, físicos, emocionales y sociales, porque encontraron en los caballos una forma distinta de enfrentar los siempre inesperados avatares de la vida.
“Los pacientes que nunca han estado cerca de un caballo, llegan por primera vez y suceden muchas cosas. Por ejemplo, sienten asombro y temor. En los primeros acercamientos, lo hacen con miedo, pero ese miedo se transforma en una confianza absoluta y empiezan a recibir toda la energía de calma y seguridad que representa el caballo”, cuenta Luisa.
A este tipo de terapia, misma que siempre va acompañada de profesionales en diferentes áreas, se le ha dado el nombre de equinoterapia o terapia ecuestre. Hoy, la literatura científica resalta, especialmente, tres factores positivos de la misma: la transmisión del patrón de locomoción tridimensional (simulando, a la hora de cabalgar, el movimiento que hace cinturón pélvico cuando alguien camina), el efecto de la temperatura corporal (dos grados más alta que la de los humanos) y los impulsos nerviosos que la espina dorsal del caballo le transmite a la del paciente.
Sonriente, Luisa asegura que, en Mundo Equinos, los caballos no son utilizados como simples instrumentos; son ellos los que admiten a los humanos en su mandada. Por eso, insiste en dar detalles de los cuidados que debe tener con sus animales para que estos gocen de bienestar. Y es que no podría ser de otro modo: la equinoterapia no puede llevarse a cabo si el caballo no habita en óptimas condiciones de vida.
“Los caballos viven incluso mejor que nosotros. Si nos tocara, dejaríamos de comer para que nuestros caballos se alimenten. A los animalistas que juzgan nuestra labor les digo: abran un poquito su corazón y su mente, pónganse en contexto de lo que realmente pasa con un caballo. El hecho de que un caballo sufra maltrato no significa que todos los caballos padecen lo mismo. Nosotros, cuando estamos al lado de los caballos, lo que hacemos es trabajar por su calidad de vida”, concluye Luisa.
Mientras Luisa habla de caballos y terapias, un par de niños abrazan, a lo lejos, a un caballo que, a su lado, parece enorme. Un instructor les da indicaciones que apenas si alcanzamos a escuchar. Relinchos, rítmicos galopes, silencios: la equinoterapia crece en popularidad, no por moda, dice Luisa, sino por lo positiva que resulta para la vida de tantos: gente que vuelve a caminar, a hablar, a sonreír, a creer.