Chapoleras, las manos que cultivan la tradición cafetera
María Rubiela no conoció otra profesión diferente a la de recolectar café. Las fincas de la vereda La Cachucha, del municipio de Chinchiná se convirtieron en su colegio y universidad.
María Rubiela Castaño, tiene 61 años y poco recuerda la edad en que conoció los cafetales como chapolera. Dice que fue en su segundo embarazo, cuando apenas tenía 19 años. Evoca con nostalgia la época en que debió salir sola adelante. Su suegro le pagaba 400 pesos por bulto y a la semana 1.000 pesos por toda la labor que desempeñaba.
“Mi esposo se me murió de púrpura, cuando tenía 29 años, una enfermedad en la sangre. Ahí supe que tenía que luchar por mis hijos como fuera”, relata mientras prepara su viaje hacia Manizales.
María Rubiela no conoció otra profesión diferente a la de recolectar café. Tampoco recibió clases para aprender a coger el grano. Las fincas de la vereda La Cachucha, del municipio de Chinchiná (Caldas), se convirtieron en su colegio y universidad. Esta zona es próspera en cultivos de café, como el resto del departamento, en el cual según el Comité de Cafeteros, se estima que hay 33.667 caficultores y 42.648 fincas cafeteras.
“Lo más duro de este oficio es que hay que saber llevar a la gente. En la finca nos cuidan mucho, me llena el corazón de alegría escuchar que digan: ‘Esa señora no depende de un hombre’. Soy guapa porque de mi trabajo dependió la educación de mis tres hijos, dos mujeres y un hombre... A este trabajo le agradezco todo”, destaca.
Rubiela no porta uniforme de chapolera, como es común para reconocer a las recolectoras en los centros turísticos del Eje Cafetero. Las recolectoras de pura cepa no usan faldas de flores pequeñas, pañoleta roja, flor en el cabello y delantal blanco. Su uniforme es un jean, camiseta y el infaltable sombrero para protegerse del sol.
“Como me tocaba dejarles la comida a los niños y despacharlos al colegio, llegaba tarde a recoger café. Pero diario recogía de 80 a 100 kilos. Todo es costumbre, no me aburro en los cafetales y gracias a este trabajo tengo mi propio lote”, explica.
Desde algunos meses atrás, María Rubiela no recolecta café en otras fincas. Ahora trabaja en la tierra que le dejó su esposo. 35 años después “colonizó su propio lote”. Cambió el café por las frutas, vive tranquila y cuida de sus manos. Ahora su trabajo se lo dedica a sus nietos, a quienes quiere y consciente como su mayor tesoro.
De acuerdo con el Comité de Cafeteros, en Caldas los caficultores de economía campesina son 12.179 (es decir un 36.2%) y poseen 36.822 hectáreas en café. El tamaño promedio de los predios es de 3 hectáreas por caficultor y alcanzan una participación del 48% en la producción de café del departamento.
Es hora de que la señora emprenda su viaje, toma su bus y se despide. El sol le dejó pecas en su manos, sus uñas conservan una línea oscura con matices del grano de café. Entre risas, cuenta que toma todos los tintos del mundo, una expresión jocosa para aclarar que de 10 a 15 tintos pequeños ingiere como una buena cafetera, esas de pura cepa.