Mujeres afro en el cine colombiano: una labor de hermandad para llegar a las pantallas
Este artículo presenta las experiencias de mujeres negras, en un recorrido por algunos territorios del país donde se centra la mayor población afro. Ellas hablan de las historias que cuentan, los avances, los desafíos y el panorama de los últimos cinco años del cine afro femenino.
Es una mirada desde adentro, del audiovisual hecho por mujeres negras que tienen en común ser mujeres que han tenido que aprender a trabajar en hermandad para narrarse a sí mismas, conseguir la financiación, aprender a hacer cine desde el empirismo; a la par que enseñan igualdad de género, antirracismo y hacen pedagogía en sus alrededores, además de gestionar los espacios donde van a circular sus producciones.
Para empezar, es importante aclarar que el gremio de cineastas, artistas y agentes culturales están de acuerdo que el cine afro es aquel que en su mayoría es dirigido y producido por personas pertenecientes a la comunidad NARP (negra, afrocolombiana, raizal y palenquera).
Según la investigación realizada por Killary Cinelab, la primera mujer afrocolombiana en co-dirigir y co-escribir una película es Esperanza Biohó, con la película ‘El palenque de San Basilio’ (2003), dirigida con Erwin Googel. Cinta que recibió un premio a la crítica en el Festival de Cartagena de Indias y premio LACSA en San Francisco (EE.UU.).
Posteriormente, en el panorama del cine aparece Liliana Angulo Cortés, artista plástica y visual bogotana; ella inicia en la práctica audiovisual desde el año 2006 haciendo videos que tienen que ver con instalaciones, registrando performances en representación del cuerpo negro y los estereotipos, particularmente en la obra llamada “Mambo negrita”. Y en otro proyecto llamado Quieto Pelo, donde usa el audiovisual para generar interacción entre el público y la proyección.
“Yo hago entrevistas y documento las prácticas de las peinadoras y he hecho instalaciones multicanal con ese material. Entonces yo no hablaría de cine sino de prácticas de audiovisual expandido”, aclara Liliana. La artista se fue acercando a la curaduría y a la gestión cultural con el trabajo en varios territorios del Pacifico colombiano y es actual miembro fundadora del consejo audiovisual Wi Da Monikongo.
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Pasan muchos años antes de que empiecen a aparecer otras mujeres en la escena, según Gerylee Polanco, productora, docente y creadora de Killary CineLab, hace unos cinco años empezó a sonar en el panorama ‘Cimarrón producciones’, un colectivo de cinco mujeres en Bogotá que tienen como lema: “Las mujeres negras hacemos cine” y le han apostado a la narración de la cultura y la tradición de las mujeres negras, poniendo de manifiesto que el equipo realizador también debe ser en su mayoría compuesto por mujeres afro.
¿Qué historias están contando las mujeres?
Frente a la falta de representación en las pantallas y de crecer viendo que la televisión y las películas no se parecían en nada a sus realidades, las mujeres han decidido contarse a sí mismas, a sus madres, abuelas, y a las historias que ellas les han contado. Este panorama comprende historias de matronas y sabedoras de los territorios donde habitan comunidades afrodescendientes que con sus saberes salvaguardan la vida en sus territorios y que fueron fundamentales para superar la crisis de la pandemia causada por el Covid-19, como es el caso de la serie web “Guardianas, resilientes desde el cuerpo y alma”, de Cimarrón producciones.
Zulay Riascos, directora y productora de cine, egresada de la universidad Manuela Beltrán y miembro de Cimarrón, dice que para ellas era necesario saber que estaba pasando con las mujeres afro en el país, en los momentos más difíciles de la pandemia.
“Fue muy importante conocer que los saberes medicinales y procesos sociales de las mujeres negras estaban protegiendo y salvando vidas en medio de la pandemia (...) Esta serie brinda una visión más amplia de lo que es ser una mujer”, dice Zulay.
También se cuentan historias sobre la diáspora palenquera en el Atlántico, Bolívar y Cesar, que hace la organización Miní Chitiá, encabezada por Mili Yulieth Pardo Piñeres, hija de la diáspora palenquera nacida en Valledupar, como ella misma se define.
Mili es una socióloga que llegó al audiovisual después de hacer una serie de podcast llamada “Voces negras, voces de paz”, que relata la resistencia y el aporte histórico en la construcción de paz en la reconciliación de la diáspora palenquera en el Caribe colombiano. Miní Chitiá Kusuto Ripiá, es una frase en lengua palenquera que en español significa “ven y hablemos juntos de paz”.
“Para nosotras es transversal la construcción de paz y la no repetición, tenemos un enfoque etnoeducativo, que nos ha permitido continuar descubriendo historias de la diáspora y enfatizar en la necesidad de hablar de paz”, señala Mili Pardo.
En San Basilio de Palenque, Gleidys Salgado, integrante del colectivo de comunicaciones Kucha Suto, contó a través del cortometraje “Plan de fuga” las historias de las mujeres cimarronas que ayudaron a escapar a los niños de la esclavización. Ambientada en la época de la colonia, este corto resalta el papel de las mujeres palenqueras en momentos decisivos de la historia como el cimarronaje.
Siendo además el cortometraje que más impacto ha tenido en las mujeres de la comunidad palenquera, según la directora.
“Después de esta historia, muchas mujeres se sumaron a hacer parte del colectivo. Antes había una sola mujer y hoy somos muchas más y somos conscientes que el audiovisual no solo es una cosa de hombres, sino que las mujeres también podemos ocupar roles importantes”, comenta Salgado.
Por su parte, Sara Asprilla Palomino explora narrativas sobre lo afro, la comunidad LGBTI y algunas dinámicas de hibridación cultural entre Medellín y Quibdó. Precisamente en Quibdó, el 22 de marzo del 2022, rodó el cortometraje ‘Degenere’, un documental que cuenta la vida de Misael Córdoba Sánchez, un activista LGBT de los años 80, líder un de grupo de baile y activismo llamado “La locomia chocoana”, quienes abrieron el camino de la participación trans en las fiestas de San Pacho.
En Quibdó también está Rosa Perea, primera mujer del Chocó en ganar un estímulo del Fondo de Desarrollo Cinematográfico, en la categoría relatos regionales, con su cortometraje “Gualí”, una sonora narración sobre los cantos que se le hacen a los niños que fallecen.
En San Andrés, Ana Jessie Serna dirigió el cortometraje ‘Mujeres de Sal’ (Fishing her), que cuenta la historia y tradición de mujeres pescadoras del archipiélago, rompiendo el imaginario colectivo que define que solo los hombres salen a pescar.
Estas son historias cargadas del poder que solo la experiencia vivida puede dar, experiencias que muchas veces pasan por la piel de quien las escribe y por el ojo de quien las graba. Relatos que salen del cotidiano de la vida de estas mujeres que, apelando a la diversidad de la cultura afrocolombiana, nutren el cine colombiano de voces que han estado silenciadas históricamente.
Desafíos que se encuentran
Todos los cineastas enfrentan distintos desafíos a la hora de producir contenidos, pero en el caso de las cineastas negras, estos desafíos están ligados a los territorios donde viven, a las historias que cuentan y al contexto que las transversalizan.
Gerylee Polanco Uribe es productora, investigadora y con al menos 20 años como docente en Cali, creadora de Killary Cinelab. Cuenta que esos 20 años como profesora solo ha tenido dos estudiantes mujeres afrodescendientes, y fue en los dos últimos años.
Cali es la segunda ciudad en Latinoamérica con mayor porcentaje de población afrodescendiente, 2.400.000 habitantes se reconocen como afro, es decir el 26.4 % de la población. Si en una ciudad que tiene este porcentaje de población afrodescendiente, solo ha habido dos mujeres en la facultad de comunicación de una universidad pública en 20 años, prende una alarma.
Aunque según la Gobernación del Valle, la cifra de estudiantes afrocolombianos en la Universidad del Valle es del 10% con relación a la población mestiza, Comunicación social parece ser de las carreras menos escogidas por los estudiantes.
Pocas mujeres son formadas en carreras de cine, muchas de ellas vienen de otras ramas profesionales, como el trabajo social, las ciencias políticas, la comunicación social, las artes y la gestión cultural, y llegan al audiovisual como forma de apoyar sus procesos. Pocas mujeres están rodeadas por un equipo profesional que tenga las mismas capacidades que ellas, como lo manifestó Rosa Perea, de Quibdó, quien afirmó que uno de los retos a los que se vio enfrentada a la hora de rodar el cortometraje “Gualis”, fue no tener un equipo de mujeres negras profesionales que la apoyaran.
“No había otras mujeres en Quibdó con la experiencia necesaria para sacar un corto de este nivel, así que me tocó traer personas de afuera”, dice Rosa, y afirma también que, aunque en Quibdó se han hecho varios procesos de formación cinematográfica, por lo general participan pocas mujeres.
Sara Asprilla Palomino también cuenta que una de sus producciones en Bahía Solano, en el corregimiento de Bahía Cupica, fue bastante compleja por la escasez de alimentos. Lo que obligó a la producción a hacer mercado en Medellín y Bogotá y trasladarlos en avioneta y luego en lancha hasta el lugar, para poder alimentar a un equipo de nueve personas.
“Por un lado fue buena idea presentarnos a la modalidad de ficción y no a relatos regionales, porque el estímulo de relatos regionales es demasiado bajo para producir en esa región”, reflexiona Sara. En otras palabras, el recurso de relatos regionales no alcanza para cubrir los altos costos que implica producir en las regiones, debido a las distancias y la escasez de varios elementos.
Se muestran algunos avances
Las mujeres negras se han ido abriendo espacios y alimentándose del trabajo social y comunitario, como el caso de Las Renacientes, en el norte de Cauca. También de las organizaciones sociales y la lideresas que han incursionado en el audiovisual como forma de sistematizar sus procesos, en otros lugares se ha vuelto una herramienta de denuncia. Actualmente hay más mujeres egresadas de programas de comunicación social y cine, incluso cursando maestrías en gestión cultural y producción audiovisual con la beca Potencia Audiovisual de la corporación Manos Visibles, en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, esto sin duda es un gran avance para el campo audiovisual.
Según datos del Fondo de Desarrollo Cinematográfico, desde la convocatoria 2020 se lanzó la modalidad de Cortometrajes para comunidades étnicas en Colombia, con una inversión de 45 millones de pesos para cada producción. Se recibieron 13 propuestas, de las que se escogieron dos, una de esas tres propuestas fue postulada por una mujer.
Cada vez las mujeres participan en mejores espacios y poco a poco acceden a los estímulos del FDC como es el caso de Sara Palomino, ganadora del estímulo para realización de cortometraje de ficción en 2020 con “Neneco”, y realización de cortometrajes para comunidades étnicas en el mismo año con el cortometraje ‘Degenere’.
En el Chocó, Rosa Perea, como directora del cortometraje Gualí, en la categoría de relatos regionales. En Santa Marta, Yurieth Romero ganadora del FDC en el 2018 como guionista y productora del cortometraje sufragio; y la actriz barranquillera Obeida Benavidez, con la producción “Canción sencilla” han sido ganadoras de estímulos del Fondo de Desarrollo Cinematográfico.
Recientemente también se incrementó su participación en el Festival de Cine de Cartagena (Ficci). La directora general del festival, Lina Rodríguez, mencionó la importancia de la participación de las mujeres afro en el festival de una forma trasversal y no solo en espacios minoritarios como solía pasar.
“Fue maravilloso poder reunir tantas mujeres afro en el festival, antes su participación era en temas muy específicos, pero este año en la agenda lo afro es trasversal, desde la gestión cultural, la curaduría de la muestra afro, la actuación y la realización”, dice Lina muy alegre.
En la edición 61 del Ficci se llevó a cabo el Lab: Del cine a la acción, que celebra el cine como espacio transformador y la producción audiovisual con verdadero impacto en la sociedad. En ese laboratorio participó Mili Pardo, quien afirma que es importante que las mujeres negras participen en estos espacios porque se dieron herramientas que transforman a la comunidad y a ellas mismas.
“Se puso sobre la mesa el tema de la decolonialidad y la intención de transformar mentalidades de muchas personas, también lograr que las historias sean contadas de forma digna”, dice MIli.
Desde el 2018 se realiza la muestra afro en la Cinemateca de Bogotá en alianza con la red Wi Da Monikongo, una red que reúne realizadores, directoras, productoras y agentes culturales, con el objetivo de conocerse, encontrarse y trabajar en equipo por impulsar la producción cinematográfica afrocolombiana. Esta red funciona a nivel nacional por nodos departamentales.
Ricardo Cantor, gerente de las artes audiovisuales de Bogotá, afirma que la sociedad se ha venido replanteando muchas de las estructuras en las que se generan espacios de participación y visibilización para las mujeres y grupos que históricamente no tenían tanta participación.
“Últimamente se vienen dando conversaciones que han propiciado que haya más espacios para la producción de relatos que se generan desde la sensibilidad de las mujeres y sus puntos de vista, y descanonizando esos esquemas verticales de producción. Afirma Ricardo.
También reconoce que aunque la programación de la Cinemateca de Bogotá está orientada y abierta para que todas las mujeres participen, es realmente en la Muestra Afro donde se ve mayor participación de ellas, en las proyecciones, la curaduría y talleres.
Las realizadoras pertenecientes a la comunidad NARP (Negras, raizales y palenqueras) dan una luz de esperanza mostrando los avances y los cambios en el cine afro femenino, pero también alzan la voz para evidenciar que el panorama aún es desigual y aún contempla dinámicas que las siguen dejando por fuera de las salas de Cine.