En esta segunda nota nos vamos a concentrar en el periodo que data del 2003 al 2012 y en las narrativas sobre la violencia que se abrieron a partir de la ley de cine de 2003.
II. Segundo periodo: 2003 - 2012
Con la llegada de la Ley de cine de 2003 y tras el nacimiento y consolidación de Proimágenes, el cine colombiano empieza a financiarse con la contribución parafiscal de los productores, exhibidores y distribuidores de obras colombianas, al igual que con el 8.5% de la venta de boletería en las salas de cine (Ley 814 de 2003). Durante estos años, específicamente en el 2007, también se creó la Comisión Fílmica que “tiene como propósito generar procesos de fortalecimiento del sector cinematográfico a través de estrategias comerciales con productoras extranjeras”.
Esto tuvo un importante impacto en las producciones nacionales tanto comercial y económico, como temático, provocando un aumento en la taquilla de películas colombianas y haciendo que muchas de estas producciones llegaran a distintos festivales de cine internacional.
En cuanto a su representación de la violencia, películas como El vuelco del cangrejo (2009), La Sirga (2012) y Porfirio (2012) se situaron dentro de este periodo, llevando a la pantalla un tratamiento implícito del conflicto armado y fortaleciendo el cine de autor en el país. En esta época, el cine nacional da un salto significativo: deja de retratar sus historias de violencia de una manera descarnada y empieza a relatar los vestigios de la guerra a partir de agresiones que ocurren fuera de campo, o de diálogos que se convierten en el lugar de enunciación de los hechos que no se visualizan en pantalla.
Si bien este “cine moderno” como lo llama Pedro Adrián Zuluaga (2013), también estuvo inspirado en el cine neorrealista italiano que motivó la filmografía de Víctor Gaviria, las películas de este periodo son historias que “permanecen abiertas, donde existe una permanente conciencia del tiempo y se desarrollan personajes cuyos móviles son ambiguos e inciertos” (Zuluaga, pág. 116). A diferencia del cine de Gaviria, las nuevas condiciones
económicas que posibilitó la ley de cine del 2003 permitieron el rodaje de películas en zonas rurales que se alejaban de las grandes ciudades colombianas. Esto, a su vez, permitió que una narración más lenta y contemplativa empezara a protagonizar las historias del cine colombiano.
Sin duda, las condiciones materiales y económicas permitieron una diversificación de las narrativas cinematográficas colombianas y, con ellas, de los tratamientos de la violencia nacional. En este sentido y como afirma Marta Elena Bravo, citada por Jácome, hay una producción considerable “de documentales y cortometrajes tanto en el entorno universitario como alrededor de grupos de producción independiente y canales de televisión” (Jácome, pág. 38).
Lo más peculiar de este periodo es que, aunque se siguen produciendo películas comerciales y con narrativas similares a los trabajos de la década que antecedió a la ley de cine de 2003, el cine de autor cambió significativamente. Siendo descendiente de las películas de Gaviria, este tipo de cine se distanció tanto que cambió el punto de vista cinematográfico desde el que se narraba la violencia nacional y transformó su imagen en algo más implícito, indirecto y sutil que, de todas formas, tuvo la capacidad de concientizar
a sus espectadores acerca del conflicto colombiano.