El nobel constituyente, la “jugada” de Navarro y el himno nacional más sentido son algunas de las vivencias de la construcción de la Constitución de 1991, ese momento histórico en el que colombianos de las más diversas tendencias de pensamiento lograron ponerse de acuerdo.
Sabemos que la carta constitucional se gestó un año antes, con la iniciativa ciudadana de la Séptima Papeleta. El 11 de marzo de 1990 se realizó una votación no vinculante, pero tan abrumadora en sus resultados que el país no pudo negarse a cambiar y entre todas las personas que lograron ver esa revolución estaba el colombiano que mereció un nobel.
Gabo, el casi constituyente
Gabriel García Márquez quería pertenecer al grupo de reformadores. Cuenta el exprocurador Fernando Carrillo que una tarde cualquiera sonó su teléfono y al otro lado de la línea le anunciaban que el creador de Macondo quería saber cómo era ese cuento de la Séptima Papeleta.
“Imagínese que yo, un día, recibí una llamada diciéndome que García Márquez quería saber cómo era esa historia de la Séptima Papeleta, y como yo estaba identificado como el autor de la papeleta me llamó”, rememora Carrillo.
Relata que una vez el escritor conoció la naturaleza profunda de esta iniciativa ciudadana no dudó en predecir que “esto es muy importante y si ustedes van a seguir adelante hasta yo me animo a hacer parte de la constituyente”.
Y la iniciativa creció al ritmo de la expectativa que generó en los precursores de la Séptima Papeleta semejante golpe de opinión, pero pronto se marchitaría.
Gabo sería parte de la lista de representación de los estudiantes, con lo cual podía preverse una votación sin precedentes de la ciudadanía más joven. Sin embargo, según Carrillo, los problemas de orden público en el país generaron temores en la familia del nobel al punto de frustrar ese hito histórico.
Carrillo asegura que por esos días habló mucho por vía telefónica con García Márquez, quien otra tarde cualquiera le anunció que su propósito de hacer parte de la asamblea no se podría cumplir. Le informó que “la Gaba (Mercedes Barcha, la esposa de Gabo) no me deja ir porque dicen que me van a matar”.
El precursor de la iniciativa constitucional lamenta aún que la situación de orden público se deterioró de tal manera en el segundo semestre de 1990, que fue imposible contar con el escritor dentro del grupo que daría vida al proyecto.
Aun así, Gabo estuvo tan pendiente del desarrollo de todo el proceso que al culminarse fue él mismo, un nobel de Literatura, quien corrigió la redacción y estilo de la naciente constitución colombiana.
Avella con “B"
Hay que retroceder de nuevo para darse una idea de una vivencia que al inicio marcaría un triunfo de género en la instalación, el 5 de febrero del 91. La historia atañe a Aída Avella (con “v”) quien logró, con algo de suerte, según ella, ganar una primera reivindicación femenina.
Ocurrió que fue designada junto con el conservador Carlos Daniel Abello en la presidencia Ad-Hoc, preparatoria para la asamblea, en virtud de la salomónica democracia del orden alfabético.
Avella confiesa que “mi Avella es con v pequeña, pero los jóvenes que me inscribieron, lo hicieron con b larga”.
En la dinámica del inicio, cada constituyente debía exponer los elementos que quería plasmar en la nueva carta constitucional, por lo cual la situación de ambos era muy favorable.
Sin embargo, dice la ahora congresista, “cuando hablamos con el doctor Álvaro Gómez me dijo: “a propósito, no vamos a formar un lío con lo de los apellidos, yo propongo que lo instalen los dos, pero usted que es mujer, lo instala primero”.
Y dicho y hecho “así quedó la fórmula“, recuerda la congresista como un logro en la etapa más temprana de la Asamblea.
Poco más adelante, una reunión y una reconciliación llevaron a esta organización a convertirse en una agrupación tricéfala. Este sería el mensaje más claro de que allí cabrían las más diversas opiniones.
La jugada de Navarro
Antonio Navarro relata el movimiento político con el que el grupo de constitucionalistas terminó siendo encabezado por tres personas y no por una sola.
El Partido Liberal, con mayor representación en el grupo, quería tener una Mesa Directiva común y corriente. Es decir, con presidente y primer y segundo vicepresidente.
“Nos propuso que el presidente fuera liberal, porque los liberales tenían el mayor número de constituyentes (24)", dice. Añade que “nosotros, los del M19, tendríamos la primera vicepresidencia, pues teníamos 19 constituyentes".
Concluye que en dicha fórmula la segunda vicepresidencia correspondería a “el Movimiento de Salvación Nacional, de Álvaro Gómez Hurtado".
“A mí no me gustó la idea”, dice Navarro, quien afirma que en ese tiempo se programó una reunión con Álvaro Gómez para proponerle un acto de reconciliación, debido a que el M19 había secuestrado al dirigente Conservador en 1988, en hechos en los que no intervino el líder de la extinta guerrilla.
Añade que en dicho acto congeniaron de inmediato: “nos reconciliamos y nos entendimos desde el primer momento y de ahí surgió la idea de la Presidencia Colegiada”.
Advierte que guardaron el secreto y “no les dijimos nada a los liberales hasta el día en que comenzaron las sesiones de la asamblea”.
Cuando el Partido Liberal descubrió lo que había ocurrido quedó sorprendido, pero ante las mayorías no hubo más opción que ceder. Según Antonio Navarro, “aceptaron finalmente la co-presidencia que le dio también una forma de ser especial al de la Asamblea Nacional Constituyente del 91.
Navarro es hoy el único co-presidente que sobrevive tras 30 años de la asamblea, luego de la muerte por homicidio de Álvaro Gómez y la más reciente de Horacio Serpa.
El maní en el submarino
Todos los constituyentes traían ideas para reformular elementos de la vida nacional de los que no se ocupaba la antigua Constitución de 1886. Como era de esperarse, el trabajo de estudio y debate se fue haciendo cada día más complejo, incluso agobiante en ese Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada.
Y es que, en función del recinto donde se creó, podemos afirmar que nuestra Constitución se redactó bajo tierra.
Otti Patiño recuerda que solo lograba terminar esas extenuantes jornadas de trabajo con una dieta constituida por maní y pasando las ansias de fumar dibujando a sus compañeros constituyentes.
“Un gran submarino”. Así definió el amplio espacio subterráneo donde se concentraron todos los esfuerzos para crear una nueva carta constitucional.
Asegura que “las sesiones eran larguísimas” y ríe recordando que comía “mucho maní, como alimento para sostener el ritmo de trabajo”.
“Tal vez lo que a mí más desesperaba era el encierro”, era un fumador confinado a un espacio prohibido para el humo y la nicotina.
Luego de largas sesiones y debates de fondo que englobaron los grandes temas de la sociedad colombiana, finalmente nació una nueva Constitución.
Uno de esos hombres y mujeres que la redactaron recuerda la noche final con un especial aprecio.
El himno más sentido
Para Juan Carlos Esguerra, la música más sublime sonó en el auditorio cerca de las 11:00 de la noche del 3 de julio. A lo largo de las reuniones, una representación de la mayor diversidad de colombianos aprendió a reconciliarse, a poner de acuerdo cuestiones que parecían no tener nada en común.
Esguerra aún se admira de “cómo todos aprendimos a escuchar, a convencer, a ser convencidos y a aceptar los convencimientos que nos proporcionaban y a buscar y a encontrar consensos, sin lugar a la menor duda”.
En el proceso muchas veces fueron difíciles los acuerdos con personas que estaban al otro lado de su espectro ideológico. Pero asegura que entre todos hallaron un futuro en común: el de un mejor país para sus hijos que vendrían, “unas coincidencias que nos permitieron ponernos de acuerdo sobre mil cosas”.
Esa construcción en medio de la diferencia se concretó en la forma del Himno Nacional, donde aquella diversidad se unió en un canto conmovedor.
“Fue la última noche, cuando terminamos a las 11:00 de la noche del 3 de julio. Y a alguien se le ocurrió pedir a los señores del sonido, que estaban encargados, que nos pusieran una grabación del himno nacional”, rememora.
“Del alma nos nació a todos los constituyentes parados a cantarlo, casi que abrazados los unos con los otros”, dice. Y nadie se quedó por fuera de ese momento sublime: “los tirios con los troyanos, los azules con los rojos, los de Santa Fe con los de Millonarios”, indica Esguerra.
Luego de 30 años pocos podrían cuestionar que la Constitución de 1991 representó un avance democrático y jurídico para Colombia. Muchos menos negarían que este resultó ser un espacio donde decenas de seres humanos pudieron ponerse de acuerdo sobre lo fundamental de una vida en sociedad.