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Soldados: una historia de lucha por la libertad y el reconocimiento social

El ejército resultó ser la vía por la cual la sociedad empezaría a transformarse, dándole cabida a quienes habían estado al margen y en total subordinación.
Independencia de Colombia | ¿Cómo se formó el ejército libertador?
Imagen: Martín Tovar y Tovar, Public domain, via Wikimedia Commons
Ana María Lara

Nuestra manera de aprender la historia, tan centrada en los héroes, olvida o deja en segundo plano a seres anónimos sin cuya decisión y valor no se hubiera podido lograr el proceso de Independencia.

La sociedad colonial del Nuevo Reino de Granada era prácticamente una sociedad estática. La pigmentocracia, determinada por la división de castas, establecía libertades, interdicciones, derechos y deberes según el color de la piel. Una compleja taxonomía fue definida por la corona española para estratificar a la población; según los cruces que resultaran entre las razas que habitaran el territorio se podía tener, hacer, decidir o callar.

Tener “sangre de la tierra” en “mayor o menor cantidad” era pretexto para limitar, por ejemplo, el acceso a la educación, considerada un privilegio. Todo aquel que no fuera del todo español estaría más cerca de la servidumbre. Un recurso que la misma Corona promovió para permitir una mínima movilidad social fue la “limpieza de sangre”, un costoso trámite para demostrar ascendencia de “raza blanca” sin contaminación alguna.

Pero este excluyente sistema empezó a desbaratarse con las guerras de Independencia; justamente la necesidad de engrosar las filas de los ejércitos les permitió a las castas más bajas hacerse a un nuevo rol que abrió las puertas a la movilidad social.


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El camino de la Independencia tuvo varias vertientes. Una vez se dan los hechos del florero de Llorente, vino un periodo de incertidumbre y desorden. Como lo afirma el historiador John Lynch en ‘Las revoluciones hispanoamericanas’, “era más fácil derrotar a los españoles que organizar a los criollos”. Se conformaron distintos ejércitos, pero llegó la sombra de la llamada Patria Boba y la pugna entre federalistas y centralistas -cada uno con sus propios grupos armados-, así como la sombra de algunas lealtades de criollos con la Corona. El anhelo de lograr un autogobierno resultó a todas luces enredado. Probablemente lo que terminó dándole forma al caos fue la estrategia política y militar que diseñó Bolívar en Jamaica (1815), así como también la inminente Reconquista que inició en 1816, en cabeza del pacificador Pablo Morillo y que puso sobre el tapete la urgencia de defender, en unidad, el vasto territorio.

La conformación de ejércitos de distinta filiación llevó a que el orden de castas se resquebrajara. Los ejércitos requerían de quienes conocían el territorio palmo a palmo y, también, de quienes deseaban otra forma de sociedad.

Basta con mirar la composición del ejército de neogranadinos y venezolanos que venció en la Batalla de Boyacá, y que había iniciado su ruta desde los Llanos Orientales, atravesando intrincadas y hostiles zonas de la cordillera de los Andes. Entre los soldados se hallaban llaneros reclutados por Santander en Casanare (donde se refugió desde la llegada del ejército de reconquista) y un contingente de venezolanos al mando de Bolívar.


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También hubo reclutas campesinos y desposeídos que se unieron al combate tras el cruce del páramo de Pisba, provenientes de la región central de la Nueva Granada. En cuanto a los llaneros, muchos de estos soldados habían sido reclutados en las haciendas, otros ya contaban con tiempo en el servicio y eran veteranos de la guerra desde sus inicios. También había indígenas; así como negros libres o esclavos entregados por sus amos como muestra de apoyo a la causa independentista. Además, muchas mujeres acompañaron ejerciendo labores de riesgo.

En suma, el ejército resultó ser la vía por la cual la sociedad empezaría a transformarse, dándole cabida a quienes habían estado al margen y en total subordinación. Esto, por lo menos, en un plano ideal, pues aunque en 1821 se llevó a cabo el Congreso de Cúcuta, y en él se aprobó una ley de manumisión paulatina de la esclavitud, no fue sino hasta 1851 que se dio la abolición total y, aunque muchos indígenas, negros y mestizos entregaron sus vidas, vieron muy pocas mejoras en su calidad de vida. Aunque la estructura de castas se desbarató, la asimetría económica y social siguió condenando a estas mayorías a la exclusión.

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