Pasar al contenido principal
CERRAR

Colombianos por el mundo, una diáspora que es familia

Luis Carlos Osorio con el cine, Maritza Arizala con la danza y Paola Barreto con la música son las historias de tres colombianos que enaltecieron a nuestro país en la Casa Colombia, durante los JJ.OO. de París 2024.
Juegos Olímpicos: Conoce la historia de tres colombianos que enaltecieron el país
Foto: Comité Olímpico Colombiano
Luisa Fernanda Piñeros Arenas

El país de la belleza se muestra al mundo a través de la Casa Colombia, un gran espacio que se abrió durante los juegos olímpicos y paralímpicos, para ser el epicentro de encuentro de todos los deportistas, la delegación, y por supuesto los colombianos y extranjeros que se encuentran en París.

No solo de deporte se habla en la Casa Colombia, las artes y la cultura tiene un lugar privilegiado para la música, el cine, los libros, las cocinas y las artesanías. Con una amplia programación, este espacio, ubicado en el corazón de la ciudad luz, se convierte en la mejor vitrina para mostrar el capital humano de Colombia.


Lee también


Luis Carlos Osorio, un contador de historias del pacífico colombiano en Italia

Por muchos años, el bogotano Luis Carlos Osorio trabajó en la realización de documentales e investigaciones sobre las músicas del Pacífico. Es uno de los pocos que tiene imágenes inéditas de José Antonio Torres ‘Gualajo’, el fallecido marimbero, oriundo de Guapi, que nombró a este instrumento como el piano de la selva. Después de la pandemia y buscando un mejor bienestar para sus hijas, Luis Carlos llegó a Roma, Italia. Ya lleva dos años y ocho meses aquí. 

“Llegué con la buena fortuna y con la buena energía. Me encontré con un colectivo de personas que están trabajando en un grupo llamado El nodo de Italia, en apoyo a la Comisión de la Verdad. Fue chévere porque estaban necesitando hacer un documental y me contactaron, lo desarrollamos, lo hicimos y nos fue muy bien”, recuerda Luis Carlos.  

Los quince años de gestión en el mundo audiovisual le sirvieron a Osorio para un primer trabajo con el que se bautizó en Italia. Su fuerte es ser un abanderado en el mensaje de las maestras y los maestros de nuestro Pacífico sur. Él está llevando, como un viaje de ida y vuelta, un conocimiento ancestral al Viejo Continente, una información valiosa que busca enaltecer la cultura afrocolombiana. 

“Los italianos no conocen nada del Pacífico, por eso yo me he movido y he estado hablando con la gente. Así conocí a una escritora bellísima, Patrizia Boi, que se ha interesado mucho en estos temas, le encanta todo lo que hay detrás de las músicas de marimba. Con ella hemos podido desarrollar algunos artículos para la prensa italiana y dar una buena vitrina para mostrar esas historias que no se conocen”, dice Osorio. 

La historia de Faustina Orobio, cantadora tradicional guapireña, inspiró su documental ‘Mi Santa Comadre’ (2105), que se proyectó en la Casa Colombia el pasado 28 de julio. Allí se cuenta con profundidad y mística cómo ella creó un mundo propio a través de sus canciones y, hecha a pulso, se desmarcó del machismo para cantarle a sus ancestros. 

“Al documental, comenta Osorio, lo seleccionaron desde el DACMI ( Dirección de Audiovisuales, Cine y Medios interactivos )  del Ministerio de las Culturas para hacer parte de la programación cultural de la Casa Colombia, en París. Hubo una muy buena aceptación, no solamente por la gente, sino por el Comité Olímpico y los organizadores. Para mí, esos son indicadores de que vale la pena seguir haciendo esto y seguir empujando todo lo que tenemos”. 

‘Mi Santa Comadre’ fue 100% autogestionado y haber llegado a los Juegos Olímpicos fue colgarse la medalla de oro al mérito y perseverancia. El documental participó en el Festival Internacional de Cine y Video Alternativo y Comunitario Ojo al Sancocho, en el Festival Internacional de Cortometrajes y Escuelas de Cine El Espejo, estuvo en Italia y, tras su exhibición en París, nuevas puertas se le abren.

Por ahora sabemos que hay un cineasta encarretado con las historias afrocolombianas, que su corazón porta los colores del Pacífico y, si no fuera por él, esta historia que ha tocado a cientos de personas no habría cruzado el océano.  En Italia y en Francia, al menos algunos, ya conocen a la Santa Comadre. “Nosotros somos poderosos, te lo digo. Nosotros los colombianos, somos poderosos”, concluye Osorio. 

Maritza Arizala, pionera de la danza en la ciudad luz

De padres tumaqueños y nacida en Cali, Maritza Arizala Ruíz no puede ocultar las lágrimas cuando piensa en Colombia. Ya han pasado 26 años desde que llegó a Francia por primera vez, motivada por perfeccionar su labor en la danza, arte que aprendió en ‘La Sultana del Valle’ cuando hizo parte del Instituto Popular de Cultura (IPC). 

Es que hablar de Cali es sinónimo de baile, de cuerpo y de salsa, de mucha salsa. Maritza llegó a París como estudiante, sin hablar ni una gota de francés. Tenía formación en teatro, danza, danza contemporánea, ciencias sociales, pedagogía musical, títeres y aterrizó en ‘La Ciudad Luz’ para empezar a batallar por sus sueños. Comenzó a dar algunas clases de baile, justo en la época en que la salsa estaba en pleno furor en Francia, pero la barrera del idioma era la principal piedra en el zapato para Maritza. 

“Yo empecé a aprenderme los términos más importantes para poder dar una clase”, dice ella. “Combinaba español y francés, y a la gente le fascinaba. Así me hacía entender”.  Se internó en bibliotecas, estudió los domingos y se dedicó a aprender el idioma durante un año. Así fue como llegó la gran oportunidad de su vida. “En la universidad donde estudiaba, estaban buscando un profesor de salsa. Presenté mis documentos y me aceptaron como profesora mientras estudiaba, ahí empecé a conocer gente”, agrega.

La suerte estaba echada y su lucha por crecer y mostrar su conocimiento empezaba a dar frutos. Tuvo un primer tropiezo. “Resulta que una vez yo necesitaba una asociación porque me habían propuesto trabajar en un colegio como profesora de salsa en español. En ese momento era una novedad y era una idea original. Fuimos entrevistados por la televisión francesa por ese proyecto, pero para entrar a ese trabajo me pedían una asociación. Le pedí a un chico que conocía que me ayudara a recibir el dinero y que me lo entregara luego. Yo recogí los cheques, se los entregué al tipo y nunca me respondió”, cuenta Maritza.  

Sus alumnos y los padres de familia le dieron la mano para crear la asociación Salsa Cumbia y así empezó a dar cursos y hacer espectáculos. Luego, vino la Academia Maritza Arizala, la primera escuela de salsa colombiana en Europa. “A partir de ahí desarrollamos diferentes programas. La verdad es que siempre he estado apoyada por la gente francesa, a quienes les agradezco muchísimo”, dice con alegría.

Ha sido tan valioso el trabajo de Maritza por posicionar su estilo que hasta ha bautizado algunos pasos porque, según ella, un francés aprende con nombres y números. El paso básico colombiano, el paso de mambo, el paso de rumba tienen su impronta, más cuando hay que diferenciarse del baile cubano. 

En 1998, cuando ella llegó, era una época en la que a los colombianos solo nos reconocían por el narcotráfico y la guerrilla. “Era lo único de lo que me hablaba la gente. Entonces, me tocó a mí enseñarles y decirles: mira en Colombia tenemos esto, mira esta manera de bailar”, comenta Martiza. Y fue con el movimiento de su cuerpo que se metió en el corazón de los curiosos parisinos que hoy la admiran por su trabajo y no por el peso histórico de su país.

En Casa Colombia se baila salsa 

La diáspora ha sido protagonista de los eventos culturales en la Casa Colombia y ese es el mensaje que se extiende desde el Ministerio de las Artes, las Culturas y los Saberes, la Cancillería, la Oficina de Asuntos Culturales y el Comité Olímpico, que convocaron a Luis Osorio y a Maritza Arizala para ser parte de una vibrante programación.

El día del debut de Maritza Arizala, París estaba azotada por la lluvia. El taller de danza del caribe y currulao que estaba programado  al aire libre para que los cientos de visitantes a la Casa Colombia pudieran apreciar, aprender y contagiarse de la energía dancística de la caleña. En medio del chubasco, se abrió paso entre la gente y entre capas y paraguas se hizo la magia con los primeros compases de su taller de salsa caleña. “Fue increíble, era como si estuviera en Colombia, la gente logró meterse en una atmósfera de baile y aplausos muy emocionante. Y contar con la presencia del ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, Juan David Correa, fue muy motivante”, reconoce Maritza. 

Franceses, ingleses, coreanos, colombianos, todos como en una Torre de Babel lograron hablar el mismo idioma, el de la danza, y entendieron que la misión de esta caleña es  llevar alegría y movimiento. La salsa, el currulao y la cumbia fueron los platos del día que despertaron la añoranza por la tierrita. Hubo personas que mientras bailaban se envolvieron en la bandera tricolor, añorando regresar a su país, recordando con los pasos de baile que sus raíces tienen un suelo colombiano y que, gracias a mujeres como Maritza, pueden anclarse para recordar de dónde vienen. 

Todo esto sucedió en una casa que se convirtió, durante los Juegos Olímpicos de París, en el punto de encuentro de una gran comunidad que comparte un punto en común y es Colombia. “Para mí Casa Colombia es un lugar para expresarnos, es una muy buena iniciativa y agradezco todo el apoyo brindado porque hace que nosotros los artistas nos valoricemos y remuneren nuestro trabajo”, puntualiza Arizala. 

Pero esto no se detiene. La diáspora colombiana es una gran familia que reúne literatura, danza, música, cocina y otros oficios que ayudan a fortalecer la imagen de nuestro país en el exterior. A través de la enseñanza del baile, Maritza también es una impulsadora que invita a los extranjeros a conocer su tierra natal. “Me siento orgullosa de mí, de enseñar, de bailar porque es lo que llena como mi corazón, lo que llena mi espíritu, mi alma. Eso es lo que me hace vibrar, es lo que me motiva a seguir viviendo y transmitiendo mi arte en Francia”, dice.

Paola Barreto hace de la música su propia casa

Según datos del Ministerio de Relaciones Exteriores, alrededor de cinco millones de colombianos viven en el extranjero en condición de emigrantes, de los cuales 31.151 están en Francia. 

Para la bogotana Paola Barreto la música ha sido la varita mágica con la que ha abierto puertas en ese país. Llegó hace 11 años buscando estudiar música en una universidad pública. Su primer trabajo fue de niñera y, mientras cuidaba infantes, estudiaba francés. “Lo chistoso es que en ese momento todavía no tenía el nivel de francés, pero me presenté a la universidad para ver cómo era el examen y finalmente pasé. Me tocó lanzarme de una y por eso vine a terminar de estudiar mi carrera de música que había empezado en la Javeriana”, cuenta Paola.  

Para ella, su comienzo tuvo momentos de suerte y de belleza porque la recibió una familia muy especial que entendió su proceso. “Yo llegué y les dije: todos los fines de semana voy a estar por fuera porque vengo a ver todos los conciertos y a asistir a todas las actividades culturales. Ellos me permitieron esa expansión”, dice.  

En medio de talleres de percusión tradicional, de jams e improvisaciones, su música se iba nutriendo y ella se fue conectando y dando a conocer como música al lado de grupos profesionales. Paola encontró esa familiaridad que nos caracteriza como colombianos a kilómetros de casa. “Es como volver a nacer, uno vuelve a ser un niño y cuando eso pasa se permite muchas cosas, se permite ser, entonces se generan grupos y familias de amigos con los músicos”, agrega.                                                                                                                                      
Según explica Barreto, la diáspora colombiana en Francia es una familia que ha ido creciendo con el tiempo. La nostalgia de la emigración es una sensación que la acompaña tanto que, en el 2021, editó el álbum ‘Spiralis’ en homenaje a sus raíces y a su conexión con la música del mundo. Un disco que suena a Caribe con la cumbia, el porro y la champeta, y que vistió de reggae, funk y soul a manera de proclama para contar que Francia también es un país de migrantes.

Con una rueda de cumbia, que convocó al escenario a cientos de personas a bailar, la Casa Colombia se engalanó y nuestro ritmo madre retumbó en el país de La Marsellesa. Esa frialdad del europeo quedó atrás con el sonido del tambor alegre, la flauta de millo, la gaita hembra y macho, las voces y el espíritu de una música que evoca la patria, la casita, la Colombia, tierra querida.                                                                                                                                     
“Es indescriptible. Todo el tiempo la casa está llena, las competencias se transmiten y siempre hay actividades para descubrir nuestro país” , describe con emoción Barreto que se sigue sintiendo colombiana a pesar de la distancia.  El arte y la cultura son los cimientos de la Casa Colombia y eso se refleja en su interior. Barreto la describe como un lugar inmenso, lleno de emoción y con una programación bastante rica. 

“Yo me siento súper orgullosa de representar mi cultura y, sobre todo, mi cultura musical tan rica”, cuenta Paola. “Nosotros somos los que más tenemos ritmos tradicionales en el mundo y la gente se da cuenta de eso y le gusta. Yo me siento muy feliz de ser colombiana y de representar esa cultura aquí en París”. 
 

Artículos Player