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Manuel Mejía Vallejo, las entrañas de Antioquia

Once novelas, libros de cuentos, poesía, talla de madera, gestión cultural audaz, esel legado literario del poeta nacido en Jericó, Antiquia.
Foto: via Wikimedia Commons
Ana María Lara

Lo importante para un escritor es ser un hombre que siente la vida. Manuel Mejía Vallejo

Nacido en Jericó y creciendo en Jardín, pueblos de Antioquia, Manuel Mejía Vallejo (1923-1988), siempre sentirá y expresará en sus escritos, novelas, cuentos, poesías, coplas, la añoranza del campo con su belleza, pero también con la violencia que lo han desfigurado. Su obra abarca cuatro décadas de la vida convulsionada del país.

El autor tuvo vocación temprana por la escritura. Como Vargas Llosa, empezó el ejercicio escribiendo cartas encargadas por otros, Vargas para los compañeros del colegio militar, Mejía para los campesinos de la finca.

En Medellín hizo sus estudios secundarios y se inscribió en Bellas Artes, pero su interés lo llevaba más a la literatura y al trabajo cultural: provisión de libros para las bibliotecas barriales, talleres de escritores, tertulias literarias, publicación por la Imprenta departamental -de la que fue director- de novedades colombianas. En un contexto tradicionalista, tuvo la certeza y el olfato literario para apoyar a los nadaístas.

Su primera novela la escribió a los 22 años: La tierra éramos nosotros; fue publicada en 1945 y recibió muchos elogios. Pero a raíz del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, del que era fervoroso partidario, uniéndose a los motines que este magnicidio ocasionó, Mejía tuvo que salir del país. Partió a Venezuela y luego a Centroamérica donde sus escritos, especialmente periodísticos, fueron apreciados.

De regreso a Colombia en 1957, prosigue en su trabajo de novelista y poeta, de docente universitario, no abandona las tertulias ni el ambiente bohemio en medio de discusiones literarias nada solemnes, debates políticos, coplas y copas de ron que lo acompañaban siempre.

En 1958, Al pie de la ciudad, sobre la migración campesina a la ciudad, será premio Losada y parte del pénsum de literatura latinoamericana en la Universidad la Sorbona en París.


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En 1964, El día señalado, considerada una de las mejores novelas sobre la violencia, recibe el premio Nadal. Será el motivo de un periplo europeo del autor que viaja a España, Francia e Italia.

En 1967, compra en el municipio del Retiro una finca que llamará Ziruma, que en lengua wayuunaiki significa “cerca del cielo”, donde seguirá escribiendo. Desde joven había advertido que volvería a vivir en el campo y ni los premios ni la fama ni el cosmopolitismo lo hicieron desistir.

Publica Aire de Tango en 1973, donde aparece el famoso barrio Guayaquil con sus malandros, pero también Belisario Betancur y el escultor Rodrigo Arenas y que será galardonada con el premio de novela colombiana. Mejía decía del tango que era la belleza más triste que existe.

En 1989 aparece La casa de las dos palmas, su obra más conocida por haber sido llevada a la televisión con un gran éxito. Recibió el premio Rómulo Gallegos. Es la historia de una familia de la época de la colonización antioqueña, a comienzos del siglo XX, con la fundación de un pueblo Balandú, (podríamos decir el Macondo antioqueño) transposición de Jericó y Jardín, una novela histórica y también autobiográfica, donde coexisten la realidad y la ficción, la reflexión sobre el devenir, con un lenguaje poético.

En Mejía Vallejo hubo costumbrismo, tendencia a la descripción de usos y costumbres, especialmente de las provincias y del campo, pero lo trasciende, muestra el dolor del desarraigo del campesino, sus textos tienen personajes con conflictos en un entorno social y político pintado con minucia, mostrando con un realismo descarnado los horrores de la violencia.

Once novelas, libros de cuentos, poesía, talla de madera, gestión cultural audaz, este es legado de Mejía que como tantos otros escritores fue durante un tiempo eclipsado cuando se dio el boom de la literatura latinoamericana en los sesenta y la llegada al estrellato literario de Gabriel García Márquez con Cien Años de Soledad.

Eterno soltero bohemio hasta 1975 cuando a los cincuenta años sintió la necesidad de tener una familia y se casó con una arquitecta con la que tuvo un hijo y tres hijas, mostrándose como un padre atento que compartía lecturas con la familia. En 1994, sufre un accidente cerebro vascular y pierde el habla, pero sigue escribiendo. En 1998 muere en su casa y sus familiares y amigos realizan un velorio lleno de tangos y de coplas.

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