A 89 años de su nacimiento, Julián Polanía Pérez (Palermo, Huila, 1933-1965) es quizá una de las figuras más importantes de la poesía en Colombia pero, a la vez, una de las menos conocidas, incluso en su propia tierra, desde la que contribuyó a crear un singular movimiento cultural y literario que se conoció como “Los papelípolas”.
Su obra, interrumpida por su temprano deceso tras un accidente de tránsito, ha sido analizada por distintos autores e investigadores, quienes coinciden en señalar que Polanía Pérez pudo haberse convertido en uno de los más importantes poetas de la nación.
Su temperamento lo llevó de un colegio a otro cuando intentaba acomodarse a la severa formación académica de la época. El investigador José Amín Suárez Álvarez recuerda que “en la secundaria su inventiva y rebeldía particulares lo llevaron a la expulsión de dos colegios católicos antes de encontrar en el Santa Librada de Neiva el ambiente artístico y cultural apropiados para su gusto. Sin embargo, a mitad del grado cuarto decidió retirarse para siempre”.
Su vida alternaría luego entre Neiva, Bogotá y los Llanos Orientales, en donde se incorporó el Ejército. Para entonces había publicado sus primeros escritos. Ese trasegar marcaría parte del carácter de su obra.
Precisamente en 1957 -cuando en el país había finalizado el gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla-, Polanía Pérez fundó el grupo literario “Papelípolas” junto a Gustavo Andrade, Rubén Morales, Darío Silva, Ángel Sierra y Luis Ernesto Luna, “que lanzaría su primer manifiesto en el Festival de Poesía Colombiana, realizado en mayo de 1958”, relata Suárez Álvarez.
Se publica su poemario “Noción de pesadumbre”, momento tras el cual participa activamente en política, y labora en la Personería de Neiva y en Empresas Públicas de Neiva. En 1963 sale a la luz “Narración de los rostros vivientes”.
Martha Cecilia Cedeño Pérez, poeta y doctora en Antropología del Espacio y el Territorio, resumió de manera precisa la complejidad a la hora de definir la poesía de Julián Polanía.
Cedeño Pérez señala que “regreso a sus versos a veces redondos, a veces rotos como la vida misma. Percibo sus presencias inacabadas a la espera, quizá, del último trazo, de la serena mirada que domestique sus vórtices, sus alteraciones, sus fracturas. Pero no hace falta: allí están con su estructura nerviosa que refleja las opacidades del alma humana. Y pienso en el paso del tiempo. En la cortedad de su existencia y en la profundidad de su poética”.
Por ello, plantea las contradicciones que encuentra en el poeta palermuno: “Su verbo poderoso” añade Martha Cecilia Cedeño, “(…) a veces conduce por los senderos de la pesadumbre, de la agonía sofocante de un domingo, de la violencia de las horas, de la desesperanza, de la melancolía y, otras, configura la arquitectura del recuerdo; entonces el paisaje nativo se eleva para volver a la raíz, a la llanura, a las montañas azules, al río grande”.
“En sus poemas mejor logrados, el ritmo se construye a partir de la confluencia de versos de diferente medida en los que la rima pasa casi siempre al olvido”, confirma José Amín Suárez.
Y Cedeño Pérez concluye: “Su palabra como la de tantas otras y otros, se eleva para mostrar que, de alguna manera, desde la comarca más triste y relegada también es posible acercarse a la universalidad, básicamente porque no hace otra cosa que reflejar la condición humana en su sentido más esencial”.