Muchas cosas suceden en el corregimiento Santa Elena, de Medellín por estos días. Turistas de todas las facturas, música festiva, fogones de leña, platos típicos, olor a aguardiente y flores, muchas flores, se mezclan para crear algo así como un estado de ánimo general, popular, colectivo, que solo es comprensible bajo un solo rótulo: la Feria de las Flores.
Al menos 17 familias silleteras reciben, horas previas al Desfile de Silleteros, a miles de curiosos que ven, en esas filigranas de colores que emergen de la tierra, el milagro antioqueño más bello de todos los tiempos. Entonces, se acercan para observar cómo los 520 silleteros que desfilaron este año crean, de la nada, esas obras de arte natural que hacen de Medellín una verdadera ciudad de primavera eterna.
Cada silletero va coloreando de flores, con sumo detalle, su silleta. Luchan contra el cansancio y el sueño, enfrentan la ansiedad propia de los artistas, pelean contra el frío de la noche y sin embargo, sonríen, saludan amablemente, toman café; van de su casa al patio, del patio al jardín, del jardín a la cocina, de la cocina al patio, y en ese ritual duran, digamos, decenas de horas de intensa actividad creativa.
Pero, alrededor de las silletas y los silleteros, hay detalles que, de pronto, pasan desapercibidos: la textura de una flor, un traje típico que espera, un altar de premios, unas manos antiguas, una rosa en el cabello… 20 fotografías no bastan para atestiguarlo todo, pero al menos sirven para darnos una idea de lo bello que puede llegar a ser el ritmo cotidiano de la vida de una familia silletera.