En Charalá, Santander, se mantiene el legado heredado de la comunidad guane en materia de todo el proceso y tratamiento del algodón. Este desarrollo se compone de la siembra, la cosecha, la extracción de semillas, el hilado y luego producir de este paso a paso, productos con una carga y soberanía cultural sagrada.
A modo de comprender el inicio, la historia manifiesta que, a finales del siglo XVIII, Pedro Fermín de Vargas -naturalista y economista colombiano- menciona la importancia de la actividad textil en tierras santandereanas cuando su atención se posa en los territorios de Vélez, Socorro, San Gil y Girón.
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Así es como este experto botánico concluye, para ese entonces, que, en el municipio del Socorro y San Gil, la producción neogranadina tuvo que especializarse en telas más comunes, lo que hizo que se entendiera que en esa época los tejidos de algodón fuera el vestuario de las gentes, que en materia de usos, la gente del pueblo compraba lienzos locales. A su vez, para vestir “más bonito”, se hacían pecheras de bretaña y se entendía que las personas más adineradas podían comprar telas de Samacá o telas extranjeras.
En este sentido, otro hito de la investigación histórica fue realizada por la Universidad Javeriana, dónde aportó a la conversación lo interesante de observar que las hilanderas y el resultado del tejido combinaba técnicas precolombinas, eran en efecto, heredadas del ancestro guane y mantenía técnicas aportadas por los españoles.
Es así como con relación al tiempo actual, en Charalá, pueblo que había participado de la historia algodonera de la hoya del río Suárez, el cultivo y la elaboración de prendas permanecía en el territorio, siendo alimentado por sabedoras y mujeres rurales algodoneras.
Hacia 1982, el proyecto de Educación Rural Apropiada (ERA) encabezado por el belga Paul- Emile Dupret y el parisino Pierre Raymond junto a las mujeres del territorio, rescataron la tradición del lienzo de la tierra en el oficio artesano del hilado y la confección. Así, empezó Corpolienzo, con más de 30 años en la preservación, cuidado y economía solidaria del hilado del algodón.
El cultivo se desarrolla sin uso de agroquímicos y el tinturado se realiza por medio de extractos naturales como la cáscara de cebolla, tallos del palo de Brasil y otros ingredientes claves para el intercambio de saberes en el color.
Las técnicas de procesamiento y elaboración del hilo y de las telas son manuales, heredado por siglos por hilanderos y tejedores de otras partes del mundo. Hoy en día, la organización de artesanas de Charalá llamada Corpolienzo, dispone de un taller rural y otro urbano, donde abren procesos para captar nuevas manos y personas que quieran aprender y mantener el legado del tejido en Santander.
Parte de estas estrategias para captar el interés y la atención de la población, ha sido mantener un museo que relata la historia del algodón regional a partir de la época precolombina hasta su actual renacimiento. Este espacio en el corazón del pueblo permite proteger y promover los oficios ancestrales al rededor del algodón mestizo de ladera. A su vez, este espacio facilita a las artesanas un lugar propio para reunirse, adelantar procesos de capacitación, administrar la corporación, adelantar los aspectos organizativos, almacenar materia prima, ubicar sus telares y ruecas y mantener el traspaso de la información a quien requiera nutrirse de ello.
Rosalba Álvarez, maestra artesana de la organización, afirma que desde su quehacer y del diario vivir, idearse nuevas iniciativas para el traspaso generacional, es complejo por el mismo hecho de sostener lo que ya se ha construido. Sin embargo, manifiesta que, a través de alianzas con otras instituciones estatales y centros educativos del municipio, se ha logrado permear a las edades más autónomas de los colegios, como los grados décimo y once. “Lo que queremos es llegarles y en ocasiones vemos que hay interés y de esa manera vamos también sembrando. El tiempo dará esa cosecha para cumplir de a poco con el relevo generacional” afirma.
En este sentido, Otilia Pinzón, otra de las maestras artesanas y líder administrativa de la corporación, manifiesta que es indispensable que haya un amor profundo y real por el oficio, de lo contrario es muy complejo forzar este traspaso de tradiciones. En pocas palabras, es algo que se siente o simplemente no.
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También, la finalidad de este traspaso de patrimonio inmaterial, en palabras de Martha Liliana Ardila, una de las tejedoras más jóvenes de Corpolienzo, es desde la sensibilidad por el tejido, poder ampliar esa capacidad humana de contar con más manos, más familias y más mujeres que vean en el hilado un sentido a su vida.
Actualmente, 70 personas conforman la invaluable cadena de producción y tradición en Corpolienzo de la mano de 53 hilanderas, 2 cultivadores, 2 mujeres especialistas en crochet y 13 tejedoras, que siguen abriendo sus puertas, corazones y vida a todas aquellas personas que genuina y honestamente tengan la intención de sostener en el tiempo este legado inmaterial poderoso.