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Del Chigualo al Jepirra, tradiciones espirituales enmarcadas entre la vida y la muerte

Mientras en Tumaco, Nariño, las comunidades afrodescendientes despiden a sus niños fallecidos con alegría; en el Cabo de la Vela, La Guajira, sus difuntos llegan al Edén.
Emisoras de paz

Para la mayoría de los colombianos la muerte es símbolo de tristeza, por eso muchos prefieren no hablar de ese tema; sin embargo, en algunas regiones de nuestro país ese irreversible suceso es sinónimo de felicidad.

Así se evidencia en zona rural del municipio de Tumaco en donde sus habitantes del Pacífico nariñense, cantan y bailan cada vez que muere un niño o una niña cuya edad oscilaba entre los cero meses de nacida y los 12 años. 

Para Lailis Quiñonez, gestora cultural e integrante de la Fundación Escuela Folclórica del Pacífico Sur Tumac, aquellos felices ritos en los que la cesación de la vida es protagonista se practican de manera continua desde hace más de 3 siglos. 

Cuando un menor de edad ha fallecido, la lideresa social asegura que en los 16 consejos comunitarios es tradicional despedirlo con bailes, juegos y canciones. Para que la felicidad perdure entre los padres del menor de edad y demás allegados que acompañan el Chigualo, considera indispensable cantar y jugar.

Ritos y prácticas de la muerte en Colombia

Estos cantos que se entonan al ritmo del bunde se acompañan con el tradicional charuco o Juan del Monte, bebida ancestral preparada a base de borojó y caña. Los coros generalmente son acompañados por los sonidos de bombos, cununos y guasás, estos últimos son una especie de maracas que tradicionalmente se elaboran en guadua o bambú.  

Lailis, quien la mayor parte de su vida la pasó en la vereda San Luis Robles, indica que en los rituales que generalmente comienzan a las 7:00 de la noche y terminan a las 6:00 de la mañana se incluyen adivinanzas, cuentos, chistes y juegos autóctonos como el pachacajón, esto para conservar la armonía entre los asistentes. 

Si bien es cierto todos los asistentes al rito están felices, la madre del niño o niña fallecida es la única que está triste y una de las canciones que suele interpretarse durante el chigualo es la titulada ‘El Buen Viaje’, la cual entre otros apartes Lailis entona de la siguiente manera: 

“Buen viaje, buen viaje, desembarca y se va; buen viaje, buen viaje. Adiós hijito querido; te vas para no volver. Buen viaje, buen viaje, desembarca y buen viaje.  Esto le pasó a la madre que su hijito se le fue de la noche a la mañana, buen viaje, buen viaje, desembarca y buen viaje”.


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Con estas tonadas, aquellas familias que con el paso de los años han perdido a sus hijos en La Espriella, Río Chagüí y Río Mexicano entre otras veredas de Tumaco, asegura que se transmiten mensajes de optimismo y resiliencia. Los chigualos duran 24 horas y al día siguiente sus familiares y vecinos, entre cantos y plegarias le dan cristiana sepultura. 

Jepirra, el paraíso para las almas wayuu 

Ritos y prácticas de la muerte en Colombia

Entre el desierto de La Guajira y el mar Caribe se ubica el Cabo de la Vela y allí, Jepirra, el sitio donde descansan las almas de los wayuu que han fallecido. Contrario a la cultura occidental, para este pueblo indígena ‘el paraíso’ es un lugar físico y hace parte de su territorio ancestral. 

“Lo que hemos podido entender, a través de nuestros mayores y los ‘sabios’, es que es un mundo casi igual que acá y quizás hasta mejor, porque allá no hay sufrimiento ni dolor como el que vivimos, es como un paraíso”, relató el sabedor wayuu, Maver Solano.  

Para esta etnia, la muerte es tan o más importante que la vida misma, por eso, se preparan para recibirla, se reúnen las familias y clanes cercanos, se preparan las comidas y bebidas tradicionales y se sacrifican animales.

“Esta atención que hacemos para las personas que vienen, que son muchísimas, es para que la persona que muere tenga un viaje feliz y una finalidad agradable aquí donde se ha despedido”, contó. 


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Aquí es donde los difuntos de este pueblo indígena inician un recorrido hacia la vida espiritual, Jepirra. 

“Es como la purificación de la inmortalidad para el siguiente ciclo de la vida en el mundo wayuu. Nosotros estuvimos en la tierra, pero cuando morimos nos vamos a otro mundo a reunirnos con nuestros familiares y mayores”, expresó el sabedor wayuu. 

Transcurridos varios años luego de la muerte de un indígena wayuu, se realiza un segundo velorio que es la exhumación de sus restos, tradición que las familias planifican con anterioridad y que dura entre tres y cuatro días en el cementerio, uno de sus sitios sagrados. 

“Nuevamente ofrendan y sacrifican animales. Esta es la última despedida de nuestros seres queridos de este mundo terrenal, ya que parten a otra vida, a Jepirra”, puntualizó.

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