Contra viento y marea una joven indígena del sur de Nariño decidió emprender en uno de los oficios más antiguos de su región para destacar las costumbres de su pueblo originario y su aporte a la sociedad, a la cultura y a la economía familiar.
Se trata de Flor Imbacuán Pantoja, emprendedora étnica del pueblo Pastos quien, en el municipio de Carlosama, junto a 47 mujeres indígenas más, se dedica a la transformación artesanal de la lana de oveja en ruanas.
“En los productos que gracias a nuestro empeño comienzan a gustar en el extranjero, sobresalen símbolos de nuestro pueblo ancestral. En estas prendas de vestir está viva la memoria de nuestros antepasados, la cual se refleja en el fuego, la tierra, el aire y el agua”, indicó Flor quien en el resguardo indígena de Carlosama; está al frente de la fundación ‘Hilando y Tejiendo Sueños’.
Para ella, tejer es un don que heredó desde el vientre de su madre María Fanny Pantoja quien en cada hilo transmite la sabiduría de las culturas Andinas.
Sus prendas tienen como referencia los pañolones de las abuelas en los que sobresalen los flecos con un alto volumen. De igual manera se imponen los colores de los tradicionales sombreros de paño y de los follados.
“Los símbolos de la cultura ancestral los vivificamos en el sol de los pastos, en el churo cósmico y en el machín. Sus colores están inspirados en el cueche (arcoiris) y en la wiphala, bandera de los pueblos indígenas, iconos y tonos que no se hacen al azar”, explicó.
Por eso subraya que mientras las líneas representan los cultivos y la abundancia de las cosechas, el sol de los pastos y el círculo que lo rodean simbolizan la vida. Así mismo indica que el rombo se constituye en el territorio del pueblo Pastos en el que predomina el agua, la tierra, el fuego y el aire”, indicó la joven emprendedora.
Sus productos han llegado a Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia y Finlandia, lugares donde Flor asegura que anualmente se comercializa el 40% del total de la producción.
“Necesitamos internacionalizar mucho más a nuestro pueblo indígena, teniendo en cuenta que a lo largo de los 365 días del año elaboramos 150 piezas y de ellas, 50 se venden en el extranjero”, afirmó tras reiterar que la ‘Casa de la Guanga’ es un producto netamente sostenible.
Tradición familiar
“Soy tejedora de raíz porque desde los 9 años, mi madre me inculcó este oficio como un valor familiar. En mi infancia ayudé mucho a mi madre en la producción de la lana y de esa labor recuerdo mucho que después de que lavaba la fibra, pasaba a la guanga donde ella elaboraba sus ruanas y cobijas tradicionales”, indicó.
Para Flor transformar la hebra en las guangas o telares es una arraigada tradición de las culturas Andinas que en su familia se práctica de generación en generación. La guanga es su patrimonio y jamás olvidará que desde pequeña forjó su saber en ese elemento que hace parte de las tradiciones de los Pastos.
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“Unos años después terminé mi carrera profesional como diseñadora de modas y decidí emprender teniendo como base los conocimientos de mi pueblo ancestral. Fue entonces cuando empecé a golpear puertas y lastimosamente ninguna de ellas se abrió”, expresó.
Ante la indiferencia social e institucional, Flor inició su proyecto el cual asegura que contó con el respaldo de su familia.
“En ese entonces fui de casa en casa invitando a las mujeres que en un principio había convocado. Varias de ellas olvidaron la propuesta y regresaron a sus cultivos de papa y arveja porque consideraban que no era rentable tejer una ruana para luego fiarla o venderla con descuento”, argumentó.
Cuando las convenció de los beneficios sociales y económicos que les traería su emprendimiento, asegura que varias de ellas volvieron a desempolvar los telares y se dedicaron a transformar la lana de oveja.
“En ese proceso, las 47 mujeres indígenas comprendieron que nuestro proyecto tenía un futuro muy grande y que no lo podíamos perder. En el 2003 consolidé la fundación comunitaria, compré hilos y una máquina y 4 años después, es decir, en el 2017 nació la marca Hajsú que en lengua Quichwa significa vestuario”, señaló.
Nadie creyó en su proyecto porque, quienes en su inicio la escucharon, sustentaron que los productos ecuatorianos no iban a dejar progresar su sueño; sin embargo, emprendió en medio de la soledad.
“Mi proyecto hace parte de la etnomoda porque proviene de una cultura étnica que es el pueblo indígena Pastos, el cual me ha permitido ser digna de muchos reconocimientos. Uno de ellos es la Cruz de Acero con la cual a nivel nacional fui catalogada como la mejor diseñadora en moda sostenible, así mismo fui reconocida como Mujer Cafam en Nariño”, indicó.