“Les entrego y les comparto esta sagrada bebida. Se las entrego y comparto con bonito pensar, con bonita palabra y con bonito corazón”, es la frase con la que Alfredo Ortiz Huertas, creador del Museo de la Chicha. Le da cierre al ritual que realiza en un pequeño y particular espacio en el centro de Bogotá, desde donde hace más de siete años recrea y divulga parte del legado que la cultura muisca dejó a la ciudad.
En inmediaciones del Chorro de Quevedo, cerca a la Calle del Embudo, en La Candelaria, una de las zonas más emblemáticas de la capital colombiana, el museo rinde homenaje a la tradicional bebida ancestral a través de una experiencia que incluye una corta cátedra de historia, identidad y memoria. Aquí, los visitantes experimentan la preparación y degustación de la chicha y de otras tres bebidas ancestrales: el zhuke, el guarapo y el chirrinchi.
“El objetivo principal es recordar y recuperar quiénes “semos”, de dónde venimos y dónde estamos parados. Tratar de entender esa cosmovisión y cosmogonía muy espiritual que tenían nuestros muiscas, por lo que me di a la tarea de realizar un estudio histórico y antropológico acerca de las benditas y sagradas bebidas que están intrínsecas en nuestra memoria genética y plasmarlo aquí”, explica Ortiz.
Resultado de ello, hoy el lugar es un espacio colmado de historias y simbolismos narrados a través de textos, ilustraciones, fotografías de antaño, relatos, afiches, piezas arqueológicas y artesanales, totumas, vasijas, muestras de los diferentes tipos de maíces y semillas ancestrales. Pero, sobre todo a través del amor que ‘El Cachas’, como se le conoce a Ortiz, siente por sus ancestros y por Bogotá.
“Creo que yo y quienes nacimos aquí somos unos afortunados, pues somos fruto de un mestizaje que nos hace únicos. Yo por ejemplo, soy hijo de padre bogotano, nacido en ‘La Perse’, y de madre boyacense, de Turmequé, cuyo linaje viene del cacique Diego de Torres. Soy una mezcla de campesino y Muisca. Soy cachaco, que viene de la palabra ‘cacha’ o ‘cachita’ que en lenguaje chibcha, significa el buen amigo”, cuenta emocionado Ortiz.
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Bebida espirituosa
Y es que justamente, uno de los principales aspectos que ‘El Cachas’ quiere resaltar y rescatar a través de esta puesta en escena que es El Museo de la Chicha, son esos valores espirituales y medicinales que posee la ancestral bebida.
“La facua, más conocida como chicha, es una bebida natural, artesanal, tradicional, andina que nuestros ancestros consumían durante los rituales de ofrenda, pagamento, lavatorio de quimbas, siembra, cosecha, mingas, convites. Estas bebidas originarias- a diferencia de otras que te emborrachan la razón- trascienden a nivel espiritual, te dan alegría, te llevan al origen”, comenta Ortiz.
Y es que según él, las tribus originarias no la tomaban solo para sentirse felices, sino que su ingesta tenía también un trasfondo sagrado. De hecho, indica, eran las mujeres más puras y castas las que masticaban y salivaban el maíz durante el proceso de fermentación.
La leyenda cuenta que en las chicherías se planeaban importantes hazañas, se gestaban importantes triunfos, eran el espacio donde nacían elocuentes discursos y héroes anónimos. Alrededor de la chicha se conmemoraban las más importantes ceremonias y rituales religiosos, se unían negros, mulatos y blancos, el elixir fermentado se convirtió en un ícono de la naciente Bogotá de la época colonial.
Un ícono que fue atacado por diversos estamentos de la sociedad hacia finales del siglo XIX, cuando empieza a llegar la cerveza al país. Según de detalla Ortiz, “en 1889, en particular, empiezan a circular unas piezas gráficas, publicidad, avisos con frases como : 'la chicha embrutece, no tome bebidas fermentadas', 'la chicha engendra el crimen, no tome bebidas fermentadas', 'las cárceles se llenan de gentes que toman chicha', quitándole el protagonismo que tenía y vetándola en el territorio nacional".
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Experiencia ancestral
A pesar de ello, la chicha y otras bebidas ancestrales se siguieron consumiendo y comercializando de manera clandestina, entre otras cosas, debido a los poderes medicinales que aún se les atribuyen y que las mantiene vigentes.
“Estas bebidas sagradas son a la vez alimento y medicina. A los fermentos se les conocen propiedades como regeneradores de la flora intestinal, activadores del sistema endocrino central y del sistema inmunológico, depuradores del sistema digestivo, al tiempo que actúan como antioxidantes y ayudan a eliminar los radicales libres”, explica Ortiz.
Propiedades que también poseen las otras tres bebidas ancestrales que también se preparan y ofrecen en El Museo de la Chicha: el zhuke, elaborado con quinua, amaranto, maíz porva y miel de caña; el guarapo, a base de miel de caña, clavos y canela; y el chirrinchi, un destilado que se elabora con anís estrellado, clavos, canela, hoja de coca y siete hierbas dulces y al que se le atribuyen propiedades depurativas y energizantes.
Lo esencial en toda esta experiencia, apunta Ortiz, es permitirles a los bogotanos, a los colombianos y a los extranjeros que nos visitan adentrarse de forma interactiva y personal en la importancia de valorar nuestros ancestros, nuestra memoria, nuestra historia, pero también valorar nuestro ahora, reconociendo quiénes somos y, siempre, agradeciendo.
“Vean, huelan, sientan. Digan conmigo: te la recibo con bonito pensar, con bonita palabra, con bonito corazón. Decretamos nuestro propósito de desearles a ustedes, a sus vidas, a sus familias, a Bogotá, a Colombia y al mundo, mucha salud, mucha paz, mucha prosperidad, mucho equilibrio y mucho amor. Así es y así será, (3 veces), hecho está (3 veces) , yo soy (3 veces), Gracias (3 veces)”.
¿Te animas a visitar el Museo de la Chicha? Lo encuentras en la carrera 1 A con calle 12 B Bis.