La comuna 14, una zona marginada de Bucaramanga, es el nuevo destino turístico que se posiciona en Santander, al estilo de la Comuna 13 de Medellín, pero con un ingrediente especial: la cumbia urbana que se produce y baila de manera única en este punto del departamento.
Aunque Bucaramanga está ubicada sobre una meseta, todo alrededor son montañas. Entre esas, los Cerros Orientales, una ramificación que comienza en la parte baja del páramo de Santurbán y se extiende a lo largo de la ciudad hasta convertirse en el Cañón del Chicamocha.
Al principio de esa formación montañosa hay 13 barrios, a los que sencillamente se les conoce como Morrorrico. Esa es la comuna 14 de Bucaramanga, un lugar de gente trabajadora, amable; pero también un lugar marginado de la ciudad que en otrora tenía una historia similar a los barrios más vulnerables del país.
Cansados de ser la portada de las noticias judiciales, y en medio del encierro de la pandemia, un par de jóvenes decidieron salir a las calles y adelantar una jornada de limpieza ecológica en su barrio. Hicieron un video en vivo mostrando cómo aseaban la quebrada Las Agüitas, un riachuelo que atraviesa por debajo toda la comuna con agua proveniente del páramo, así se hicieron virales.
Uno de estos jóvenes es Ómar Bermúdez, que había dedicado toda su vida a estampar camisetas, sin llegar a imaginarse que aquello que comenzó como limpieza de escombros y desechos, hoy resultaría en la reconstrucción del tejido social del barrio. Biólogos y ambientalistas de la Universidad Industrial de Santander, gestores culturales y el Instituto Municipal de Cultura se sumaron de a poco.
“Nos metimos de cabeza en el tema y hablamos con más combos: La 28, La Quebrada, e hicimos la cooperativa Explora Bga”, recuerda Richie Oviedo, un artista local y gestor que creyó en ese propósito de romper las barreras invisibles a través del arte.
“Hicimos unos senderos para caminatas ecológicas, adornamos el barrio con murales, lo limpiamos, e hicimos huertas”, cuenta Ómar, quien recalca que en ese trabajo también fue fundamental Diana Sánchez, una bióloga que se encargaba de darle nombre científico a toda la fauna y flora que ellos encontraban.
Entre ellos concluyeron que estaban parados sobre uno de los mejores puntos de Bucaramanga, con tres miradores para divisar todos los puntos de la ciudad. “Mi hermano, tenemos ese potencial”, se dijeron. Desde uno se puede apreciar la magnitud de los cerros, desde otro la zona de cabecera y sus altos edificios, y desde el otro, la inmensidad de la capital santandereana.
A partir de esos tres puntos, los integrantes de Explora Bga diseñaron recorridos guiados para recibir visitantes, al estilo de la Comuna 13 en Medellín, y contarles su propia historia.
“Esto lo empezamos con las uñas”, es una de las primeras frases de Ómar cuando guía a los visitantes. Lo dice orgulloso. Cuenta que, aunque no tenían los recursos para realizar los murales, pidieron pintura y pinceles para lograrlo, además de la colaboración de algunos artistas de la misma zona. A pesar de las dificultades propias de un lugar socialmente difícil, este joven nunca se echó para atrás porque sabía que “poniéndole color a un muro, se cambiaba la realidad del barrio”.
Uno de los murales que primero se atraviesa en el recorrido es el de un oso de anteojos, con cara de furia, en el que sus patas son también las montañas del páramo que cuidan las lagunas y los frailejones. “Es la actitud con la que debemos cuidar nuestros páramos”, recalca Ómar a sus visitantes.
La caminata sigue.
A través de escaleras empinadas, y senderos urbanos que se funden con la naturaleza, guiados por ellos mismos, se siente la tranquilidad de recorrer un barrio al que hace varios años ni se podía entrar. De hecho, entre los mismos habitantes de esta zona, otrora separados por fronteras invisibles, el saludo de mano, puño y sonrisa, es ahora el pan de cada día. Es evidente la reconstrucción del tejido social. Oviedo cuenta que, por ejemplo, los muchachos de la parte alta del barrio ya pueden bajar sin problema a la quebrada. “Y estamos hablando con otros combos para que se amplíe el tema”, señala.
Es común ver algún vecino mirando de reojo a tanto visitante. Es normal esa adaptación al cambio, estos procesos llevan tiempo. Pero otros más audaces ya montaron su negocio a la verja del turismo y de a poco los mismos guías van uniéndolos en el recorrido.
Es el caso de una joven que tiene una venta de ‘vikingos’, un tipo de helado hecho a partir de agua saborizada. “Después de cada partido de barrio entre jóvenes no había mejor receta para calmar la sed”, dice uno de los visitantes que acompaña. “Me hizo recordar mi infancia”, exclama uno más. “Para seguir caminando, esto viene bien”, dice otro y continúan.
En medio del recorrido, los vecinos se saludan y los murales coloridos se abren paso. Algunos, incluso, con referencias literarias a obras como ‘El Principito’. La gente sale a las ventanas a dar la bienvenida, otros se apuran a traer más bebidas y uno que otro niño descalzo con un balón de fútbol en las manos se acerca a saludar a Ómar. “¿Cuándo vamos a tocar cumbia, profe?”, le preguntan.
Desde muy temprana edad, los jóvenes en esta zona de Bucaramanga se acostumbraron a escuchar cumbias. Después que fuera marginado y asociado negativamente a ciertos estereotipos, ese ritmo musical se afincó en la Comuna 14 y su valor cultural empezó a crecer. Allí nació Javier Martínez, uno de los máximos exponentes de este género. Allí también existieron las discotecas Venado de Oro y La Mansión, lugares históricos, hoy desaparecidos, que fueron testigos de los mejores y más emblemáticos bailes de cumbia.
Por eso, a mitad del recorrido los guías siempre tienen una sorpresa. A la señal de Ómar, a lo lejos empieza a sonar una banda compuesta por saxofón, melódica y redoblante. No hay cantante, pero no hace falta. Los pocos niños que están en una cancha cercana se asoman de inmediato para tararear las canciones. Y si alguien del público se las sabe, las canta. Esta vez sonó ‘Bella’, una balada del cantante mexicano Manuel Mijares, pero interpretada con un ritmo mucho más bailable y guapachoso, que obliga al bailador a doblar sus rodillas y dar pasos cortos de un lado para otro, mientras mueve los brazos muy cerca a su cabeza.
Ómar, que ya entró en confianza con sus turistas, sale a bailar y demuestra que, si estampar camisetas o ser guía turístico no le diera para vivir, como bailarín tendría una opción. Uno que otro turista se anima y le sigue el paso, mientras todos aplauden. Mauricio Ramos con su saxo es el que pone el ritmo. Suele tocarlo con los ojos cerrados, como si se le fuera la vida en ello. Cuando se percata que alguien está bailando frente a él, sus ojos se ponen vidriosos. La alegría se desborda por su mirada y aunque parece quedarse sin aire, no para. Si por él fuera, el concierto sería eterno.
Richie reconoce en Mao a uno de sus alumnos más prominentes. “Es un apasionado de las cumbias. Cuando las toca, tiene esa euforia, esa alegría”, afirma.
No hay un horario establecido y tampoco hay afán. Lo recomendable es no ir al medio día porque el sol a esa hora es inclemente. Pero si alguien quisiera quedarse un rato sentado en cualquier andén del barrio hablando con estos jóvenes, ellos no tienen problema. Las historias que tienen por contar son infinitas. Lo que ellos han vivido no ha sido fácil, pero al fin y al cabo, son historias que comparten sin ningún problema.
De a poco cae la tarde y aparecen arreboles mágicos que decoran el cielo bumangués. Sentados desde un mural gigante en el barrio Albania, mirando hacia la montaña y la luna como acompañante, Richie Oviedo sueña con que más gente se anime a visitarlos. “Estamos por cumplir 400 años y desconocemos toda esa Bucaramanga rupestre, dura, pero que tiene muchas cosas más qué mostrar. La invitación es a que vivan Bucaramanga. Se van a llevar una gran sorpresa”, dice con seguridad.