Llegar al Museo del Acordeón en el barrio San Joaquín de Valledupar es adentrarse en un viaje de aires vallenatos, décadas de oro y versos memorables que engendró el sentimiento vallenato. El artífice de este espacio mágico es Beto Murgas, quien señala que el acordeón es un instrumento que no solo simboliza a esta región, sino también al país y al universo. “Nosotros transmitimos eso”, dice.
“Esto es puro sentimiento de nostalgia, yo desde niño veía en la Serranía del Perijá a esos músicos que andaban de finca en finca y de pueblo en pueblo, peregrinando con sus instrumentos, unos instrumentos pequeños”, agrega.
Todo empezó en el año 82, cuando se le ocurrió comprarle a si hijo Beto, de apenas 5 años, un acordeoncito, regalo que nunca le gustó porque no era de lo que estaba acostumbrado a ver.
“Él es ahijado de Emilianito Zuleta y cuando hacíamos las parrandas, los acordeones eran distintos. En todo caso ese acordeón si le llamó la atención a los juglares amigos míos: Pacho Rada, Emiliano Zuleta, Moralito, a toda esa gente que venía a visitarme como amigos”, relata.
Todo empezó aquí, el acordeoncito le llamó tanto la atención que hizo un trabajo de campo que luego plasmó en un artículo que publicó la revista del Festival de la Leyenda Vallenata. Aquel escrito se lo envío a su gran amigo Jorge Luis Moya, residente en EE.UU., quien se emocionó tanto, que fue un almacén donde venden instrumentos antiguos y le trajo tres, conforme a los que referenciaba en el artículo.
Su pasión por investigar los principios del vallenato empezó cuando estuvo un panameño de origen chino en Valledupar, quien ya tocaba acordeón, pero llegaba a para aprender nuestros aires. Este extranjero tenía una pregunta general a todo el que se encontraba: que si sabían cuál era el origen de este instrumento.
El único acordeón que había visto la mayoría era el Honer, hecho en Alemania, y respondían que era ese. Pero no quedaba muy convencido y al año siguiente regresó a la capital del Cesar y fue cuando trajo un instrumento llamado ‘sheng’.
Este instrumento está en el Museo porque tiene el principio sonoro del acordeón, es decir, la lengüeta libre, el pito nace en este instrumento que aparece en la China 3.000 años antes de Cristo.
“Esto tiene una leyenda fantástica, se dice que un emperador subió a las montañas de sus dominios a un músico muy prestigioso para que captara el canto del ave fénix. Si ustedes ven el instrumento, es un ave en reposo. En la China a este instrumento le llamaron el canto sublime o la voz sublime”, cuenta Beto, quien empieza a contar la historia de los sonidos que dieron vida al acordeón.
El sheng llega a Europa en 1777, lo llevó un misionero y eso generó que el típico europeo, que tenía afinidad con las construcciones musicales, tuviera en cuenta ese principio sonoro y de ahí se pasara a la armónica, conocida en varias partes como ‘dulzaina’, en Santander como ‘riolina’ y en Chocó como ‘firulina’.
“Matías Honer compra los derechos y comienza a hacer armónicas desde el año 1857, pero fue un hombre muy ágil mentalmente para comercializar. Por ejemplo, hizo está armónica que se empleaba para cantos navideños”, señala.
Estos sonidos merodearon por Europa durante mucho tiempo. Los europeos los habían modernizado a través de estos instrumentos, pero la exigencia de aire era bastante. Así que se ingeniaron una especie de pulmón mecánico llamado fuelle, que dio vida al tradicional acordeón.
“Esto tiene una escala diatónica, que es la que tienen nuestros acordeones. Lo que aparece en una armónica, es lo que me inspira a mí a ingeniarme. Como la escala ya está, lo que hacen es pasarla a un instrumento como el acordeón, conformado por un fuelle, dos cajas de resonancia y un aspecto mecánico”, explica.
Escuche aquí este viaje sonoro por cada uno de los instrumentos que antecedieron para dar origen a lo que se conoce hoy como el acordeón: