Laurens Hammond fue un ingeniero e inventor estadounidense nacido en Evantosn, Illinois, en 1895. Fue un niño prodigio tentado por la mecánica. A los 14 años desarrolló el primer sistema de transmisión mecánica para automóviles y a los 25 se interesó por la relojería, aventura que dejó para la historia el motor eléctrico “síncromo” que, desarrollado en un principio para competir con el tradicional reloj a cuerda, fue la cuota inicial de un excéntrico instrumento musical que, en las décadas de los sesenta y los setenta, logró amplia popularidad en escenarios tan variopintos como el jazz, el soul, el funk, la bossa nova, la música andina colombiana y la cumbia.
En 1933, Hammond compró un viejo piano al que le desmontó todo su mecanismo menos las teclas. Sobre ese teclado experimentó la electrónica y la mecánica del sonido que ya se habían aplicado en el Telharmonium, el primer instrumento musical que hizo uso de las técnicas electromecánicas de generación de sonidos a través de una gigantesca “rueda sónica”. La versión moderna y simplificada de aquel armatoste inventado en 1900 por Thaddeus Cahill se llamó órgano hammond, un instrumento inusual que a través de 91 sonidos combinables y pedales para los bajos, emulaba a los órganos de tubo. Al ser portátil se popularizó en las iglesias protestantes y en muchos hogares. Aunque Henry Ford y Tomas Edison contribuyeron a su fama, fueron los músicos de góspel, blues y jazz los que proyectaron su sonido que se puede describir como profundo, elegante y grandilocuente. Quizás el más recordado y emblemático de todos ellos fue Jimmy Smith, uno de los artistas icónicos del sello Blue Note.
Crucial en la historia del jazz y del blues, el órgano hammond también fue uno de los principales instrumentos en la década de los sesenta cuando se puso de moda aquel estilo de música llamado –no sin algo de desprecio- “easy listening”. Frecuentemente asociado a la música de elevador, a la música ambiental y recientemente al “lounge”, este tipo de sonidos pomposos, hicieron mella en el ámbito latinoamericano. En el continente se asimiló, como era de esperarse, a través de los sonidos en boga: en el manbo con Pérez Prado, en la bossa nova con Walter Wanderley, en el ska con Jackie Mitoo y toda una serie de sonidos antillanos interprertados por el venezolano Tulio Enrique León, y los organistas panameños Avelino Muñoz, Lucho Azcárraga y Emilio Muñoz.
En Colombia, durante toda la década de los sesenta y parte de los setenta, emergió algo que podríamos llamar la “escuela del órgano hammond en la música popular”. En los terrenos andinos de los bambucos y los pasillos el gran revolucionario fue el único e inigualable Jaime Llano González. Por su parte Manuel J. Bernal, su hermano Alejandro Bernal, Fabio Páramo, Gabriel Mesa, Julio García y, eventualmente, Juancho Vargas, interpretaron un repertorio variado que incluía cumbias, merengues, vallenato, fox, twist, Calipso y baladas. De todos ellos Francisco “Pacho” Zapata se destacó por ser un prolífico compositor, un soberbio arreglista y un diestro intérprete del piano, el solovox y, por supuesto, el órgano hammond. Su nombre, aunque debería de permanecer en un mejor lugar dentro de la memoria de los colombianos, está ligado a sucesos musicales locales con aire de leyenda como los Teen Agers y los Ocho de Colombia.
Los Teen Agers, fundados en 1956 por el guitarrista Juan José Veléz, el acordeonero Octavio Velásquez y el baterista Luis Fernando Escobar, fue una de las bandas juveniles más afortunadas de la historia reciente de la música colombiana. La mezcla ingenua y arriesgada de bolero, cumbia, mambo, guaracha, rock, bluesy samba, creó escuela para la posteridad. Aunque desprestigiados por la simplificación de los ritmos tropicales, los Teen Agers fueron aventurados exploradores. Luego de una primera etapa con el pianista Ánibal Ángel, en 1960 un imberbe músico nacido a principios de los años cuarenta en Támesis, Antioquía, tomó su lugar. Con la llegada de Francisco Zapata a los Teen Agers el sonido varió por completo hasta abandonar el rock por el desmadre tropical. Durante casi una década como arreglista, pianista y organista de los Teen Agers, Francisco Zapata los condujo a los terrenos más agrestes de la cumbia y la descarga.
Mientras Francisco Zapata lideraba con entusiasmo a los Teen Agers, también se convirtió en uno de los artistas mimados de Codiscos, empresa con la que alcanzó a grabar una docena de discos en los años finales de los sesenta. Es en esos registros donde podemos dar cuenta de su obsesión por la cumbia y algunos ritmos antillanos. Sorpresivamente, aunque se trató de una figura mediática en aquellos esplendorosos días, su prestigio como músico innovador ha pasado desapercibido. Más allá del prejuicio, el inmenso aporte de Zapata a la cumbia moderna –y por extensión a la música tropical colombiana- está aún por descubrirse de nuevo. Así podríamos celebrar con mayor algarabía la memoria de un músico osado que a pesar de su portentoso prontuario, murió olvidado el 17 de mayo de 2011 en Santa Marta.
En la Radio Nacional de Colombia lo recordamos con una galería que contiene las portadas más vistosas de sus grabaciones con el sello Codiscos.