Hay diferentes versiones, fechas y relatos sobre cómo nació Evitar, hoy por hoy uno de los corregimientos de Mahates, en el departamento de Bolívar.
Pero a pesar de ello, hay un dato que coincide: según la tradición oral caribeña, el origen del pueblo y su nombre obedecen a una reyerta por el honor de una mujer entre dos familias, Los Herrera y Los Payares.
Los Herrera, después de un tiempo, decidieron abandonar el pueblo. “Nos vamos para evitar más confrontaciones”, dijeron. Y así quedó bautizado aquel asentamiento que ha sido cuna de grandes cantaoras de bullerengue.
Una de ellas es Juana María Rosado Herrera, heredera de una dinastía coronada por su abuela, Juana García Blanquicet; seguida por su madre, Martha Herrera García, y su tía Juana Emilia Herrera García, la famosa ‘Niña Emilia’, excelsas bullerengueras. Además, es prima en segundo grado del gran Magín Díaz.
Con esa herencia musical, no había manera que Juana Rosado no fuera otra cosa que cantaora.
“Mi abuela se murió cantando bullerengue en la cama. Cuando ella supo que había llegado la hora de la muerte mandó a buscar a su hermana en Gamero, y mi mamá y mis tías también se pusieron a hacerle los coros. Mi abuela se sentó en su cama y se puso a cantar con ellas hasta que se murió”, le reveló alguna vez Juana María Rosado a Manuel García Orozco, conocido como ‘Chaco’, investigador y productor musical que ha impulsado la internacionalización del bullerengue.
Precisamente ‘Chaco’, quien trabajó con Petrona Martínez, incluyó a Juana Rosado como una de las cantaoras principales de ‘Anónimas y Resilientes,
Voces del Bullerengue’, una joya musical y documental que contó con la participación en los coros de una hermana suya, Rosa Matilde Rosado Herrera, a quien Juana le compuso la canción ‘La hermana mía’, incluida en ese álbum.
“A nosotras nos enseñó a cantar mi mamá. Cuando ella estaba viva, yo era la corista. Le contestaba los coros y ahí aprendí a cantar. Ella me decía: ‘me voy a morir y no voy a tener una hija que sepa cantar’. Yo le decía a mi mamá: ‘Yo sé cantar, lo que pasa es que yo soy muy montuna, me pierdo’, y usted sabe que cuando uno está perdido en realidad está ahí mismo y no da pa’ encontrar el camino”, dice en medio de carcajadas Juana Rosado.
Ella, al igual que ocurrió con su mamá y su tía ‘La Niña’ Emilia, está conociendo las luminarias de los grandes escenarios a una edad avanzada. Nació en mayo de 1939 y solo hasta los 70 años supo lo que era salir de su pueblo a cantar con su propia agrupación, aunque en la década del 80 tuvo algunas apariciones con Los Auténticos de Gamero.
Próxima a cumplir 85 años, Juana conserva la vitalidad de sus años mozos reflejada en su voz, que no ha perdido potencia ni brillo.
“Es que le digo que para mí es una alegría cantar, una emoción que carga uno. Yo me puedo sentir todos los dolores en mi cuerpo, pero cuando yo me pongo a cantar, que ya yo estoy emocionada por mi canto, entre más canto más quiero y mejor me siento. Es un realce para mí, se me quita todo”, asegura.
De acuerdo con ‘Chaco’, “en la tradición bullerenguera, la cantadora es una respetada matriarca: una conocedora de los cantos, mitos y leyendas, la medicina herbal tradicional, y los rezos, que guía a su comunidad a través de la música”.
Todas esas cualidades se resumen en la figura menudita de Juana Rosado, la que ríe porque sí y porque no; la que camina despacio, pero canta fuerte. Y la que lleva sobre sus hombros la herencia de una dinastía que tiene bullerengue para rato.
A ella —lo dice con convicción y firmeza— nunca se le quitarán las ganas de cantar. Y el día que se muera, quiere hacerlo como su abuela: cantando en su lecho, y con su hermana y sus herederas respondiéndole los coros.