Hoy es un día insoportable, un día en que la poesía colombiana se escribe con lágrimas.
Hoy falleció Juan Gustavo Cobo Borda, uno de los hombres que, en otro momento, llamé “guardián de los libros”. Lo hice intentando resaltar cuál era su importancia, por su trabajo como poeta, editor y gestor, en el panorama literario colombiano. Un trabajo que permitió a muchos de nosotros conocer obras que nos transformarían como lectores.
La noticia de su muerte cayó como una hoja afilada que poco a poco se fue insertando entre las costillas. La razón es que desde hace varios días estaba sufriendo problemas de salud debido a complicaciones respiratorias. Sin embargo, y pese al pronóstico reservado, todos guardábamos la esperanza de que su corazón y su cuerpo resistieran el ahogo, que el aire no se ausentara de sus pulmones.
Pero al final, el beso de la muerte, que es inclemente y siempre se lleva primero a los mejores, le quitó el aliento y se lo llevó. Pero, eso sí, nunca se podrá llevar lo que Juan Gustavo hizo por nosotros: sus más de diez poemarios, las ediciones de Eco que editó y en las que analizó nuestro mapa literario latinoamericano, sus ensayos en los que revisó y contextualizó a grandes artistas contemporáneos como Fernando Botero, Álvaro Mutis y García Márquez.
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Tampoco se podrá llevar la colección Biblioteca Básica Colombiana, publicada por el Instituto Colombiano de Cultura, en la que construyó un panorama literario de Colombia que nos permitió hacernos una idea de quiénes éramos.
La muerte se lleva la carne y los huesos. Pero el aliento de las palabras de Juan Gustavo Cobo Borda siempre estará susurrándonos al oído. Más aún en los pasillos de Radio Nacional de Colombia, el lugar donde nos estuvo acompañando los últimos años, recordándonos que no vale la pena vivir si no hay poesía.