Crédito: Angélica Blanco / Radio Nacional de Colombia
Carlos Buitrago
Diez días antes del 20 de julio de 1810, en Socorro, que para entonces era una de las ciudades más importantes de Colombia, tuvieron lugar las revueltas suficientes para que se declarara la independencia de sus gentes por sobre el gobierno de la corona española.
“El pueblo vejado y oprimido, y no hallando protección en las leyes que vanamente reclamaba, se vio obligado en los días nueve y diez de julio de mil ochocientos diez a repeler la fuerza con la fuerza. Las calles de esta Villa fueron manchadas por la primera vez con la sangre inocente de sus hijos, que con un sacrificio tan heroico destruyeron la tiranía”, se lee en la Constitución del estado libre e independiente de El Socorro, firmada el 15 de agosto de 1810.
Ganado el terreno, cientos de santandereanos liderados por socorranos emprendieron el viaje hacia Santa Fe de Bogotá para contribuir en la causa. Prueba de ello, los múltiples nombres de letrados que estamparon su firma en el acta. Pablo Francisco Plata, Emigdio Benítez Plata, José Antonio Amaya Plata, Juan Nepomuceno Azuero Plata, Andrés María Rosillo y Meruelo, Miguel Rosillo y Meruelo, además José Acevedo y Gómez; y el zapatoca Francisco Javier Serrano Gómez.
Todos, en representación de la gente trabajadora que para la época vivía del comercio, en especial de la hoja del tabaco, uno de los cimientos de la economía, y que años atrás, al término del siglo XVIII, terminó siendo la chispa que prendió el alboroto. El impuesto de la Armada y Barlovento, una alcabala que reunía más de diez cobros, llenó de motivos a los comuneros para que ardiera la efervescencia de la revolución.
“Viva el rey y muera el mal gobierno”, no solo fue la consigna de Manuela Beltrán mientras rompía los edictos con los nuevos impuestos. Era un sentimiento generalizado que se le endilgó a esta mujer, recientemente desmitificada por cuenta del presidente de la Academia de Historia de Santander, Armando Martínez Garnica, en una conversación de lujo con el perspicaz periodista Pastor Virviescas.
Con la experiencia en la sangre por la revolución comunera, y la fortaleza que se labraba un campesino en estas tierras agrestes de esta región, los santandereanos metían la mano al fuego cuando lo consideraban justo, sin pensarlo dos veces. Por eso, Ludwing Barajas, un historiador y vigía del patrimonio en Bucaramanga, es enfático en afirmar que el mismo Bolívar pedía que sus batallones tuvieran entre sus filas a santandereanos de todas las estirpes, consciente de su valentía.
“Y no solo hombres, sino mujeres, porque era de los únicos pueblos en los que las mujeres se vestían y se armaban como si fueran hombres, de ahí la fama de que la mujer de Santander es arrecha”, dice, y luego extiende su comentario con una risa socarrona: “no es porque la mujer sea malgeniada”.
En sus libros, el historiador Horacio Rodríguez Plata dejó por escrito, por ejemplo, el recorrido que hizo el Batallón Socorro al mando de Pedro Monsalve.
“Fue el último en rendirse a la conquista española y luego reintegrado, venció en Boyacá, pasó a Venezuela, se inmortalizó en Carabobo, combatió con Bustamante en El Callao, luchó con Sucre en Pichincha y coronó victorioso con Córdoba la cima de Ayacucho en donde plantó la bandera de la redención, bordada por las patriotas mujeres socorranas”.
Nueve años después y tres días antes de la Batalla de Boyacá, los santandereanos volvieron a ser cruciales, si es que no definitivos, en la gesta de Simón Bolívar. Sobre el río Pienta, a la entrada del pueblo Charalá, miles de hombres y mujeres armados con más valor que herramientas, frenaron a uno de los ejércitos más crueles de la corona en tierras neogranadinas.
Los locales, avivados a rabiar por el fusilamiento de Antonia Santos días antes, atacaron con lo poco que tenían, y, en cambio, recibieron una represalia sanguinaria que terminó con cientos de cuerpos arrumados, unos sobre otros como escarmiento. La gesta de estas gentes, entonces contada por un hombrecito que temeroso se escondió entre los muertos para sobrevivir, apenas hace diez años dio frutos. El entonces presidente Juan Manuel Santos declaró Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación al municipio, exaltando su aporte a la gesta libertadora de Colombia.
De no haber sido así, ese ejército real se sumaba a las filas del Coronel Barreiro y la Batalla de Boyacá pudo haber terminado diferente. En tal sentido, Ludwing Barajas cree que Santander no jugó un papel en la Independencia. Según él: “Santander hizo a Colombia”; esta frase la mencionó en medio de una conversación en la que alternaba relatos de Francisco de Paula Santander y las gestas heroicas del departamento que lleva por nombre su apellido.
213 años después, la historia se sigue contando desde una “mitología patriótica, romántica y liberal”, como diría Armando Martínez Garnica. Enalteciendo la figura de los mismos próceres, cuyos nombres se aprenden de memoria en las clases de historia, y pasando por alto a esos seres anónimos que pensaron ciegamente en la causa, pero la historia nunca los escribió en sus páginas.