Para quienes han tenido la oportunidad de hacer parte de la Expedición Científica Seaflower, siempre quedan enseñanzas, aquellas, que no solo se transmiten a través de las voces de quienes por años se han dedicado a estudiar los ecosistemas y las especies. Hace falta estar abiertos a escuchar los sonidos de la naturaleza y aprender a apreciar su belleza.
“Vivimos en un paraíso con hermosos paisajes, gran cantidad de árboles y animales que buscamos proteger: como la iguana, la tortuga y otras especies. De esta manera poder preservar nuestra reserva de biosfera”, asegura Alortha Bent, quien ha participado en dos oportunidades en la Expedición Científica Seaflower, como ayudante de cocina.
Esta mujer raizal asegura, con convicción, que es bueno conocer lo que se tiene, para poder disfrutarlo y transmitirlo a las nuevas generaciones y que ellos conozcan la importancia de cuidar los recursos para que no se acaben.
“Yo hablo mucho con mis hijos, quienes hacen pesca de buceo. Busco que sean conscientes de no atrapar los animales más pequeños cuando salgan a bucear o cuando vayan al monte. Necesitan entender, desde ahora, que hay que cuidar a todos las especies para que puedan crecer y reproducirse, y cuando ellos tengan sus hijos pueden transmitirles lo mismo”, añade.
Durante los días de excursión a Cayo Bolívar (East South East Cay), en septiembre del año 2022, sagradamente a las 5:00 de la mañana, Alortha ya se encontraba en pie, realizando los preparativos para la primera comida del día, junto a sus compañeros de cocina, Adrián Robinson y Ronald Archbold, quienes no solo se encargaron de proveer de alimentos a los investigadores, sino de irradiar el espacio con alegría, música, amabilidad y toque de la personalidad de cada uno.
Así como esta isleña, muchas personas de la comunidad han ido tomando conciencia de la importancia de proteger los recursos naturales de la reserva; pescadores, estudiantes y otros actores sociales, que han participado de la Expedición Seaflower, iniciativa que surgió en el año 2014 como un esfuerzo interinstitucional entre el Gobierno, la Armada Nacional, la Dirección General Marítima (Dimar), Coralina, y otras entidades que con los años se han ido vinculando
“Profesional y personalmente es una experiencia enriquecedora. Interactuar con científicos, profesores dedicados a la ciencia y la comunidad, que cada vez está siendo más parte de ello; pescadores, capitanes marineros, es un ambiente muy interesante donde hay realmente una transferencia de conocimientos y capacidades”, manifiesta Juliana Acero, bióloga con especialidad en conservación de la vida silvestre y ecología marina.
Para Acero, participar en la expedición Seaflower tiene el propósito de conocer la reserva, entender qué se puede hacer para mejorar y protegerla, una experiencia única ya que no todo el mundo tiene la oportunidad de vivir, como en esta última oportunidad. “Pocas personas pueden decir que estuvieron en un cayo un mes entero”.
También, está el testimonio de quienes estuvimos detrás desde el primer día, interactuando con cada uno de los científicos y expertos, quienes nos transfirieron un poco de conocimiento y nos contagiaron de ese amor por los ecosistemas y especies que los habitan
Salir desde tempranas horas en una lancha, equipados con bloqueador solar, agua y refrigerio para poder soportar largas jornadas de trabajo de campo de quienes parecen no fatigarse, como si su pasión por el trabajo nunca lo permitiera.
Aprender, después conversar con los investigadores sobre temas poco conocidos como, que es un patrimonio cultural sumergido, o comenzar a ser más consciente de la importancia de los arrecifes de coral, de especies como el pez loro, y entender que todos podemos aportar para la conservación de los distintos ecosistemas de Seaflower.
Esteban Herrera, realizador audiovisual de Radio Nacional de Colombia, afirma que esta fue una experiencia interesante, pese a que la travesía a cayo Bolívar no fue su primera expedición. “La diferencia es que esta vez haría parte de los buzos; la emoción, los nervios el asombro iban conmigo” asegura.
“No era nada rutinario, aunque siempre se hacía lo mismo: levantarse, desayunar, alistar las cosas, devolvernos, descargar material. Sin embargo, todos los días había nuevos afanes o a venturas”, añade Herrera, para quien lo más sorpréndete de toda esta experiencia fue ver y escuchar de cerca a los delfines.
De la expedición quedan muchas lecciones a quienes nos hemos involucrado en esta travesía de alguna u otra manera. Se aprender a valorar más los recursos naturales, a sorprenderse con la magia que transmite la belleza de los ecosistemas y entender que, aunque no lo parezca, todo está conectado, desde Seaflower hasta el centro del país.