En julio de 2007 se escuchó por última vez la voz Benigno Villamil, quien alternaba su vida entre cultivos y la familia con la que se reunía cada dos meses y hablaba mínimo una vez por semana. En una de esas llamadas, Benigno le contó a su esposa que el orden público estaba pesado, pero jamás imaginaron que esto les tocaría tan de frente y que estas serían las últimas veces que el teléfono sonaría. Semanas después de no saber de él, nadie daba razón de su paradero, cuenta Paola Villamil, profesora del área rural en Mesetas, Meta, la menor de sus cuatro hijos.
La idea de un secuestro quedaba descartada, jamás les pidieron algo a cambio de un rescate o información, Paola prefería la versión de que había sido golpeado hasta quedar inconsciente y guardando esta esperanza, buscó su rostro por casi 15 años.
Media vida sin respuestas, sin poder cerrar el ciclo, sin tener un cuerpo al que sepultar, en su lugar sepultó hace poco la esperanza de encontrarlo.
Con los años recibieron indemnización, pero nada llena ese vacío. Ciertas fechas, como el aniversario de su última llamada o del último cumpleaños, hacen que, marzo, julio y agosto, traigan tristeza, pues, aunque su padre siempre tuvo un carácter fuerte y era poco expresivo, ella por ser la menor era su consentida: “esas son las fechas más difíciles en las que ha sido imposible no recordarlo, era muy especial por esos días, recién había cumplido mis quince…”, cuenta Paola.
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Si alguien lo conocía mejor era su mamá, compartió muchos años con quien sería su primer y único amor. Aunque afirma el proceso de ella ha sido lento, tiene claro que no hay ninguna esperanza, igual opinan sus hermanos mayores quienes desde el principio no alimentaron la ilusión de hallarlo con vida.
Ella insistió un tiempo haciéndose pruebas de ADN que pudieran relacionar coincidencias en fosas comunes, pero nunca encontró nada, ninguna prenda, ningún objeto relacionado, ninguna respuesta.
“Tenía mucho miedo de encontrar algo, ahora pienso que encontrar hubiese servido para cerrar ese ciclo… yo no puedo ir a un funeral, no puedo dar un sentido pésame”, cuenta Paola Villamil.
Cerrar esa puerta a la esperanza y despedir a sus seres queridos sin tener algo tangible, no es fácil para las familias buscadoras, por esto la región Comité Internacional de la Cruz Roja acompaña procesos de denuncia enlazando familias con organizaciones de búsqueda o con medicina legal para la reclamación de cuerpos, en caso de confirmarse el fallecimiento y poder darles digna sepultura.
Para acompañar a las familias en su búsqueda en la región se encuentran organizaciones civiles, de víctimas y firmantes de paz, madres buscadoras y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, entidad que en 2021 reportó 12 puntos de interés forense en el municipio de El Castillo, Meta, con posibles fosas de civiles y excombatientes desaparecidos.
Benigno no es el único desaparecido de su familia, la madre de Paola recibió información sobre un sobrino de su esposo, que, al parecer, entre su carga permitió el paso de equipos de un grupo armado, con el tiempo sus rivales tomaron represalias contra él. Según algunos testimonios trajeron a Benigno y le consultaron si eran conocidos, él en efecto lo reconoció, pero su sobrino, quizá en su interés de protegerlo, negó su parentesco.
“Dentro de su dureza defendía a su familia y aunque fuera un sobrino lejano, él estaba presto para cuidar”, agrega Paola mientras afirma que esta hipótesis da una idea más cercana a la realidad, porque alguna vez Benigno comentó que su sobrino trabajaba moviéndose en el territorio con carga de productos agrícolas.
Esta conclusión es resultado de corroborar versiones de algunos exmiembros de grupos armados que, al estar privados de la libertad, aportan a la verdad, y aunque no le regresan a la familia algo tangible, dan una respuesta y esto brinda un poco de tranquilidad.
Paola no tiene claro qué grupos armados están involucrados, dice no tener idea, para ella todos los grupos que ejercen la violencia entran en la misma categoría, sin diferenciar. “Por muchos años cargué mucho odio, pero todo es un proceso y se aprende a perdonar. Al principio de todo esto, del proceso de paz, tenía una postura diferente, estaba en contra de todo, pero con el tiempo entendí que más guerra y más odio no acabaría con esto", cuenta.
Finaliza con una reflexión que su trabajo como docente rural le ha enseñado “en este momento que estoy influyendo en la vida de niños y familias que, quizá han vivido la violencia más de cerca, creo que el perdón puede ayudarle a la infancia y puede hacer que este país crezca”.