Las formas de viajar por el mundo son tan variadas como propuestas para hacerlo. Están los que subidos a una idea recorren ciudades, los que anclados a un paisaje lo imaginan, y los que encienden su motor, y lo nombran a medida que lo van dejando atrás.
Juvenal Quintero es al igual que muchos otros hombres, conductor de un camión, viaja en su propia cabina cargando no solo el material que necesita llevar a su destino, sino las horas que cicatrizan en sus manos esa experiencia necesaria para las carreteras que debe enfrentar todos los días.
El anecdotario es un relato inquieto que narra su mirada: alza la vista buscando el sol que distiende sus nubes para encontrarlo trabajando, la lengua se tiende sobre el paladar a medio día justo cuando el hambre llama, y en la noche solo basta con emprender un viaje de dos palabras y cinco pasos para llegar a casa y descansar.
Juvenal vive en su propio camión. Para el hombre que domina su vida el espacio es solo lo que hace falta para no perderse de sí mismo, y es esta la razón de aquel vehículo que utiliza para recorrer el mundo es el mismo que luego lo ayuda a detenerlo.
En Colombia celebramos el día del transportador el 16 de julio, encomendados los volantes a la Virgen del Carmen para que la carretera sea mansa frente a sus deseos. Nuestro protagonista vive en un país en el cual esta celebración es poco o nada escrita en los calendarios; sin embargo, si hay una sola razón para creer que existe algo que cubre su vehículo todos los días, realmente lo creerá.
Las jornadas de trabajo de Juvenal son en medio de una cascada helada que tapiza el suelo y lo “viste de novia”. En medio de la nieve es la luz la que abre el camino de su vehículo, un camión azul oscuro que carga en su parte trasera lo encomendado del día, y que a ritmo mesurado gobierna con empoderado tránsito el suelo que ya no lo sorprende.
Las tormentas son constantes, el viento empuja a la nieve sobre el parabrisas y lo ensucia, la visión es tan nula como para el que ejerce sin pasión.
Para el gremio solo hay un lenguaje, el compañerismo. En grupos o caravanas los viajes se reducen a calcular distancias entre conductores, los ojos son también guardianes del alma un vistazo indebido, un pestañear súbito o un movimiento en falso puede ser cómplice de la tragedia.
A veces las palabras no pueden encasillar una escena, pero la memoria sin querer captura e inyecta todo lo que empuja a la persona a salirse de sí misma. En uno de esos trayectos Juvenal estuvo sospechando la ausencia de uno de sus colegas que, en un intento de comunicación, se perdió por completo. Sin embargo, las horas eran inclementes en su paso por la nieve, que igual de congeladas resbalaban por los dedos de quien las intentara tomar.
La nieve obliga a que los camiones deban ser encadenados. Juvenal desafió al frío en un intento de no extender la tragedia que ya se aproximaba, con los camiones encallados a la orilla de la nieve, que ampliaba su saludo hasta la otra orilla de la calle.
A medida que terminaba de encadenar su vehículo, Juvenal cuenta que podía ver levemente otro camión a metros del suyo, que sin mayor intervención estaba estacionado entre la nieve, como exonerado del frío que cobijaba todo lo que le rodeaba. Pasadas algunas horas el camión de Juvenal comenzó a desencadenarse fruto del hielo negro que revestía las llantas del camión, y la alerta fue el primer signo de vida en aquella escena en medio de una larga carretera.
En total, y con el último camión que se aproximó, eran ya tres vehículos guardando sus distancias. Las horas dentro del metal eran eternas, la noche era una sombra perdida que se extendió cubriendo el cielo, el viento silbaba y su eco traía únicamente poco más que evidencias de soledad. La luz comenzaba a asomarse por los picos de las montañas. La tormenta de nieve cesó
Juvenal al revisar los camiones cercanos se encontró con otro camionero, y estos dos decidieron visitar al desencadenado que se encontraba a metros de allí. Avanzaron con pasos coordinados cuyo ruido era absorbido por la nieve, parecían descalzos en su sala de estar.
Al momento de llegar al camión entendieron la razón por la cual este camión no presentaba signos de haber sido utilizado. Su conductor estaba contra el parabrisas, recostado encima del volante, con sus brazos rodeando su cabeza y el cuerpo entumecido.
A pesar de lo que pudieran hacer, el conductor estaba muerto, el frío había tomado su cuerpo y no lo soltó hasta tomarlo por completo y haber fundido sus latidos mezclados con la nieve. Todo era sorpresa, un colega había fallecido en las labores, el clima no perdona a quien no se siente preparado para dominarlo o por lo menos, para tenerle un ápice de respeto.
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Las autoridades llegaron a la escena para llevarse al camión y al sujeto que entregó su vida al trabajo.
El transportador encara el mundo yendo de frente hacia él, lo toma entre sus manos y redondea la dirección de lo que hace encaminado siempre conociendo su destino. Este día del transportador recalcamos esta gran y demandante labor, que somete al frío, al hambre y al tiempo a la merced de los deseos de sus trabajadores, que al igual que Juvenal, han vivido alguna experiencia particular debido a su trabajo.