Por: Richard Hernández
En la capital colombiana aún se pueden encontrar algunos oficios que nos recuerdan a esa Bogotá antigua: el muchacho que carga su burro con los desperdicios de los restaurantes para llevarlos a las marraneras de algún rancho, los lustrabotas encorvados por el tiempo y por su labor de sacarle brillo a los zapatos de sus clientes fieles, las familias de loteros que por generaciones ofrecen la suerte a miles de transeúntes, un escribiente con su vieja máquina “Brother” en donde todavía realizan derechos de petición, tutelas y promesas de venta.
En el barrio La Candelaria entre carreras sexta y quinta, al lado de uno de los primeros parqueaderos modernos de Bogotá, se encuentra una pequeña caseta con el nombre de ‘Relojería súper’. Se llega a ella subiendo por la Calle del Rosario (calle 12), después de pasar por una de las dos salas de cine porno que aún quedan en la ciudad y que cerraron sus puertas por la pandemia.
Desde hace 49 años este compartimiento se convirtió en el sitio de trabajo de Pedro Pablo Méndez, un relojero nacido en Pacho (Cundinamarca) que llegó a Bogotá cuando tenía 11 años, en 1958.
“Yo soy egresado de relojería mecánica del Sena (1968-1970). En ese tiempo se llamaba así, ahora se le dice técnico electrónico. A este lugar llegué el 18 de octubre de 1971. El parqueadero todavía olía a nuevo y era una novedad porque tenía 10 pisos. Este establecimiento lo donaron unas señoras a la beneficencia que era quien lo administraba. El parqueadero ha estado arrendado a muchas personas. Aquí estuvo la firma Parking, que fue la que me recomendó con los que están actualmente”, señala Pedro Pablo.
Este sector, aparte de su pasado histórico y por el gran número de universidades que hay a sus alrededores, también se conoce por sus finas joyerías y relojerías. A don Pedro a veces estos negocios le mandan clientes por la gran experiencia que él tiene en ese oficio y por su puntualidad a la hora de entregar los trabajos.
“Lo que más molestaba en esos relojes era el eje volante: un golpecito y se despuntaba. A veces cuando no se conseguía el volante, entonces se conseguía el eje. Tocaba bajar el balancín, el espiral y el platillo. Luego bajar el eje del balancín y montarle el eje nuevo y hacerle de nuevo la repartición. Los repuestos eran suizos y los conseguía acá a la vuelta donde el famoso Walter Levi, en el “12-27, 203”. Ya ellos no venden repuestos, solo herramienta para joyería. También estaban los famosos Calvo de la calle 17 con la carrera séptima”, comenta.
Además, don Pedro goza de una buena memoria sobre las diferentes marcas de relojes que han pasado por sus laboriosas manos y de los nombres de los negocios y vecinos de la zona.
“Anteriormente estaba el reloj de cuerda y el automático, En los años ochenta comenzó a llegar el cuarzo. Primero llegó el digital y después apareció el análogo y después ya estaban ambos relojes en uno. En esa época las marcas de relojería eran el Invicta, el Lanco, Cornavin suizo, el Mido, el Rado, y el famoso Pierce. También estaba el Omega, Longines, el Bulova y después comenzó a llegar el Rolex”, señala.
Don Pedro ha logrado conseguir un variado número de clientes con los años: magistrados, abogados, médicos y miembros de la Policía Nacional de diferentes rangos. También vecinos de barrios como Egipto, La Concordia, Belén y estudiantes de diferentes universidades y colegios.
“A veces llega un cliente para cambiarle la mica o el pulso a un reloj. Cuando uno le pregunta cuánto hace que lo tiene, responde que ese reloj era del abuelo. Entonces yo miro a ver si hay repuestos porque ya es un poco difícil conseguirlos. Pero si logro arreglárselo ese reloj puede seguir funcionando por otros treinta años, son máquinas muy buenas”, comenta.
En nuestro país, uno de los relojes de bolsillo más famosos fue el ‘Ferrocarril de Antioquia’, hechos por un relojero suizo. Sobre este tipo de reloj don Pedro comenta: “a mí me llegan muy pocos, el de tres tapas y el de tablero de piedra que era una joya. El que tiene un reloj de esos hoy no lo vende por ninguna plata. Eso es una máquina que ya no se ve. Hace 35 años uno reparaba un reloj de esos y en esa época ya tenía 30 años de servicio”, dice.
Don Pedro tiene un “relojito de pobre”, como él llama a un D´ Mario” que recibió de un negocio. También tiene uno que dice que es una “monedita”: un Sandox, el cual lleva con él más de 25 años. Pero para él su reloj preferido es el Rolex, que conoce a fondo porque a la semana le llegan a su caseta dos o tres de ellos para certificar si son originales. Para esa labor utiliza una llave especial para destaparlos y comprobar su autenticidad.
Desde niño don Pedro quedó maravillado con el funcionamiento de los relojes y de ahí nació ese amor por esta profesión, la cual dice que nunca se va acabar porque se necesita de una persona que pueda cambiar una pila y un módulo. También cuenta que la relojería aparentemente parece que fuera fácil pero que tiene su ciencia y toca tener la herramienta adecuada.
“El mismo reloj le enseña a uno. Por ejemplo, el reloj digital trae el mismo rodamiento de ruedas, lo único que cambia es el integrado. El reloj automático trae volante. El digital trae el rotor que es el que recibe la corriente a la bobina y se la manda a la pila. Sin embargo, yo sigo actualizándome porque la relojería nunca se termina. En la relojería es muy difícil que alguien diga ‘yo me lo sé todo’”, comenta.
Don Pedro vive con su esposa en el barrio Ciudad Alsacia, el cual queda en la calle 13 con avenida Boyacá. Tiene una hija que es ingeniera civil. La mayor parte del tiempo la pasa en la caseta del centro arreglando relojes y mirando por la ventana de su vitrina el movimiento que ocurre por la calle 12, la cual ha visto como se ha transformado durante 50 años.
“La calle era más amplia. había unas bahías donde estacionaban los carros y los buses del Instituto Comercial Moderno de don Manuel Muñoz y la señora Clarita, que ya fallecieron. Al frente quedaba la Notaría Quinta del doctor Guillermo Anzola y a la vuelta la Notaría Décima del doctor Aníbal Turbay Ayala. También recuerdo cuando el edil chocoano Libardo Asprilla puso una pescadería en esa cuadra. Hasta los extranjeros no se van sin tomarle una foto a la relojería”, dice orgulloso don Pedro Pablo Méndez, ‘el relojero de la calle 12’.
“Uno en la vida tiene que ser consciente si quiere comenzar una profesión, así sea conduciendo un carro, de que tiene que ser cuidadoso. Antes de dedicarme a este oficio a mí me gustaba mirar los relojes, esa era mi profesión. La he sostenido y mientras yo pueda trabajar y ejercer mi profesión, lo haré con cariño y responsabilidad”.