Es tan solo una parte de la historia de la gran pianista colombiana, que a lo largo de este año ha celebrado sus 80 años de vida, sin abandonar lo que más ama, tocar piano, del cual se enamoró a sus pocos años de vida, en una historia de película, venciendo el dolor, el rechazo, el clasismo y el racismo que hasta en su propia casa sufrió.
A manera de cierre de este año de celebraciones, se publica ‘Teresa Gómez: Música, toda una vida’, una biografía escrita por la investigadora Beatriz Helena Robledo, con una historia que es un ejemplo de vida, de lucha, de constancia, donde la música fue vital y hasta salvadora.
Manos prodigiosas
¿Cómo nació la idea de esta biografía?
Desde hace mucho tiempo, desde los años noventa, que por qué no escribía sobre mi vida. Un día, me encontré con un maestro Zen y le conté lo que me estaba pidiendo, a lo que él me respondió: “Si tienes algo que decir, escríbela”, pero no lograba encontrar lo importante en mi vida como para contarlo.
Solo hasta hace unos años decidí que quería contarla, que algo le podía servir a los jóvenes, y en lo musical también, porque para mí la música ha sido una vocación, casi un sacerdocio, un compromiso de vida. Si estás haciendo lo que amas, se convierte en un escudo, en una protección que te da la vida para poder hacer tu obra.
¿Una construcción de una obra desde muy joven?
Desde muy niña. Empecé a los tres años sola. A los cuatro años y medio empezaron a darme las clases. Todo en Bellas Artes, donde me adoptaron mis padres, lo que me permitió entrar en un mundo mágico, porque estaba en constante contacto con la pintura, el ballet, el teatro, con la oportunidad de conocer grandes personajes.
Más allá de las privaciones que puede tener una niña negra en el ambiente en el que yo vivía, el sueño mío siempre fue jugar con el piano.
¿Su mundo era el teatro Bellas Artes, donde su padre trabajaba y vivían?
Era mi mundo. Afuera era otro mundo, porque en Bellas Artes no había ni clasismo ni racismo, sentía que todos éramos iguales. Además, me crie en un mundo muy adulto, y los adultos siempre me apoyaron, porque el mundo de los niños para mí fue un poco ajeno, no contaba con ese mundo, y menos en ese barrio, que era de gente muy rica.
Sus padres adoptivos claves en toda esta historia…
Mi mamá era muy realista, muy racista y hasta clasista, pero era una mujer bonita. Yo conocí el racismo a través de ella, quien me veía blanca. Tenía su problemita, pero cuando aceptó definitivamente que tocara el piano ella fue una mujer muy feliz.
De cierta manera me quería proteger, porque las negras no tocaban el piano en esos años. Temía que yo a escondidas de todos tocara el piano en Bellas Artes, al pensar que si me pillaban nos echarían de allí.
Luego, cuando vio que podía tocarlo y hasta me daban clases, empezó a decir: “¿de dónde vamos a sacar para comprar un piano?”, o “Esa música es para ricos y para niñas bien”. Ese ‘de las niñas bien’ en Medellín siempre ha funcionado mucho, pero nunca entendí la diferencia entre las niñas bien y las niñas mal.
A los negros no se les escucha, uno como que no existe, entonces uno no opina ni pregunta, por lo que todo le toca a uno contestarse a uno mismo. Pero afortunadamente, como viví en un mundo adulto, yo sí les preguntaba y podía preguntarle a pintores, quienes me mostraron el mundo tal como era, pero también con poesía.
Marca una gran diferencia…
Fue increíble, porque eran artistas como Débora Arango, Pedro Nel Gómez, muchos paisas relevantes y muy queridos. Además, muchos me dejaban pintar, y el contacto con el color me sirvió mucho para la música, porque la música clásica es color.
¿Cómo fue su trabajo de hacer memoria para este libro?
Esa parte fue muy fuerte, muy duro, y a veces uno se arrepiente, y aparece ese miedo a que ciertas cosas muy íntimas se conviertan en rechazo. Son miedos que se van silenciando pronto porque al final, esa ha sido mi vida con todos sus matices. Me dio mucho miedo cuando la editorial me llamó y me confirmó que el libro estaba listo.
Prueba de fé
Desde muy niña se alejó de la iglesia…
Yo quería entrar al colegio de Las Carmelitas, porque era muy religiosa. Yo daba un concierto y las flores siempre eran para la virgen, era innato en mí. Mi mamá era muy religiosa, pero ella lo vivía con temor, con miedo al castigo, pero lo mío no era con temor, era ir a conversar, una forma distinta de conexión con lo religioso.
Pero Las Carmelitas me rechazaron. Mi padre llegó, y sin que supiera que yo estaba escuchando, le dijo a mi mamá que no me habían recibido por negra. Desde ahí, decidí no volver a la iglesia, para qué si allá no querían a los negros.
Con el tiempo me conecté con el movimiento Zen y el Yoga, que me ayudó mucho, porque cuando uno es hijo adoptivo tiene que resolver muchas cosas, que usualmente las haces en familia.
Muchas personas, luego de lo que usted pasó, suelen llenarse de rencor contra esa sociedad que la rechazó…
Yo no sé cómo me escapé de eso. A veces lo veo como un verdadero milagro, pero yo no soy resentida, pese a
tener motivos para serlo, con todas las privaciones y los rechazos. Yo seguí adelante.
Lo curioso es que muchas de esas personas que me segregaron después dieron la vuelta y se convirtieron en aliados.
Un negro, cuando se da cuenta de que es negro y que existen diferencias con los otros, tiene que aprender a ser negro, y una de las cosas es utilizar el silencio para poder escuchar. Yo aprendí a no ponerme brava por una segregación, aunque dolía mucho, pero no se arregla haciendo lo mismo que ellos. Cuando uno acepta que es negro, se merman la mitad de los problemas.
Yo ya hablo de todo eso que me generó tanto dolor, pero hoy ya no me duele, es como hablar de otra película, porque vivo otra realidad. Creo que eso puede ser importante en la biografía.
Queda plasmado en su primera maestra, que se ofreció a darle clases, pero que tenía comentarios racistas…
Cuando la escuché hablar, que ella nunca supo que yo la escuché, cuando dijo que yo era muy talentosa, pero lástima lo negra, me dolió mucho, pero la seguí queriendo porque fue quien me apoyó, me descubrió y se dispuso a darme clases y hasta me consiguió la beca.
Dos capítulos especiales en el libro los dedica a Bogotá…
Llegué a Bogotá a los 15 años, cuando la gente vestía con colores oscuros, con abrigos, sombreros y chalecos. Llegué a la Universidad Nacional en un momento donde estaban los grandes compositores, como Roberto Pineda y Fabio Gonzales Zuleta. Viví una época privilegiada, por lo que amé Bogotá y nunca sentí racismo, me movía con la cultura.
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Tengo hija bogotana, nieto bogotano, tuve amores bogotanos. Toda mi parte afectiva está muy ligada a Bogotá. Alguna vez tuve que irme de Medellín y en Bogotá me abrieron las puertas. Tengo mucho que agradecerle.
En algún momento no quería volver a Medellín, pero la vida me enseñó que debía reconciliarme con el lugar donde nací, donde están mis raíces. Es algo con lo que no debes pelear.
Termina un año de muchas celebraciones por sus 80 años de vida…
Ha sido increíble. Estos 80 años fue como una fiesta de 15 (risas), todos los conciertos, el libro, el mural, hicieron una sala de conciertos de cámara con mi nombre, muchos premios y homenajes. Muy agradecida, porque el resumen del libro es que desde mi nacimiento hasta ahora, he podido hacer lo que amo, y a través de la música, poder sacar las diferencias.