La vida de Óscar Alberto Rosas ha estado marcada por la oscuridad de las drogas y la luz de la esperanza. Nació en Bucaramanga y a sus 14 años, siendo apenas un niño, conoció la cocaína que cambió su vida para siempre.
“Yo llegué al mundo de las drogas por una frase que oí en el colegio. Alguien estaba hablando con otra persona y escuché cuando decían sobre lo bueno que era meter cocaína y me quedó sonando, y comencé a preguntar y a imaginar que tal sería probarlo y tener esa experiencia. Me preparé un año para hacerlo y lo hice, y ahí me quedé por 45 años”, dijo Óscar Rosas recordando su pasado.
Como apenas era un joven y no tenía ingresos, comenzó a robar a su familia para comprar la cocaína, una juventud bastante tormentosa, razón por la que sus padres decidieron enviarlo a Estados Unidos para que continuara con sus estudios de bachillerato.
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“La misión era que yo saliera adelante y ayudara a mis hermanos menores. Allá terminé el colegio, conocí unos italianos que tenían una cocina y me gustó. Por eso decidí ingresar a la Universidad de Nueva York, estudiar técnica de cocina, de lo que me gradué. Trabajé como chef en importantes restaurantes”, dijo Óscar Rosas.
Pero fue en Nueva York en dónde Óscar comenzó a conocer drogas más fuertes. Su cuerpo se lo pedía, pues la cocaína ya no era suficiente. “Me inyecté por primera vez heroína. Un italiano me ayudó a hacerlo cuando tenía casi 20 años”.
Óscar se convirtió en un auténtico negociador de droga, tenía que hacerlo porque su cuerpo se lo exigía, como fuera tenía que tener en sus bolsillos 410 dólares diarios para poder comprar los 10 gramos de heroína en Manhattan.
El tiempo en Estados Unidos para Óscar había acabado, por eso viajó por Europa, se casó con una alemana y finalmente llegó a Colombia, en donde perdió lo único que le quedaba.
“Cuando yo llego a Colombia me doy cuenta de que acá ya hay heroína. Yo busqué un jíbaro y le dije: ¿cuánto me da en droga por mi apartamento? Él me respondió que 2 años y medio, y se lo entregué. Me fumé el apartamento”, dijo Óscar Rosas.
Algo más oscuro se acercaba a la vida de este gran chef, pues gracias al jíbaro que le suministraba la heroína conoció el bronx de Bogotá.
“En esos dos años y medio que tenía garantizada la droga, el jíbaro trabajaba en el bronx y yo iba a ese lugar y hacía mis primeros pinos, allá me decían el gringo y como tenía el billete me trataban como un príncipe, fui cogiendo confianza con ellos, llegué a cocinarles en las fiestas que se hacían allá. El día que perdí el apartamento no me quedaba otra opción que irme a vivir al bronx, y allá estuve cuatro años”, asegura Óscar Rosas, recordando lo que para él han sido los años más difíciles de su vida. Durante estos cuatro años, Óscar Rosas se convirtió en el chef del bronx.
“Estando en ese lugar como no tenía dinero, me tocó convertirme en el chef de los sayayines, en el chef del bronx. Esa era la manera de yo poder ganarme la droga. Un día me bajaron para hacer un ritual de canibalismo, me escogieron a mí y yo caí. Una vez abajo, me mostraron el cuerpo humano que debía cocinar. Yo quería vomitar, y me dijeron, si no lo hace, lo matamos. Ya no había vuelta atrás, me tocó cocinar y probar. Lloré muchas noches que se convirtieron en un auténtico infierno, no había manera de escapar”, dijo Óscar en diálogo con Radio Nacional de Colombia.
Y es que para escapar del bronx la única manera era morir. Sin embargo, Óscar corrió con suerte y logró escapar con vida de las tinieblas de ese temido lugar. “Yo salí muerto porque intenté quitarme la vida, y por fortuna ellos no quisieron meterme en el ácido, que es una de las maneras de matar a la gente. No lo hicieron porque habían hecho un vínculo especial conmigo, entonces ellos me dejaron tirado en el parque de los mártires de Bogotá”.
Para ese entonces Óscar tenía 50 años, fue recogido por las autoridades, y su familia decidió internarlo en un hospital psiquiátrico, pues seguía con las intenciones de quitarse la vida. Fue allí cuando ocurrió el milagro.
“Un día recibí la visita de un sobrino que es sacerdote jesuita. Él me puso las manos y me enseñó de nuevo el avemaría, porque ya se me había olvidado esta oración católica. Yo en esa habitación en la que me encontraba en medio de la tortura de estar encerrado, empecé a rezar el avemaría, gritando como loco, pidiendo que me sacaran, que ya no quería quitarme la vida, que iba a vivir. Justo en ese momento abrieron la puerta y me creyeron, el avemaría, salvó mi vida”, asegura Óscar Rosas.
Fueron 15 segundos, que es lo que se tarda en hacerse esta oración, el tiempo suficiente para que la vida de Óscar cambiara. Desde entonces comenzó un proceso de renovación lejos de las drogas. Pero sentía que eso no era suficiente, quería ayudar a otras personas a salir del mundo oscuro de las drogas.
“Hice tres rehabilitaciones, en centros cristianos, protestantes y católicos. Me tomó tres años rehabilitarme, estar listo para tener mi propio campo de entrenamiento”, asegura Óscar contando la cara amable de esta historia.
Desde hace seis años, Óscar Rosas abrió una finca en Floridablanca, Santander, en donde recibe a personas de todas las edades que buscan una salida a las drogas. Su fundación se llama Rosario Inteligente, y a través de la oración y de sus experiencias personales intenta y hace todo lo posible por cambiar vidas.
“En estos seis años, por la fundación han pasado unas 800 personas, la recuperación de los jóvenes ha sido impresionante, y aunque todos los días tengamos ansiedad, porque yo todavía la tengo, debemos ser fuertes y aferrarnos a la oración para evitar la tentación de volver a caer”, aseguró Óscar Rosas contando el trabajo que hace día a día.
Hoy Óscar Rosas tiene 59 años, vive en una zona campestre de Floridablanca, en medio de la tranquilidad y la infaltable oración, que se ha convertido en el escudo de batalla para ganarle la guerra al oscuro mundo de las drogas.