La historia de San Vicente del Caguán, Caquetá, cuenta que un hombre con megáfono en mano se hizo pueblo por las empinadas calles de este municipio que vive en la memoria del país como el escenario de la paz aún soñada. El símbolo de la voz de Alberto Suaza Lomelíng es un recorrido por la esencia del ser humano y la historia de la radio en esta región del sur del país.
Del pueblo que en 1958 conquistó Alberto Suaza Lomelíng con su voz soñada, quedan rastros en la mirada de los más viejos, fachadas y símbolos en los rincones de la memoria de sus paisajes un tanto más urbano.
Sobre una repisa del Centro de Memoria Local de San Vicente del Caguán Sachena Yona (en lengua aborigen), reposa el megáfono rojo que el desaparecido liberal Hernando Turbay le regaló en 1973 a Suaza. Atrás quedarían sus años de labores como radialista comunitario ambulante con un altavoz de cartulina.
Megáfono y medalla al merito entregada a Alberto Suaza
“Ese hombre estaba muy feliz. Él luchó mucho desde niño, no tenía medios, se paraba en la esquina de Telecom y con un embudo de cartulina informaba las noticias al pueblo. Conectaba un radio a la antena del señor Ismael Polania, ubicada en un filo, ahí escuchaba las noticias y luego salía a pregonar todo lo que la radio había dicho, a repetir como el loro”, cuenta la señora María Inés Melo Bustamante con una sonrisa, luego de buscar fácilmente en su memoria los años de radio de su esposo.
La voz que retumbaba por todos los rincones de San Vicente del Caguán fue bautizada de esa manera por una ancianita -diría Suaza, en su costumbre de usar el diminutivo para nombrar a las personas- que lo rescató del abrazo de la lluvia con un “pocillo de café”, en una de esas caminatas por entre ranchos y oyentes fieles, atina a contar su esposa en una charla que se extiende y le hace brillar los ojos.
“¡Atención Colombia somos campeones del mundo, “Chochise” Rodríguez ha ganado!”, decían las narraciones efusivas de la Radio en la Capital del país en 1971, ante el triunfo del pedalista colombiano en Italia. Uno de los tantos hechos noticiosos que también Alberto Rodríguez anunció a la población sanvicentuna por las calles embarradas y polvorientas de este municipio del Caquetá que abre las puertas a Las Sábanas del Yarí y la Amazonia.
Una labor de servicio
Algeciras, Huila lo vio nacer el 25 de septiembre de 1943 en el ceno de una familia campesina conformada por sus padres Urbano Suaza y Olivia Lomeling y sus 11 hermanos, cerca de 15 años después ´La despensa agrícola del Huila´ lo vio tomar rumbo forzoso junto a su familia por la trocha que conecta a Huila con Caquetá, a través de la cordillera oriental. Los pasos gigantes de la guerra lo marcaron para siempre y le forjaron su espíritu de paz.
Esposa, hijo y Alberto Suaza
“Tampoco le gusta hablar de violencia y prefiere olvidar que el pueblo está rodeado de guerrilla porque él, sus padres y sus doce hermanos vivieron en carne propia la violencia de los años 50, cuando les tocó huir de Algeciras (Huila) y asentarse en San Vicente”, escribió en 1966 el cronista José Navia, un registro que permite seguir el rastro a este apasionado periodista empírico.
Y es que el desvelo de Alberto Suaza era la gente, sus necesidades, sus urgencias, y desde su radio ambulante se volvió el escudero de los más necesitados; con una escolaridad de cuarto de primaria empoderó el periodismo y lo hizo su proyecto de vida.
“Don Alberto don, Alberto mi mamá enferma, mire que necesita sangre tipo A. Pere tantico decía, se vestía, cogía el megáfono y salía a pregonar”, reconstruye doña María Inés, una mujer que a pesar de las adversidades que implica sostener una familia, con un gran espíritu emprendedor se echó al hombro la responsabilidad del hogar para que su esposo siguiera viviendo el arte de informar.
Un nuevo camino con retorno
Llegaría el año 1979 y Alberto Suaza Lomelíng, reconocido popularmente como La voz soñada, tomó rumbo junto a su familia hacia la capital del país, Bogotá, allí en la Cámara de Representantes ampliaría su leyenda de la mano de la corriente liberal, esa otra pasión que le llenaba el pecho y lo afligía cuando noticias trágicas como el asesinato de Galán llegaban a su agenda.
Dejaría entonces de recorrer las calles de San Vicente del Caguán el hombre de 1.60 metros, de rostro grande y trigueño, mirada inquieta y cabello ondulado con algunas canas, como lo describió en su momento el periodista José Navia. Para luego contar que Suaza estuvo allí “siete años, hasta que se aburrió. Y un día, su voz nasal se escuchó de nuevo en la plaza principal de San Vicente: La voz soñada no ha muerto, andaba de parranda”.
Su esposa María Inés recuerda que durante su paso por el Ministerio de Salud desde 1981 a 1984, los quebrantos de salud y los análisis de especialistas lo condujeron nuevamente a tierra caliente para mejorar su bronquitis, una enfermedad que lo aquejaba y le apretaba el pecho.
María Inés Melo, esposa de Alberto Suaza
Volvieron entonces los sanvicentunos a escuchar el timbre de voz de Alberto Suaza a través del megáfono. Pronto estuvieron en su casa contándole que habían perdido la cédula, no tenían como sepultar un difunto, requerían sangre para un familiar. La voz soñada tomaba los datos y salía a la calle a anunciar con su megáfono.
Y aunque nunca la vio como una competencia, para la época Yarí Estéreo sonaba en el municipio, “una emisora que costó más de treinta millones de pesos y que estuvo al aire durante tres años, hasta que el ministerio de Comunicaciones la cerró por falta de licencia. También existe un proyecto de la Iglesia para montar una emisora comunitaria”, cuenta en 1996 el cronista José Navia.
Su llamado a la paz
“Bendita paz no tardes más,
No aumentes más el llanto (…)
Detén el paso, reflexiona un poco,
regresa a nuestro pueblo hoy mal herido.
Por que si no vienes prontamente un día te echarán en el olvido”.
Son versos grabados en cinta de video de la época donde se le puede ver y escuchar declamar en alguna plaza de San Vicente del Caguán mientras la gente se aglutina para escuchar su mensaje. Muy cerca del masivo lugar donde el 7 de enero de 1999 se instaló la mesa de negociación entre el Gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla de las Farc-ep.
Un tiempo en el que el Ejército Nacional salió de la zona, algunos sanvicentunos se marcharon con temor por el bienestar de sus hijos, los integrantes de las Farc tomaron el control del territorio, pero ‘La voz soñada’ no dejó de dar las noticias.
“Él siguió con su labor de ayudar a la gente, no le interesaba quién fuera, inclusive él dejó muchos escritos donde hablaba donde todas las personas eran igual. Él soñaba con la paz donde viera al guerrillero, el policía, niño juntos. Él trababa a todo por igual, no había discriminación”, afirma su esposa María Inés, la mujer que con la que siempre contó para avanzar en su aventura de servir a la comunidad.
El 11 de mayo de 2001, nueve meses antes de que se truncara nuevamente la construcción de paz en el Caguán, su corazón se detuvo y su voz se apagó. Al final sobre una fría superficie de cemento en la Clínica Yarí junto a su esposa y amigos cercanos quedó inerte el cuerpo del hombre que se hizo voz para volverse leyenda. Veintiún años después el legado del esposo conciliador, el padre amoroso, el amigo solidario, el comunicador humilde y comprometido con las causas populares, enseña en silencio a niños, niñas, jóvenes y adultos el valor de servir y vivir en sociedad.
Réplica de estatua Alberto Suaza.