Con pepas de mostacilla, indígena kichwa teje paz y reconciliación en la Amazonía colombiana
Marisabel Payaguaje, indígena del pueblo Kichwa, promueve la reconciliación a través de las artesanías luego de perder a su padre hace 11 años por cuenta de la violencia.
Foto: En las artesanías, Marisabel Payaguaje, indígena del pueblo Kichwa, encontró la paz que necesita Leguízamo, Putumayo.
Juan Miguel Narváez Eraso
“Las artesanías son el mejor sendero a seguir por las mujeres que hemos sido víctimas de la violencia para tomar fuerza, reconciliar nuestro corazón y llevar mensajes de amor. Todos mis collares, manillas y aretes que elaboro a partir de la mostacilla, llevan inmersos mensajes de paz”, expresó Marisabel Payaguaje, indígena del pueblo Kichwa, en el departamento del Putumayo.
Su emprendimiento lo inició hace 11 años tras la pérdida de su padre y, para superar esa pena, una compañera de estudios que en ese entonces cursaba el séptimo grado de secundaria en la Ciudadela Educativa Cándido Leguízamo y que se conmovió por la situación emocional de Marisabel, fue quien le enseñó tres técnicas de tejido.
“Al comienzo me parecía difícil entrelazar los hilos con las pepas de mostacilla, sin embargo, con la práctica perfeccioné mi técnica hasta que, con el paso de los días, logré tejer mi primer collar, el cual lo elaboré en honor a mi progenitor Nicanor Payaguaje quien también era artesano. Una vez superé el dolor dejado por la muerte de mi padre, empecé a ver la vida de otra manera y a comprender que lo mejor era desarmar el corazón”, expresó Marisabel.
Por eso, en sus productos de bisutería y tejidos en redes abiertas, semiabiertas y tupidas, Marisabel le rinde homenaje a la resiliencia y a aquellos entornos naturales que en el municipio de Leguízamo rodean a la Amazonía colombiana.
“Los dorados atardeceres en Leguízamo son sinónimo de reconciliación, el canto de las aves símbolo de libertad y la corriente del río Putumayo representa la paz. Por ello, en mis collares y pectorales esos elementos no pueden faltar”, afirmó la gestora cultural.
Desde el 2011 hasta la fecha ha elaborado más de 5 mil artesanías que en diferentes oportunidades han sido adquiridas por turistas nacionales e internacionales.
“Nunca pensé que el talento artístico heredado de mi difunto padre me iba a facilitar las habilidades para tejer entre la mostacilla coloridas guacamayas, loros, delfines y flores. Así mismo tengo más de 20 modelos de cholitas, es decir, mujeres indígenas de la región”, expresó.
“Ante la acogida que los visitantes del centro de Colombia han tenido por mis artesanías, me propuse ampliar los canales de comercialización. Los contactos realizados con turistas procedentes de la capital permitieron que mis productos de bisutería tuvieran aceptación entre universitarias y ejecutivas de Bogotá y Cúcuta”, manifestó.
Para proyectar su emprendimiento y, sobre todo la buena imagen de su tierra natal, hace unas semanas envió a dichas capitales un pedido de 500 productos entre aretes, manillas, pectorales y collares.
“En tejer los principales símbolos de la vida y de la paz tardé entre cinco y seis días continuos. Saber que mis artesanías gustan en otras ciudades de Colombia me enorgullece porque es otra manera de mostrar la cara bonita del municipio de Leguízamo y desde luego del departamento de Putumayo que lastimosamente con el paso de los años ha sido escenario de diferentes hechos de violencia”, afirmó.
Las obras de Marisabel brotan de sus tradiciones indígenas y de su galería de arte “Away”, que en la lengua materna Kichwa significa tejer.
“Ahora que en el municipio de Leguízamo se acerca el Encuentro Cultural Trifronterizo, en el que suelen participar colectivos artísticos de Colombia, Ecuador y Brasil, expondré mis productos tejidos en mostacilla. Esta será otra manera de mostrar la laboriosidad de las putumayenses y los valores humanos que nos identifican, pese al sufrimiento generado por el conflicto armado”, dijo.
Por eso desde el 23 al 30 de octubre exhibirá en el parque central ‘Los Héroes’ sus productos de bisutería en los que predominarán margaritas, girasoles, ceibas y símbolos de los pueblos indígenas del bajo Putumayo.
“Desde el momento en que la violencia le arrebató a su padre, jamás pensé que Marisabel volvería a sonreír. Y aunque fueron muy duros los instantes que junto a su madre vivieron hace 11 años en el resguardo indígena El Tablero, nunca imaginé que las bellas artes iban a ser la cura para sanar esas profundas heridas que dejó en su corazón la desaparición y posterior homicidio su papá”, expresó la artesana Marina Sánchez.
Ese 11 de agosto del 2011, Marina recuerda que todo estaba listo para celebrar los 16 años de vida de Marisabel, pero de un momento a otro la felicidad que la rodeaba se esfumó tras conocer que un grupo desconocido se había llevado a su progenitor. Ocho días después de recorrer la zona para dar con el paradero de él, recuerda que unos vecinos del sector le habían informado a su madre sobre el cuerpo de un hombre que yacía en un abandonado predio.
“Cuando Esther Piaguaje, la mamá de Marisabel se dirigió hasta la vereda Concepción para verificar de quien se trataba, comprobó que el fallecido era su esposo. Desde ese momento todo cambió en su vida, por eso decidieron fijar su residencia en Puerto Leguízamo, donde actualmente emprenden a través de las artesanías y que en cada obra le imprimen un pedazo de la Amazonía como símbolo de perdón”, dijo la artesana Gloria Cancimance.
En la vereda El Tablero, de donde es oriunda Marisabel, su progenitor se dedicaba a entrelazar fibras naturales para elaborar cedazos y los tradicionales matafrío, elementos de la cocina tradicional indígena para preparar los derivados de la harina de yuca.
Finalmente, Gloria sostiene que las artesanías ayudaron a Marisabel a superar la tristeza y a comprender que la construcción de la paz está en el corazón y en las manos de todos.