El acordeón es, según la RAE, un instrumento de viento formado por un fuelle cuyos dos extremos se cierran por sendas cajas, especie de estuches, en los que juegan cierto número de llaves o teclas que permiten seleccionar sonidos. Esta definición, objetiva, en ocasiones se queda corta pues para muchos significa algo más que instrumento:
“No se qué tiene el acordeón de comunicativo, que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento, perdone usted señor lector este principio de greguería, no me era posible comenzar de otra forma una nota que podría llenar el manoseado título de vida y pasión de un instrumento musical. Yo personalmente le haría levantar una estatua a ese fuelle nostálgico, amargamente humano, que tiene tanto de animal triste. Nada sé en concreto acerca de su origen, de su larga trayectoria bohemia, de su irrevocable vocación de vagabundo.
Probablemente haya quien intente remontarse con el árbol inútil de una complicada genealogía musical, hasta encontrar en no se en qué otro sitio de la historia, al primer hombre que se despertó una mañana con la necesidad inminente de inventar el acordeón”, escribió García Márquez en El Universal, por allá en el año 1948 sobre el acordeón.
Este texto que ilustró en su época la latente presencia del vallenato en Gabo, forjó también en él una admiración por el acordeón. Precisamente, cuando el Nobel de Literatura se refiere al hombre que sintió ‘la necesidad de inventar el acordeón’, ese hombre es Ciryll Demian quien en 1829 creó el instrumento, en Austria. El instrumento transitó un tiempo por Europa, pero llegó a Colombia gracias a que “marinos europeos que hacían tráfico entre las islas vecinas de las Antillas trajeron los primeros acordeones a Riohacha”, según cuenta Consuelo Molina en Vallenatología. Orígenes y fundamentos de la música vallenata, libro de 1973.
No obstante, para que este rápido repaso histórico sea un poco más completo, acudimos a Alberto ‘Beto’ Murgas, compositor de ‘La Negra’ y creador del Museo del Acordeón para que nos completara la historia sobre el origen de este instrumento:
La influencia de este instrumento en la cultura musical del Caribe ha forjado una especie de misticismo en torno a las historias que se han construido a partir de este instrumento, como aquellos juglares que iban de parranda en parranda, de festival en festival entonando versos que contaban desamores, nostalgias, alegrías y anécdotas.
Amigo inseparable de los hombres que cantaban historias porque no se conformaban con solo verlas, el acordeón era aquel objeto inseparable para muchas de las leyendas vallenatas: “Mi acordeón me acompañaba siempre. Era mi amigo y mi confidente, a quien yo le contaba mis secretos. Cada mes le hacía un sahumerio. Así, cuando lo tocaba, soltaba en el aire un aroma acompasado de hierbas y flores”, decía Alejo Durán a David Sánchez Juliao en una entrevista en 1990.
Elevando a hombres humildes
A través de esta tradición de juglares y decimeros, de campesinos que vieron poesía en sus vivencias y música en el acordeón, las historias del Caribe, esas que se escondían entre los raizales y el campo. Inclusive, los versos no solo contaban vivencias, sino la historia del país y hasta los “rudimentos matemáticos”, como explicaba Jorge García Usta en su crónica sobre Cico Barón en ‘Juglares en su patio’:
“Cico Barón -a quien las guerras civiles hicieron salir aprisa de Cartagena, interrumpiendo sus estudios de primaria- conoció a través de la décima, la historia de la conquista de América, las antiguas leyendas españolas, la ortografía de fuete y los rudimentos de matemáticas, que le prestaban el semblante de un decimero ilustrado”.