Recorriendo las huellas del pasado, la historia de la insurrección comunera en el sur de Colombia se inició el domingo 18 de mayo del año 1800, en el templo del municipio de Guaitarilla, cuando el padre Bernardo Eraso, luego de la prédica en la misa, dio lectura de la nueva ley sobre el aumento en el cobro de diezmos. Las nuevas leyes afectaban a la producción agrícola, la cría de animales pequeños, las actividades artesanales y el nacimiento de nuevos hijos. Frente a tal injusticia, el pueblo indígena se preocupó y decidió revelarse.
Lidia Inés Muñoz, presidenta de la Academia Nariñense de Historia, cuenta cómo las mujeres indígenas de este municipio levantaron el primer grito contra esta resolución.
“Fueron dos las iniciadoras de la acción comunera en protesta por la injusticia que se cometía en el cobro de los diezmos y en el impuesto de la aduana: Manuela Tarapuez Cumbal y Francisca Aucug, siendo la primera quien ejerció su derecho a lo que hoy podríamos interpretar como desobediencia civil frente a las injusticias en las leyes y normas”.
Cuenta la historiadora que, “a ritmo de chasquis, tambores y churos se pasó la voz entre los indígenas Pastos de Iles, Yascual, El Guavo, Chaitán y Túquerres, haciendo todos causa común”, relata Muñoz.
Así la protesta llegó a Túquerres donde varias mujeres valientes se unieron a las primeras voceras, a quienes se debe recordar por su intervención en las protestas del 19 y 20 de mayo de dicho año, en pro de un bien común.
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Al mencionar sus nombres se recuerda y reivindica sus luchas, ellas fueron: India y Paula Flores, Tomasa Cuasialpud, Pascuala Días en Túquerres, Juana Rivadeneira, Dominga Flores, Liberata Molongol Fulgencia Chaucanés de Guaitarilla, Josefa Bolaños, comunera de Pasto. Todas ellas, junto con los hombres de las localidades, participaron en la conocida Insurrección Indígena Comunera contra el Sistema Colonial.
“El objeto de la presencia de los comuneros en este municipio era enfrentar al corregidor Francisco Rodríguez Clavijo, arrebatarle el documento con el impuesto y romperlo como un acto de rechazo. El corregidor y su hermano eran conocidos como Los Clavijo, hacían parte del gobierno colonial español, temidos y odiados por sus acciones injustas con la comunidad”, continúa Lydia Inés.
La concentración siguió en Túquerres donde llegó el motín comunero y en circunstancias críticas terminó con la vida de los hermanos Clavijo en la madrugada del 20 de mayo. Hechos que se recogen en esta copla destacada por la investigadora, quien narra este hecho histórico y que reposa en el Archivo Nacional de Historia de Ecuador:
Causa fue el recudimiento
Para tanta tiranía:
Qué lástima que murió
Me priva el entendimiento
Con el mismo sentimiento
Le resé una Ave María
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Mujeres y hombres llegaron al centro de lucha desde varios puntos del sur y lograron un solo cuerpo para ‘pelear’, el mismo que fue juzgado y condenado con todo el peso de la ley española, con sentencias de prisión, persecución política, aplicación de penas capitales, azotes y vergüenza pública para buscar el escarnio y la deshonra.
Las consecuencias históricas de este hecho en el sur de Colombia dejan profundas huellas marcadas por repercusiones políticas, económicas, sociales y culturales, en las que la sedición fue la herramienta para mantener el silencio y montar nuevos impuestos en un futuro inmediato, afectando de manera significativa las costumbres y creencias de estos pueblos al prohibírseles celebrar sus propias fiestas culturales.
Hacer la reconstrucción de estos hechos después de 222 años y llevarlos a las presentes y futuras generaciones es un acto que permite construir la memoria y entender a los pueblos, que hasta la actualidad han logrado restablecer sus propios derechos desde sus luchas, el cual desde el sur es considerado como el primer grito de independencia.