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Álvaro Mutis, perfil de un marinero de tierra firme

Hacer el perfil a un hombre con una vida tan rica e impactante es verdaderamente un reto, más cuando cumple un centenario de nacimiento.
Se cumplen 100 años de nacimiento de Álvaro Mutis, marinero de tierra firme
Foto de: Colprensa
Eduardo Otálora

Hacer el perfil a un hombre con una vida tan rica e impactante es verdaderamente un reto. Acá van mis mejores pinceladas, también las más honestas.

De Álvaro Mutis algo escuché en las clases de español del colegio. Recuerdo a la profesora María Teresa, por allá en 1997, entrando a clase emocionada diciendo que un colombiano recibió el, en ese entonces, Premio Príncipe de Asturias de las Letras (ahora se llama Princesa de Asturias). “Es uno de los más importantes de la literatura”, dijo casi llorando.

A mí, un jovencito más bien distraído, el dato me resultó irrelevante y sólo se me quedó en la memoria la cara emocionada de la profesora María Teresa.

Fue un par de años después cuando reapareció Mutis en mi radar. Pasó cuando vi por la televisión pública La mansión de Araucaíma. La estrenaron en 1986, pero como pasa con las películas clásicas, afortunadamente, cada tanto la repiten, para que no se las trague el olvido.


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La película me alucinó. Por supuesto, en ese impacto tuvieron que ver la tremenda dirección de Carlos Mayolo y las actuaciones de Vicky Hernández, Adriana Herrán, el jovencísimo David Guerrero, el imponente Alejandro Buenaventura y otros muchos, que ya no recuerdo.

Pero también tuvo que ver esa historia aterradora y tropical que, como se develó años después de que Mutis la publicara, en 1973, respondía a un reto con Luis Buñuel. Mutis escribió La mansión de Araucaíma para demostrarle a Buñuel que lo gótico podía ocurrir en tierra caliente. Y lo consiguió.

En ese momento ya Mutis no sólo entró a mi radar, sino que quería instalarse en mi biblioteca. Por eso empecé a averiguar sobre su vida y descubrí que era toda una aventura.

Nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923, pero muy pequeño, a los dos años, se mudó a Bruselas, en Bélgica. La razón era sencilla: el trabajo de su papá. Lo nombraron miembro de la delegación colombiana en esa ciudad.

Desde ese momento, y hasta que regresó del todo a Colombia, atravesó el océano en barco para ir de vacaciones a una finca que tenía su familia en Coello, cerca de Ibagué. Muchísimos años después, ya convertido en un escritor reconocido, contó que su fascinación por el mar y los viajes empezó en esos pequeños barcos, mitad de carga mitad de pasajeros, en los que iba y venía desde Europa a Colombia.

Sin embargo, a los nueve años, tuvo que regresar del todo a Bogotá, pues su padre murió prematuramente (a los 33 años) y ya no había cómo quedarse en Bélgica. En ese momento empezó otra de sus aventuras, la literaria.

Entró al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, donde su profesor de literatura española fue, nada más y nada menos, que el increíble poeta Eduardo Carranza. De esos años de estudió escribió Mutis: “Las clases de Carranza son para mí una inolvidable y fervorosa iniciación a la poesía”.

Durante esos años la poesía y el billar ganaron la partida y, finalmente, no pudo conseguir su título de bachiller. Pero, eso no fue un problema para que encontrara su lugar en el mundo. Pronto entró a trabajar como periodista en la emisora Nuevo Mundo, donde reemplazó a Eduardo Zalamea Borda. Por esos años ya escribía y sus poemas fueron publicados en El Espectador.

Más adelante, en 1947, publicó el cuaderno de poesía La balanza, con ilustraciones de Hernando Tejada, que se agotó por incineración el 9 de abril de 1948, durante El Bogotazo. Ese cuadernito recibió algunas críticas positivas, lo que animó a Mutis a seguir escribiendo. Por eso, en 1953, publicó su segundo libro, titulado Los elementos del desastre. De éste se dijo que, por su frescura y pureza, conmovió a los lectores colombianos.

En ese momento empezó en su vida una doble carrera. Por un lado, la de ejecutivo que trabajó en empresas multinacionales; por otro, la de poeta que escribía como loco y disfrutaba de las tertulias literarias. Hasta que en 1956 tuvo que viajar de urgencia a México porque en la empresa donde trabajaba, la Esso, lo acusaron de malversación de fondos.

Sí, Álvaro Mutis salió huyendo de Colombia para que no lo arrestaran. Se fue con dos cartas de recomendación, una dirigida a Luis Buñuel y otra a Luis de Llano, gracias a

las que consiguió trabajo como ejecutivo de una empresa de publicidad.

A los tres años de su llegada a México, Mutis fue detenido por la Interpol e internado durante 15 meses en la cárcel preventiva de Lecumberri, más conocida como “El palacio negro”. Esta experiencia generó en él un cambió hacia la prosa, que se deja ver en el Diario de Lecumberri, que escribió en la cárcel.

Esta experiencia también le permitió escribir sus trabajos narrativos más recordados y que, con el tiempo, se conocerían como Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero.

Sobre este periodo de su vida escribió en el Diario de Lecumberri:

“Jamás hubiera conseguido escribir una línea sobre las andanzas de Maqroll el Gaviero, que ya me había acompañado a trechos en mi poesía, de no haber vivido esos quince meses en el llamado, con singular acierto, El Palacio Negro”.

Con las publicaciones de las novelas vinieron los innumerables premios y reconocimientos, una lista enorme que ocuparía, al menos, un par de páginas.


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*

Termino este breve perfil recordando que, luego de enterarme de “las aventuras de Mutis”, no me quedó más que leerlo para perderme en “las aventuras de Maqroll”. Fue un camino sin retorno, como sólo consiguen los buenos escritores.

Leí las novelas de Mutis por tandas: atragantándome un libro y, luego, necesitando parar un par de meses para digerirlo. Recuerdo que a veces me ponía a subrayar pasajes que me impactaban y terminaba descubriendo que subrayaba páginas enteras. Entonces me di cuenta de que era ese tipo de autores en los que no hay “buenas frases” porque lo que escriben son buenas obras.

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