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Mujeres wayuu: las manos que tejen la vida

Diario de una visita a la ranchería Dividivi en territorio guajiro, a pocos kilómetros de Riohacha.
Miguel Ángel Cortés

 

Entre chinchorros, mochilas, manillas y mantas se extienden los hilos que se entrelazan y dan vida a la cultura Wayuu. La infinidad de gamas de colores contrastan con la aridez del paisaje desértico y la tez morena de sus mujeres, aquellas encargadas de perservar la vida de su comunidad en una tradición que se extiende a través de tejidos ancestrales.

Son ellas, quienes desde tiempos ancestrales han llevado las riendas de esta cultura que se ha expandido por la península de La Guajira. Es gracias a ellas, en gran parte, que sus tradiciones trascienden por este territorio, haciendo honor al significado de su nombre - wayuu, del arhuaco ‘hombre poderoso’- .

Ranchería Dividivi en cercanías a Riohacha (La Guajira). Foto: Miguel Ángel Cortés.

Así empezaba esta travesía por tierras guajiras, a pocos kilómetros de Riohacha. En medio del desierto, nos recibía la ranchería Dividivi, lugar donde habitan más de 27 familias de esta etnia del clan Arpushana, entre niños, adultos y personas de la tercera edad.

Construcciones a base de yotocoro, como se denomina a la corteza del cactus, bahareque y techos de cardón, representan a un pueblo que supervive y se salvaguarda en la aridez del desierto. Hay algunas viviendas pequeñas, una cocina que evoca los sabores de antaño con fogones de leña y varias enramadas (especie de chozas) para recibir de la forma más cálida sus visitantes.

Graciela Cotes, líder de la ranchería wayuu del clan Arpushana.  Foto: Miguel Ángel Cortés.

Graciela Cotes es una de las líderes de esta comunidad. Tez morena, rasgos fuertes y voz enérgica para hablar con orgullo y propiedad de sus costumbres, de cómo la mujer es uno de los pilares fundamentales en esta raza. Sentada en una pequeña banca, al son de una copa de chirrinchi, bebida tradicional a base de guarapo, nos cuenta cómo la mujer entreteja las historias y la vida diaria de su etnia. Una manta larga estampada con flores en tornos amarillos verdes y violeta, le dan ese aire solemne y a la vez pomposo de la cultura wayuu.

“Eso viene de mucho tiempo, de generaciones, de sueños, del comienzo de la vida de nosotros. Desde el origen, siempre la mujer es la que trae a sus hijos, la educadora, la que permanece más tiempo con ellos, la que les pregunta -¿Qué soñaste?, ¿Cómo dormiste? ¿Qué vas a aprender hoy? o ¿Qué vas a hacer? (…)” – Graciela Cotes, líder de comunidad wayuu.

Ellas son las encargadas de preservar y extender sus raíces. Están al tanto de las tareas del hogar, del bienestar de los suyos y custodiar, hasta el último momento, ese arraigo por las tradiciones que caracterizan al pueblo wayuu. “Un día aquí, uno normalmente se levanta a hacer el café, a moler el maíz, a contar los sueños, a hacerle el desayuno a los niños a hacer la mazamorra de maíz. Antes se hacía con piedra, hoy con molino, con leche de cabra”, cuenta.

El lugar que habitan representa representa el nacer y el morir, es su cotidianidad, ese espacio testigo de sus vivencias, sus jolgorios, sus rituales, de sus alegría y sus tristezas hasta el último día de vida.

La tierra para nosotros es algo muy importante y donde uno nace y tiene su cementerio, eso se convierte en parte de la vida diaria de uno hasta el final, hasta que uno se muere. Entonces, el amor a la tierra es un amor muy grande, muy inmenso.

Allí, los hombres se encargan de la construcción de viviendas, a las reparaciones y a mejorar las enramadas. También se dedican al pastoreo y cuidados de chivos y cabras, además de comercializar artesanías en los mercados.

Exhibición de artesanias wayuu. Foto: Miguel Ángel Cortés.

El tejido es una de las principales habilidades y encantos de esta etnia: chinchorros (especie de hamaca), mochilas, bolsos, mantas y manillas con diferentes diseños y colores cautivan la miradas que de los arijunas (como denominan a los que nos pertenecen a su comunidad) en todo lugar donde son exhibidos.

Para ellos, en especial para las mujeres, esta actividad simboliza algo más allá que una fuente de ingresos o sustento económico. Está relacionada con la esencia y la visión de la mujer wayuu y su descendencia.

Joven wayuu en medio de exhibición de artesanías wayuu en su ranchería. Foto: Miguel Ángel Cortés.

“El tejido tiene que ver mucho con el tejer la vida, tejer los sueños, prepararse para la vida. Por eso el tejido comienza muy a temprana edad”- Graciela Cotes, líder de comunidad wayuu.

Desde la niñez, ellas empiezan a formarse en este arte que se perfecciona durante la época crucial de la pubertad. A partir del su primera menstruación son encerradas durante un lapso de varios meses, como parte de un ritual de preparación hacia su vida como mujeres.

Allí se capacitan y aprenden a dominar las técnicas y diseños del tejido, una etapa que da la señal de que están listas para ser tomadas como esposas, dando paso a la tradición de la dote, que más que dar bienes y ganado a cambio su mano, representa el alto valor del compromiso.

“Cuando la mujer se casa no tenemos un anillo que nos represente o un símbolo. Nosotros nos casamos a través de la palabra. Nuestro compromiso es verbal y todo lo que hacemos los wayuu, lo hacemos a través de la palabra” – Graciela Cotes, líder de comunidad wayuu.

Niño wayuu mesido por su madre en un chinchorro. Foto: Miguel Ángel Cortés.

El chinchorro hace parte de la concepción de la vida del indígena wayuu desde que llega a este mundo, hasta que se despide. Allí nacen los bebés, allí duermen siempre, allí procrean y allí tienen su lecho de muerte.

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