La cruz de madera en la cultura afro en el Chocó constituye una figura sagrada que acompaña el alma en su ascenso al mundo espiritual; para Amable Hernández, un viejo carpintero de 85 años, habitante de Bellavista, cabecera municipal de Bojayá, este símbolo es la parte más importante del tránsito entre los dos mundos, por ello ha dedicado más de 60 años de su vida a la elaboración de este elemento indispensable desde que la persona muere hasta que la tumba es olvidada o arrastrada por la urbanización que hace que muchos cementerios rurales desaparezcan.
“Mientras el alma del difunto está en la tierra todas las noches se levanta a rezar en su cruz, hasta que San Pedro le permite la entrada al cielo que, por lo general, es a los nueve días, dependiendo de la cantidad de pecados que les deban perdonar; por eso es fundamental que se ubique en los pies, porque como el muerto está boca arriba el alma al levantarse la cruz le queda de frente, si se le pone en la cabeza le queda en la espalda y no sabe dónde rezar. Sale andar como un alma en pena”, afirma.
Amable asumió este compromiso porque le nació del corazón conservar esta tradición, la cual le permitió sin buscarlo ser reconocido en la región como el hombre de las cruces, una tarea que asume con mucho orgullo.
“Yo empecé siendo un muchacho, viendo que a todo el que se moría le ponían su cruz, pregunté para qué se hacía eso y mi padrino me explicó que este símbolo sagrado acompaña a las almas a pasar al otro mundo, así como ayudó a nuestro señor Jesucristo a vencer el pecado y eso me motivó, es una forma de ayudar”, añade.
Para laborar la cruz lo más importante es el tipo de madera, dado que esta por lo general queda a la intemperie; “cuando yo estaba muchachito veía que a todo muerto se le hacía su cruz de madera de truntago, porque ese aguanta más agua y es el que más dura en la tierra, cuando ya estaba joven que empecé lo hacía también de ese palo”, dijo.
Hay un hecho que le marcó la vida haciendo que se reafirmara su compromiso con este símbolo sagrado, pues “en mi juventud sucedió en Villanueva (vereda de Vigía del Fuerte) que a un señor lo enterraron sin la cruz de madera, en la noche hubo un vendaval y el cadáver desapareció, las sábanas quedaron colgadas en un árbol y el hueco en la tierra, se lo llevó el enemigo (el diablo), de ahí en la adelante siempre estuve pendiente que no faltara la cruz en ningún entierro”, relata Amable
Con el paso de los años las tradiciones se van transformando al interior de las comunidades étnicas. Esta, aunque aún se conserva, ha sufrido algunas modificaciones.
“De un tiempo para acá ha llegado la moda de las cruces de cemento, las bóvedas y las lápidas, entonces la cruz de madera se pone desde el primer día hasta el cabo de un año, ahí se cambia por una de cemento o una lápida”, asegura el hombre de las cruces.
Estas manifestaciones se basan en la idea del muntú africano, que es la familia extensa, que no solamente se vive aquí, sino que también se traslada al más allá, donde los que se van, llegan a esperar a los que se quedan y por lo mismo siempre hay que despedirlos preparándolos para que partan tranquilos y en paz, y no se quede perturbando a la comunidad.
“Si al muerto no se le pone la cruz no tiene donde rezar las nueve noches y entonces su alma se queda vagando por ahí y perturbando a la gente, por eso yo siempre le hago la cruz al que se muera, también porque la familia en medio de su dolor no tiene tiempo para encargarse de eso y yo lo hago así porque me gusta”, puntualizó el viejo carpintero.
No recuerda cuántas cruces elaboró durante más de 60 años, pero sí la devoción con que aún lo hace. “Lo hago porque eso quedó desde la antigüedad, apenas escuchó que alguien muere me alisto para hacerle su cruz, sin importar si es conocido o no, tampoco importa de qué pueblo sea; siempre les hago su cruz”, concluyó el guardián de la cruz.
Según Máxima Asprilla, cantaora de alabaos, “para las comunidades afrodescendientes la muerte es una puerta de entrada al otro mundo, lugar donde están presentes los espíritus de nuestros ancestros; parte de la vida misma y paso necesario para disfrutar de la presencia eterna en el Señor, de ahí la importancia de la preparación para esa transición y toda se hace en torno a la cruz de madera que ayuda al alma a liberarse de sus pecados y pasar limpia”, dijo.
El tránsito al otro mundo
En la práctica de los ritos de la cultura afro, durante el tránsito hacia al otro mundo, se debe seguir una secuencia, donde lo primero es preparar el cuerpo; además de la ropa es indispensable que lleve un rosario y un cordón (una cuerda blanca con siete nudos equidistantes que se amarra en la cintura del muerto para que con ella pueda escalar al cielo), los nudos simbolizan los siete días de ascenso y los otros dos restantes son el de la muerte y el de la llegada al cielo.
“El cordón debe ir bien puesto, no muy ajustado para que lo pueda sacar fácil y los nudos bien hechos para que aguante y los alcance al estirar la mano, se mide la altura de cada uno de los miembros de la familia y amigos y se echan a los lados del cajón; así el muerto sabe que no se los puede llevar, ellos siempre buscan compañía. En el velorio se reza con el rosario de madera y luego del entierro se le pone la cruz de madera para que el alma pueda continuar con la preparación mientras se realizan las novenas”, puntualizó Amable.
En la idiosincrasia afrochocoana la cruz de madera marcar el lugar donde se encuentra la tumba, vigila el cuerpo y el alma, de este modo, permite la redención de los pecados del alma mediante la oración; sin ella el alma jamás se elevará hacia la eternidad.
Así, entendiendo que la muerte es un paso, el recorrido de un camino hacia la otra vida, se necesita de una preparación y un acompañamiento. El paso al más allá dura varios días, comenzando el día del fallecimiento cuando el alma deja el cuerpo físico y finalizando nueve días después, momento en el que el alma está preparada para dejar este mundo.
No cabe duda de que hay una relación entre vivos y muertos que no finaliza con el fallecimiento de la persona, sino que simplemente se transforma, pero que perdura en el tiempo y no importa en qué manera se viva, pero siempre estará latente, por ello en la cultura se busca la forma de que el difunto tenga un tránsito lo más placentero posible a la otra vida.
En la creencia popular afro las personas que más asisten a los velorios y entierros son a los que menos les llega acompañamiento al momento de su muerte, y Amable Hernández sentado en un pequeño banco de madera elaborando una cruz de alguien recién fallecido, espera no sufrir la misma suerte.