En las calles 12 y 12B y las carreras 5ª y 6ª se concentran un gran número de joyerías, talleres (la mayoría propiedad de familias) y negocios para la venta de herramientas y materiales para esta labor.
La primera joyería que se instaló en este lugar fue la Joyería Manosalva, en 1905. Luego, según historiadores: “para mediados del siglo XX, familias pudientes de origen alemán se habían vinculado a la actividad de la joyería en La Candelaria, entre ellas Hermann Schumacher que funda la joyería Muller y Cía, en la calle 12 con carrera séptima”.
José Gregorio Morales Osorio es un veterano joyero oriundo de la ciudad de Buga (Valle del Cauca). Él se vino con sus abuelos maternos de su tierra natal a la capital del país a terminar su bachillerato, gracias al apoyo de su tío Ernesto Osorio quien ya llevaba muchos años en Bogotá en el oficio de la joyería.
El tío Néstor, cuenta José Gregorio, comenzó en este arte trabajando como mensajero en una joyería de Cali. Allí aprendió a laminar. Luego en 1965 se vino para Bogotá porque la situación estaba difícil en la capital valluna.
En la gran ciudad conoció a Abel Morales quien le ofreció los primeros trabajos. Con él se formó como un experto joyero y en 1970 se independizó. Después se le unieron sus dos hermanos Tulio y Héctor Fabio.
“Mi tío quien ya murió, al igual que su hermano Héctor Fabio, llegó a tener hasta 8 empleados. Logró comprar esta oficina (calle 12, con carrera 6). Me acuerdo de que trabajaba para dos japoneses. En esa época el negocio de la joyería era impresionante, había mucho trabajo para todo el mundo. Mi tío fue el que nos encarrillo en este oficio a gran parte de la familia: primos, hermanos, sobrinos. Alrededor de unos 20 parientes”, señala.
Asimismo, José Gregorio cuenta que él aprovechaba los ratos libres que le quedaban en la Universidad de América, en donde estudiaba ingeniería mecánica, para ir al taller y ver cómo se fabricaban ciertas joyas. Un día su hermano renunció y su tío le pidió que si lo podía reemplazar.
Él por agradecimiento con su tío, a quien consideraba como un padre, aceptó. Entonces en 1987 decidió dejar los estudios porque el sueldo que ganaba era muy bueno. También porque los profesionales en esa época no eran bien pagos.
“A mí me gusta mucho fabricar y me ‘engomé’ con esto. Yo me especialicé en el armado de joyas. Aquí, por ejemplo, voy a hacer la muestra de una cadena de 60 centímetros y que pese 60 gramos. Entonces hacemos el proceso de laminar, después a estíralo con una maquina especial, luego enrollamos el hilo redondo y después lo entrelazamos. Me ha ido muy bien en este ramo de la fabricación de cadenas”, contó José Gregorio.
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Una de las claves de la joyería, según José Gregorio, es la puntualidad y la honestidad. Además, de la calidad del oro y de las piedras que se venden. A pesar de que los costos de los materiales han subido (antes un anillo de 1 gramo de oro podía costar 120 mil pesos, hoy puede valer unos 300 mil pesos) siguen sosteniendo el negocio, gracias a los clientes que dejó su tío.
“Yo no creo que la joyería tradicional tienda a desaparecer a pesar de que ahora hay muchos sistemas como, por ejemplo, una troqueladora que tiene varios tamaños y diferentes motivos (corazones, flores, animales). Antes usted para hacer unos areticos tenía que trazarlos o sacar una plantilla. Yo tengo mucha clientela que manda a fabricar a mano sus joyas. En cambio, las cadenas en Italia y en Estados Unidos las hace una máquina”, concluye José Gregorio.
La joyería tiene varias ramas como: la fundición, el armado, el engaste, la talla de piedras preciosas, diseño de joyas, entre otras. El engastador es una pieza clave en la joyería. Se puede hacer una pieza, pero si el engastador no es muy bueno se puede dañar la pieza.
El hijo de José Gregorio, Juan Pablo Morales Muñoz, es otro miembro de este grupo familiar que se dejó tentar por este arte, a pesar de que quería ser cantante. Gran parte de su infancia y juventud la pasó entre el colegio y el taller de joyería de su padre quien se hizo cargo de su educación y bienestar.
“Yo estudiaba en la tarde y en la mañana me la pasaba en el taller. Cuando terminaba las tareas me ponía a hacer ceras, argollas, entre otras cosas. Nunca me imaginé que iba a “engastar” y a vivir de esto. Mi papá todavía trabajaba con mis tíos Néstor y Tulio quien todavía tiene un taller en este edificio. Una vez cuando tenía 16 años fui al sitio de fundición donde hay varios moldes y fundí un anillo en bronce. Entonces se lo mostré a mi papa y él no me creía que yo había hecho eso”, señala.
A partir de esa experiencia y por la influencia de Alfredo Prieto, un trabajador de su tío, quien era un gran experto en la técnica del engaste, Juan Pablo le tomó amor a este oficio. Con Prieto aprendió la práctica y la teoría en esta rama de la joyería.
Cuando terminó el bachillerato su padre le preguntó qué iba a estudiar, Juan Pablo le respondió que quería ser cantante. Don José Gregorio le aconsejó que era una profesión que necesitaba muchos contactos. Entonces Juan Pablo desistió y decidió irse por la joyería.
“Cuando yo empiezo a trabajar, ahí surge el cambio entre el engastador tradicional con víscera y el engastador moderno que tiene un microscopio. También estaba el auge de YouTube, esta plataforma fue como la universidad para poder profundizar en esta rama de la joyería. Entonces compré el microscopio. Le tomé mucho amor a esta labor y entendí el lugar y el valor de las personas antiguas”, cuenta.
Luego Luis Eduardo Avellaneda, un cliente de su padre, le propuso a Juan Pablo que, si quería ir a trabajar con las exitosas hermanas Mallarino, cuyas hermosas joyas han sido lucidas por personajes tan famosos como Michelle Obama e Isabel II.
“Yo estaba muy pelado. Ahora tengo 27 años y no tenía mucha experiencia. Me enamoré totalmente de mi trabajo. Además, ellas me motivaron mucho y me decían -Juanito eres un artista-. Entonces empecé a estudiar y a hacer cursos. Me sorprendía que a la edad que tenía ya montara grandes y costosos diamantes y esmeraldas. Aprendí mucho y duré con la firma Mallarino ocho años”, cuenta Juan Pablo.
El engastador asegura Juan Pablo, es el responsable que a la piedra no le pase nada. También que el material abracé la piedra y cumpla ciertos estándares de calidad en la alta joyería como: el diseño, la estética, lo que quiere transmitir el diseñador y el engastador lo plasma.
Juan Pablo quien tiene un hijo de dos años dice que: “lo que hace valer a una joya, es el proceso. Hay piezas que el diseño se puede sacar en 3D, pero siempre tiene que haber una mano humana que tenga que intervenir en el acabado. Cambiaran muchas cosas como vienen sucediendo, pero uno se ira adaptando a esas transformaciones, pero lo que hace hermoso este oficio, es el arte y la creación”, finaliza Juan Pablo.
Daniel Yunes es un joven comerciante de joyas que tiene que ver mucho con este sector, ya que su abuelo de origen libanés tuvo un taller y una joyería en este lugar: “todos los que estamos aquí aprendemos del negocio porque esto es como el nido que nos va arrastrando por esta zona. Acá uno consigue lo de comer, los clientes y la materia prima. Uno empieza a desarrollar su vida gracias a este negocio. Yo tengo mucho agradecimiento con este sitio”, dice.
Asimismo, Daniel señala que el negocio ha ido cambiando. Hace unos 20 años el fuerte era la venta de joyas a los extranjeros. Actualmente un 70 por ciento de sus clientes son colombianos.
Ahora los nacionales adquieren más esmeraldas porque se ha roto todo ese estigma que se escondía detrás de estas piedras preciosas.
Sobre el tema de promocionar este tradicional lugar que reúne al gremio de joyeros, Daniel asegura: “Lo que necesitamos es darle a la zona, lo mismo que otros centros históricos de otras ciudades del mundo como Italia y España tienen: seguridad, orden, y aseo. Aquí pasa todo lo contrario. Lo que requerimos para que los extranjeros vengan y florezca este sector es seguridad”, finaliza Daniel Yunis.