James T. Mueses es un joven integrante de la comunidad de Los Pastos, del departamento de Nariño, que trabaja en la Casa de Pensamiento Intercultural Payacua en Bogotá, un lugar similar a un jardín infantil pero dirigido a atender niños y niñas menores de cinco años pertenecientes a grupos étnicos y afro de la ciudad, desde donde James busca rescatar, preservar y divulgar las tradiciones de su cultura y el cuidado de la tierra por medio de la música.
“Yo nací en el resguardo indígena de San Juan, una zona rural en Nariño muy bonita rodeada de volcanes, lagunas, páramos y un sinnúmero de recursos naturales, donde además se trabajaba el campo y la agricultura en sus procesos de siembra, cosecha y poda teniendo como referente a la luna y sus ciclos, y donde la música era protagonista de las mingas. Recuerdo que no podían faltar la flauta, el bombo o la guitarra para armonizar el ambiente, lo que hizo surgir en mí un especial interés por la música, y a los 12 años empecé a aprender y tocar los primeros instrumentos”, recuerda James.
El aprendizaje continuó luego componiendo canciones de música andina con grupos musicales de la región de los que se alejó cuando partió hacia la ciudad a estudiar, sin embargo, tuvo la fortuna de encontrar otros músicos que se habían asentado en Bogotá a los que se unió al tiempo que empezaba su trabajo en la Casa de Pensamiento.
“Llegar a los niños y niñas no fue fácil, por lo que enfoqué mi estrategia en la música. Empecé a componer canciones que hablaran de la tierra, de las aves, etcétera. Eso les llamó la atención y se involucraron un poquito más. Al ver la respuesta, se me ocurrió fabricar instrumentos especialmente para ellos, unos de menor tamaño que se ajustarán a sus necesidades”, señala James.
Así, páramos, montañas, aves, frailejones, ríos, manantiales, espíritus de la naturaleza, el sol, la luna, los rituales, mitos y leyendas, la Pachamama, y las experiencias recorriendo los territorios se fueron convirtiendo en la inspiración para crear las piezas musicales “con instrumentos como el guambito- que para nosotros significa el sonido del corazón-, los pinquillos- que emulan el canto de las aves-, las semillas -que imitan los sonidos de las hojas de los árboles y del agua-, o a través de sonidos y juegos con el tambor”, explica James.
Del listado de instrumentos utilizados y otros fabricados por James también hacen parte guitarras, charangos, zampoñas, quenas, quenachos, chajchas- un instrumento a modo de sonajas que al chasquear con las manos genera un sonido muy particular- y las maracas chamánicas.
Paso a paso
James T. Mueses es un convencido de que ‘los guaguas’- como llama la comunidad a los menores- son y serán los artífices de la pervivencia de la cultura y de las tradiciones no solo de Los Pastos sino de otras comunidades indígenas del país, y los gestores de una nueva forma de relación con la naturaleza, “donde la música y el tejido de saberes ancestrales les permitirá reconectarse con la tierra, que es el origen, de donde venimos, donde habitamos, donde viajamos, de donde vienen los alimentos”, apunta el joven indígena.
Las respuestas a la música varían según la edad o etapa de los menores. “Cada uno la asimila de forma diferente. Un niño de 6 meses, por ejemplo, lo que hace sobre todo es escuchar, mover la cabeza o medio tararear por lo que las canciones son más cortas. Yo les canto: “Mi guitarra canta, son de mi corazón y rarara y rarara”, y algunos empiezan a decir “tatata” o “nanana” y así van conectando la música”, dice James.
Mientras que a los más grandecitos- que ya empiezan a conocer y usar las manos, los pies y otras partes del cuerpo- , dice James, “les canto: “canta, baila, al son de la música”, con esto ya empiezan a pararse, luego: “mueve tu cuerpo, con las palmas, con los pies gira, gira como el cóndor”; ellos cantan y giran su cuerpo haciendo la forma del cóndor”.
Pero, además, se añaden palabras y frases cortas en lengua, pues prácticamente ya no quedan hablantes. Con Los Pastos, comenta James, “estamos en un proceso de recuperación de la lengua, entonces en las canciones incluimos saludos, nombres de aves o animales que habitan el territorio en lengua, también como una forma de apoyar a los investigadores que procuran por su preservación”.
Las canciones
‘Paramito de Colores’, ‘Gracias Pachamama’, ‘Vuela, vuela’, ‘Diosa de la montaña’, ‘Niño Indio’, ‘La cometa’ y ‘Brilla sol’ son algunos de los títulos de las canciones con las que James busca sensibilizar a los menores en torno a la importancia y valor de la madre tierra.
“Con ‘Paramito de colores’, cuya letra es de Ángela Mayorga y arreglos y melodías mías, les rendimos un homenaje a los páramos que nos bendicen con el agua. En ‘Gracias Pachamama’ recopilamos nuestra simbología, nuestra vestimenta, el fogón, que es un elemento muy importante de encuentro, de escucha a los mayores, un agradecimiento al alimento”, manifiesta el músico.
‘Vuela, vuela’ es una exaltación a las diferentes aves que habitan el territorio, como el colibrí que para Los Pastos representa de forma simbólica la dulzura, la armonía, la buena suerte; las golondrinas, que con su vuelo anuncian las lluvias; el búho, que aunque tiene una connotación de mal agüero, pero que en la canción es el cuidador de la noche.
‘Diosa de la montaña’ está inspirada en los seres espirituales Aya Huma de los pueblos andinos que habitan en las montañas, que dice: “Diosa de la montaña tú que eres la dueña de la música y los sonidos que vives en las quebradas, cascadas y manantiales, dale vida a mi zampoña, dale magia a mi quena, alegría a mi rondador, difunde tu espíritu en su sonido”.
Para este sabedor , productor musical, constructor de instrumentos, tallerista y sensibilizador de música dedicado al trabajo con niños de primera infancia, la música es la herramienta más poderosa para sensibilizar a los menores en torno al cuidado del agua, de las plantas, de los animales para que así “nos podamos reconectar y disfrutar de la Tierra”, apunta.
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