En 2007, se hallaron importantes restos arqueológicos de la época prehispánica durante las primeras delimitaciones de vías y manzanas para la construcción de una megaciudadela de la empresa Metrovivienda, en las 30 hectáreas de la Hacienda del Carmen, en la localidad de Usme.
Gracias a la comunidad organizada, liderada en gran parte por Jaime Beltrán (fallecido), se logró detener el proyecto urbanístico y así salvar parte de este gran patrimonio cultural. El señor Beltrán se comunicó inmediatamente con el Instituto de Antropología (ICANH), encargado de detener las obras ante hallazgos de este tipo. Luego, el ICANH recurrió al Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia, que actualmente está realizando la catalogación.
Dado que en esta zona se encontraron muchos hallazgos de la época muisca, en 2014 el ICANH declaró la Hacienda del Carmen como un área arqueológica protegida de interés nacional. A raíz de esta declaratoria, surgió la idea de crear un parque arqueológico en este lugar, una iniciativa comunitaria y campesina que ha cobrado fuerza desde 2020 gracias a la participación del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC).
Además, el proyecto fue incluido en el Plan de Desarrollo, creando así una sólida estrategia ambiental.
Se ha logrado una articulación interinstitucional entre la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, la Secretaría de Planeación, el Jardín Botánico de Bogotá, el Instituto Distrital de Turismo, la Alcaldía Local de Usme, el ICANH y la Universidad Nacional de Colombia.
La Radio Nacional de Colombia conversó con Ana María Groot, profesora del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia, sobre aspectos de este importante hallazgo arqueológico para Bogotá y el país.
“En las 30 hectáreas de la Hacienda del Carmen, se realizó en 2008 y 2009 una prospección en toda el área para caracterizar mejor los hallazgos en un punto donde se registró la mayor densidad de materiales arqueológicos. Se llevó a cabo una excavación para determinar in situ, tanto espacial como verticalmente, el tipo de hallazgos que allí se dieron”, señala la profesora Groot.
Lo recuperado en la prospección permitió determinar, según la antropóloga, que los hallazgos consistentes en cerámica, objetos de piedra y algunos enterramientos, acompañados con ajuares funerarios principalmente de vasijas de barro, corresponden a la sociedad muisca que habitó en esta zona en el momento de la conquista española, aunque dicha ocupación podría haberse prolongado en el tiempo.
Por otra parte, destaca que en el resto del lugar se recuperaron muchos fragmentos de cerámica, indicando que la zona fue ocupada con alguna densidad en algunos sectores y en otros con menor densidad. Sin embargo, señala que los rasgos del relieve del lugar sugieren que pudo haber sido una aldea importante que concentraba una población reunida con casas y posiblemente espacios para fines agrícolas.
También se hallaron restos óseos de animales como los de una boa, no solo de la zona andina, sino también de los Llanos orientales y del Amazonas. Esto revela que las comunidades prehispánicas no estaban tan aisladas territorialmente como se pensaba, ya que existían redes de intercambio entre ellas.
“Las características de estas cerámicas varían, hay formas como copas muy características de la cultura Muisca con decoraciones detalladas. También hay vasijas con un cuello alto y un cuerpo globular, conocidas como múcuras, tradicionales en el altiplano cundiboyacense. Además, los chorotes se utilizaban para cargar agua y cuencos, quizás para beber”, asegura.
Además, comenta que falta mucho por investigar, ya que, si realmente se trata de una aldea, será necesario buscar otros sitios para recuperar información sobre casas, análisis estratigráfico y estudios de suelos para obtener otro tipo de información. También destaca la lentitud y cuidado del trabajo arqueológico, ya que cada objeto encontrado debe registrarse y luego se realiza la parte de laboratorio para construir una narrativa de lo sucedido en el lugar.
“Este descubrimiento arqueológico debe considerarse junto con otros hallazgos en la zona sur de Bogotá. Lo interesante es demostrar que dicha zona tuvo una población prehispánica muy alta, como evidencian diferentes hallazgos en el área, por ejemplo, el de 1988 en la plaza principal de Soacha, que también mostraba esa densidad”, concluye la profesora Ana María Groot.
También conversamos con Carolina Díaz, antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia y coordinadora del Parque Arqueológico de Usme:
“Este lugar es importante porque nos permite replantear la historia de Bogotá. También nos faculta gestionar de manera adecuada e integral la única área arqueológica protegida que tiene Bogotá, de las 23 que tiene Colombia. Además, hay otra cosa importante, y es que el parque es el resultado de una demanda y de un proceso de movilización importante de las comunidades campesinas del corte urbano-rural del sur de Bogotá”, señala.
La expectativa, según Carolina, es retomar los procesos de investigación arqueológica que ya iniciaron un poco este año. Pero no con excavaciones, sino con ejercicios de monitoreo arqueológico. Durante este año sembraron y plantaron 10.584 árboles en un proceso de restauración ecológica. Una labor pionera en áreas arqueológicas protegidas, ya que, además de buscar fortalecer los ecosistemas del parque, estuvo acompañada por el equipo de arqueología del IDPC para garantizar y mitigar los impactos sobre los contextos arqueológicos.
“Este ejercicio nos está permitiendo reconocer la magnitud del hallazgo. No solo en términos de espacialidad, sino también de temporalidad. Puede ser muy relevante para conocer esta memoria prehispánica. Estamos hablando en este momento del 700 al 800 después de Cristo hasta el presente. Pero es posible que nos ampliemos temporalmente incluso a un periodo antes de Cristo. Eso solo lo sabremos hasta que continuemos con ejercicios de investigación arqueológica especializados, que es la apuesta para los siguientes años”, señala.
Lo que se piensa en el marco del parque arqueológico es la construcción de equipamientos, espacios, un museo in situ, un lugar de interpretación patrimonial y otras zonas que permitan el diálogo y el encuentro con las distintas comunidades.
Asimismo, los procesos de participación ciudadana se han venido desarrollando a partir de una estrategia de activación que ha permitido la participación de una población muy amplia, particularmente de niños, de organizaciones locales y de personas interesadas en desarrollar procesos de mediación en el Parque Arqueológico.
“Creo que la siguiente administración recibe un proyecto de ciudad muy sólido, el cual permite conservar unas trazas de memoria importantes de Bogotá en términos culturales. Además, es un espacio que reconoce a las comunidades campesinas y que se posiciona como un escenario de cuidado de los ecosistemas y de la Estructura Ecológica Principal de Bogotá. Igualmente, hace parte del nuevo equipamiento rural que es una de las estrategias más robustas e importantes que tiene el Plan de Ordenamiento Territorial, para el borde sur de Bogotá”, finaliza la antropóloga Carolina Díaz.