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Costureras y modistas, una profesión que se niega a desaparecer

A pesar de la industrialización y tecnificación de la industria de la moda, en el país perviven los saberes de uno de los primeros oficios que le permitieron a la mujer algo de libertad económica, y que aún se resisten a desaparecer.
Profesión: costurera y modista, así es la profesión en Colombia
Archivo Particular
Yaneth Jiménez Mayorga

“De niña, una de las cosas que me encantaba era acompañar a mi mamá a la modista. Me fascinaba ver cómo ese vestido de alta costura, elegante, que veíamos en alguna revista de moda, y que mi mamá soñaba tener, luego era plasmado tan hábilmente en la realidad a través de las manos, el saber y la experiencia de la señora Rosita, la costurera del barrio. Desde entonces, hace más de 30 años, siempre anhelaba encontrar a una experta que me tomara medidas, me llevara a buscar y comprar las telas, me probara el vestido, me hablará frente al espejo para darme sus recomendaciones”, señala Astrid López, una madura mujer apasionada por las prendas de vestir.  

Un deseo que no fue sino posible hasta ahora, ad portas de su matrimonio, cuando por recomendación de una amiga, Astrid llegó hasta la casa taller de Patricia Jiménez Oropeza, una mujer que con dedicación, paciencia, experticia, conocimiento, y comprensión logró entender y captar la idea y sentimiento que ella tenía acerca de su vestido de boda y cómo se quería ver. 

Y es que con el paso del tiempo, los avances tecnológicos y las nuevas dinámicas muchos oficios artesanales han venido desapareciendo, entre ellos, el de modista o costurera, una profesión que para Patricia “es como la vida misma: tejer, destejer, remendar, corregir. Un acto de rebeldía, un arte de mucha paciencia”, pasión que comparte con Luisa, su hermana gemela, con quien tiene un taller ubicado en el barrio Santa Sofía, cerca de la calle 80 con carrera 24, en Bogotá, y con quien se resiste a dejar morir el noble oficio. 


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Allí, en medio de agujas, alfileres, tijeras, metros, hilos, telas, retazos, libreta de apuntes, máquinas de coser, Patricia dedica más de 12 horas diarias a “remendar, coser, medir, desbaratar, probar, rehacer”, las prendas de vestir y encargos que le hacen sus “consentidas” clientas, una labor que desempeña desde hace más de 30 años, y que aprendió y heredó de Mercedes, su madre.    

Artesana          

“Nosotras vivíamos en una finca en Casanare, donde mi mamá dedicaba parte del tiempo a coser y confeccionar nuestra ropa, usando una máquina Singer negra de pedal, muy popular en esa época. Recuerdo, que cuando tenía como 8 años, me antojé de tener un jean como uno que ella tenía. Para complacerme, ella desbarató su pantalón y me confeccionó el mío, pero a mí no me gustó como quedó, y le reclamé (hoy me arrepiento), porque no entendía cómo era posible que no quedara igual”, comenta Patricia. 

Lastimosamente, Mercedes falleció cuando Patricia y Luisa tenían tan solo 9 años, pero el legado quedó. “A pesar de su pronta partida, mi mamá ya nos había enseñado a tejer, bordar y coser, tareas que ella aprendió en el internado de monjas donde estudiaba en San Luis de Palenque (Casanare) y luego en Villavicencio (Meta); mientras que de forma autodidacta aprendió a hacer croché”, dice Luisa.  

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Modista

Entre hilos y telas  

Con esos primeros aprendizajes, las habilidosas gemelas crearon su primera prenda: el disfraz de diablo para su hermano menor, disfraz que resultó ganador en un concurso del colegio. “Conseguimos una tela roja, otra negra (para los cachos), tomamos como referencia otra prenda y cosimos todo totalmente a mano”, recuerda Patricia.  

Poco a poco, en su trasegar por varias regiones del país, Patricia fue adquiriendo mayor experiencia y las máquinas básicas para seguir desarrollando su talento. Así compró una máquina plana, luego una fileteadora, una de collarín, una bordadora pequeña, y otra para ojales, al tiempo que llenaba los estantes con hilos, cremalleras, telas, moldes, tizas, herramientas que le fueron dando vida a su propio taller. 

“Si bien usamos algunas máquinas, este es un oficio artesanal, en el que priman la experiencia y distintos saberes: una modista debe, por ejemplo, conocer de diseño, de anatomía, de corte y confección, y hasta de economía, psicología y mantenimiento de máquinas. Nosotras vamos aprendiendo qué le queda mejor a la persona según sus propias características (si es bajita, si es muy delgada, según su color de piel); así como a elaborar diseños propios, hacer patronaje, elegir las telas; a entender qué quiere proyectar la persona o para qué ocasión va a usar la prenda, y hasta hacer reparaciones a las máquinas”, acota Luisa.  

Saberes que para Astrid han sido un descubrimiento pues no imaginaba todo lo que conlleva elaborar su vestido a la medida. “Nunca pensé que tuviera que venir en más de una ocasión a que me probaran el vestido, pensaba que con una medida era suficiente, a conocer la gran variedad de materiales y procesos que se utilizan para elaborar, por ejemplo, el corpiño, los escotes, los bordados… y hasta entablar una conversación muy personal, de confianza con mi modista; todo es personalizado; el vestido es elaborado para mi, es una prenda única, exclusiva, algo que en un almacén o por internet difícilmente se consigue”, apunta.  

Prueba vestido   


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Actualmente, explica Luisa, en la industria se utiliza maquinaria moderna para producir en serie: un jean, por ejemplo lo pueden hacer en 20 minutos, mientras que al elaborarlo manualmente, personalizado, la modista se puede demorar un día. La gente en  ocasiones  prefiere comprar ropa importada, barata, que pagar un poco más por una prenda mejor elaborada, con materiales nacionales de mejor calidad, y a la medida. 

Este es un oficio en el que, como resalta Patricia, “es importantísimo ponerse en el lugar del otro, tratar de entender los gustos de la persona, pero también cuando es necesario decirle que puede haber estilos que no le van a quedar bien por sus características; por eso yo trabajo a puerta cerrada con cada persona: para brindarle su tiempo y espacio”. 


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Puntada a puntada  

Parte de la magia y encanto en el desarrollo de su oficio, explican las talentosas artesanas,  se sustenta en los pasos o fases y los elementos que se requieren para la elaboración de la prenda, entre ellos, la medición, para la cual son fundamentales; la libreta, el lapicero y el metro: Allí toman nota de medidas, (con dibujos o nomenclatura que solo entienden ellas)  como: cuello, espalda, brazo, pierna. De la exactitud con que se tomen dependerá, en gran medida, la elaboración adecuada de la prenda. 

La segunda, el diseño del patrón o maqueta de la prenda, para la que se valen de una mesa sobre la cual se ubica: una tiza (la cual debería tomarse entre los dedos pulgar, índice y anular), lápiz, papel o cartón, regla, metro, y algunos retazos de tela.

Una vez hecha la maqueta, viene la fase del corte, en el que priman elementos como las tijeras, las telas, los alfileres. Es de resaltar que el corte de la tela se efectúa con por lo menos un centímetro por fuera de las marcas trazadas dejando espacio para la costura de las piezas.  

Posteriormente, se realiza el ensamblaje o unión de cada una de las piezas, donde son protagonistas los dedales, las agujas, los alfileres, los hilos, las telas y las máquinas de coser. Allí, sobresale la experiencia de la costurera para determinar cómo se realizan, por ejemplo, las uniones de la espalda con el costado. 

Finalmente, ya teniendo la prenda base, proceden a su “decoración”, es decir, a colocar los adornos y piezas de diseño especiales como encajes, botones, bordados, o cintas.  

Procesos que llevan varios días, hasta que la cliente se prueba el traje (por lo menos dos veces), se ultiman detalles, y se finaliza… con la sonrisa y el visto bueno de la cliente.       

Puntada a puntada, medida a medida, las costureras y modistas se resisten a dejar un oficio apasionante, que como bien lo expresa Luisa: “es un arte que alegra el espíritu y descansa el alma”.

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