Nostalgia, alegría, remembranzas, sonrisas, recuerdos de infancia, amistad, ilusión, imaginación, felicidad… cuántas emociones y sentimientos pueden producir esos fascinantes artefactos elaborados a partir de un trozo de madera que, al pasar por las manos expertas (y el corazón) de maestros artesanos, parecieran cobrar vida.
Para muchos colombianos, su infancia estuvo rodeada de coloridos caballitos, camiones, carretillas, aviones, carritos de carreras, trenes, carretas y otros tantos juguetes de madera que se convertían en los amigos inseparables y en la mejor excusa para crear y compartir sueños, personajes e historias.
Quién no recuerda el movimiento rítmico del balancín, el galopar imaginario del caballito de madera, o aquel camión lleno de cubos que simulaban la carga pesada, la carretilla que se llenaba de piedritas recogidas por el camino, juguetes que hoy, en pleno Siglo XXI, se siguen fabricando en talleres de antaño. Allí donde aún se camina sobre pisos de aserrín, donde el olor de la madera remite a los recuerdos de infancia , donde los sonidos producidos por cada herramienta se convierten en melodía, donde empieza a tomar forma el proceso creador.
Inicios de una tradición
Y es que, aunque parezca extraño, en una era en la que priman los dispositivos móviles, los juegos virtuales y la industrialización del sector, aún existen talleres como el de Juguetes Damme, el sueño hecho realidad de un niño exiliado alemán que tuvo que huir con su familia de los nazi de mediados del siglo XX, pero que encontró en Colombia el amor, el lugar ideal para exponer su alma de juguetero y la ilusión de dar alegría a miles de niños.
“Su padre Willy, su madre Charlotte y su hermano Günter pasaron por momentos muy difíciles en Checoslovaquia. Allí vivieron en castillos que recibían a los emigrantes alemanes, luego en Italia, en Panamá, en el Puerto de Buenaventura y Popayán adonde llegaron en busca de una vida alejada de las persecuciones y de la tristeza que les produjo dejar a su hermano, que fue llevado a Rusia”, cuenta María Jovita Pedraza, la esposa del reconocido artesano.
Este periplo los llevó finalmente a Bogotá, donde el padre de Horst se rebuscaba el sustento diario laborando en restaurantes y reparando radios, entre otros trabajos, hasta que consiguió empleo como administrador del Polo Club. En las épocas de lluvia no se podía practicar el polo, tiempo que don Willy empleaba para elaborar carros y casas de madera para ganar un dinero extra.
“Además, el señor Horst, siendo aún niño, tenía que ayudarle a su mamá a recoger el mercado que ella hacía, luego de que la dejaban por la calle 80 en el barrio El Polo. Por lo que don Willy le fabricó una carreta en madera, que fue la que yo creo la que le dio el impulso para hacer sus propias creaciones”, comenta María Jovita.
El pequeño emprendió a experimentar con trozos de madera dando forma a su primer camión, juguete que llamó la atención de sus vecinos. Poco tiempo después, estos empezaron a pedirle otros, así nació de la inventiva de padre e hijo de aviones, carros, cunas, carretas, que se fueron popularizando hasta llegar a oídos de Lola de Sanz de Santamaría, esposa del alcalde de la época, Carlos Sanz de Santamaría, quien le encargó una buena cantidad de juguetes para regalar en Navidad.
“El pedido era muy grande, hacerlo totalmente a mano era imposible por lo que requería de otras herramientas pero el señor Willy no tenía el dinero, doña Lolita le prestó para que comprara la madera, la sierra, el sinfín, los taladros, una caladora, tres lijadoras y un torno. Así empezó todo”, cuenta la esposa de Horst Damme.
Juguetes hechos con el alma
Hoy, en una antigua casa ubicada en el barrio La Floresta, en el norte de Bogotá, sigue funcionando el taller, la tienda y la vivienda de María Jovita y don Horst, quien, desde hace unos años, por cuestiones de salud, tuvo que dejar su labor de juguetero, sin embargo, su espíritu, alegría y saber se sienten en cada rincón y se perciben en cada juguete.
El lugar, rodeado de los ‘outlets’ de La Floresta, concesionarios de carros, y otros comercios, sobresale por su fachada: una amplia estructura de un piso, pintada de blanco y marcos de ventanas pintados de azul, naranja y negro, los colores característicos de su juguete insignia: el caballito de madera, que se alza altivo y solitario sobre el techo de la antigua casa.
Adentrarse en este espacio es ingresar a un mundo mágico, es revivir en la memoria el cuento de Pinocho y Geppetto, los personajes de ‘Las aventuras de Pinocho’ de Carlo Collodi, es caminar por el escenario donde cobran vida los diseños creados por Horst Damme, quien a pesar de haber perdido la vista en un accidente en 1972, y quien, hasta que su salud se lo permitió, manejó con maestría cada detalle en la elaboración y control de calidad de sus juguetes.
“Luego de quedar ciego, don Horst se encerró casi tres años hasta que un día necesité hacer unos columpios y yo no podía organizar las argollas, se me reventaban, entonces saqué a don Horst de su oficina y le dije que esa condición no le impedía seguir adelante. Le entregué la segueta, le entregué la cadena con las argollas y me arregló todo, nos dimos cuenta que tenía en su cabeza todas las medidas y el funcionamiento de sus juguetes; eso le dio nueva vida a él y al taller”, comenta emocionada María Jovita.
Durante más de 40 años, don Horst, de la mano y amor de su compañera de vida, siguió fabricando paciente y cuidadosamente sus juguetes, entre ellos, el emblemático caballito de madera, su corcel blanco con pintas negras, sillín color naranja y patas azules, que de alguna manera simboliza trabajo, fuerza, poder, vitalidad, nobleza, lealtad, su caballito de madera que permanece perenne ante el paso del tiempo y las preferencias de los clientes.
Además del tradicional caballito, en la tienda se encuentran trenes, camiones, carros de carreras, teatros de títeres, cunas, balancines, tableros, pupitres, estaciones de gasolina, coches, volqueta, palas, columpios, alcancías, casas de muñecas, carros exploradores alemanes, remolques y un sinfín más mágicos artefactos.
“Aunque el volumen de ventas ha bajado, nosotros seguimos adelante, nos acomodamos a los gustos de los clientes. Por ejemplo, pintando nuestro caballo de los colores que ellos desean, haciendo entregas a domicilio, acondicionando los sistemas de pago. Pero sobre todo, manteniendo el alma de don Horst, de los juguetes de madera que se resisten a morir y con los que queremos seguir preservando esta tradición”, apunta María Jovita..
Don Horst, María Jovita, sus hijas, los empleados que aun creen en este arte se mantienen en pie, inspirados por la emoción que los juguetes genera en grandes y chicos.
Bien lo reza su slogan: Juguetes Damme, dando alegría desde 1949.