Por estos días se están conmemorando los cien años del natalicio de dos grandes figuras de nuestras sonoridades caribeñas: su cantante femenina más importante, por una parte; y por la otra, el más relevante percusionista que tuvo el formato de gaita. Por eso son nuestros Artistas de la Semana.
Matilde Díaz (1924 – 2002)
El escritor Barranquillero José Portaccio Fontalvo es el autor de “Matilde Díaz, la única”, biografía de la célebre cantante. En ella afirma lo siguiente: “La lírica de Matilde es una música que jamás va a pasar de moda; podrán transcurrir 40, 50, 100 años y siempre la estaremos escuchando. Puede ser que las generaciones de entonces no sepan quién era Matilde Díaz, pero van a gustar de su música. De esto no nos cabe la menor duda”.
Nacida en San Bernardo, Cundinamarca, el 29 de noviembre de 1924 y criada en Iconozco, Tolima, de donde se sentía real hija, Aura Matilde Díaz Martínez difundió la música de la Costa Caribe por todo el continente de la mano del director de orquesta Lucho Bermúdez. Pero sus inicios se dieron en la música del interior. Al lado de su hermana Elvira alcanzó notoriedad en programas musicales de radio desde niña, tras estudiar con el maestro bogotano Emilio Murillo Chapull, interpretando bambucos y pasillos de su autoría.
Si bien Murillo, el famoso “Apóstol de la Música Colombiana” quería que las hermanas Díaz interpretaran únicamente sus composiciones, Matilde tenía más inquietudes, las mismas que pudo desarrollar como solista cuando Elvira decidió dejar el dueto para casarse
Matilde también contrajo nupcias de manera temprana con un locutor de la emisora La Voz de la Víctor de nombre Alberto Figueroa, pero había puesto la condición de que el matrimonio no sería un impedimento para su carrera como cantante. A sus 18 años ya estaba casada y a la espera de audicionar con la llamada Orquesta del Caribe, comandada por un clarinetista de 30 años nacido en El Carmen de Bolívar, de nombre Luis Eduardo Bermúdez Acosta, quien la contrató de inmediato.
En 1945, ya como parte fundamental de la orquesta de Bermúdez, director y cantante viajaron a Buenos Aires para grabar el primer disco de una larga carrera que se resume en clásicos como ‘Carmen de Bolívar’, ‘San Fernando’, ‘Te busco’, ‘Salsipuedes’, “Fantasía tropical” y ‘La múcura’. Allá se casaron por lo civil, inicio de una relación profesional y afectiva que se prolongó hasta 1963, año en el que se anunció su divorcio en medio de una importante polémica.
Lucho Bermúdez se refirió a ella de esta manera ante el biógrafo Portaccio: “La relación con Matilde fue muy importante por su calidad y su versatilidad. Interpretaba un bambuco, una cumbia, cualquier canción, con la misma maestría. Eso, sin duda, le daba incentivos a mi trabajo. Yo era un profesional y había llegado el momento de darle un carácter especial a la orquesta, un sabor propio. Vino la experimentación, la búsqueda. Y la encontramos en ella”. A su vez Portaccio puntualiza: “Matilde Díaz fue la mejor intérprete de la música de Lucho, porque la vivía como si fuera propia”.
Pero la importancia de Matilde en el desarrollo de la música popular colombiana va mucho más allá de sus grabaciones con Bermúdez. Sumado a sus amplias facultades para asumir bambucos, pasillos y otros aires del interior, tras su sonado divorcio la carrera de Matilde tuvo continuidad en grabaciones con la orquesta del panameño Marcos Gilkes, con arreglos del músico Armando Velásquez e incluso cantando a dúo con su segundo esposo, Alberto Lleras Puga, hijo del presidente Carlos Lleras Restrepo.
Hasta sus últimos días se mantuvo cantando Matilde Díaz, Hacia 1999 estaba esperando el lanzamiento de un CD triple con 60 canciones. El proyecto empezó a dilatarse y Portaccio la interrogó al respecto. Ella, haciendo gala de su eterno sentido del humor, le dijo: “es que están esperando que yo me muera para venderlos más, pero se van a joder”.
Catalino Parra (1924 – 2020)
En el recuerdo del país entero quedan algunas de las grandes composiciones del tambolero Catalino Parra para su agrupación, Los Gaiteros de San Jacinto, como “El morrocoyo”, “Josefa Matía” y “Manuelito Barrio”. Sus 95 años hicieron de él, junto con Toño García, el último miembro fundador vivo del célebre colectivo sanjacintero, en donde departió con otras leyendas como Toño Fernández, José Lara, Pedro Nolasco Mejía y Juan “Chuchita” Fernández.
Nacido en Soplaviento, Bolívar, el 25 de noviembre de 1924, sin duda alguna, Catalino Parra fue uno de los pilares fundamentales en la difusión de la música del Caribe colombiano. Desde muy temprana edad desarrolló su inclinación para componer versos, cantos de parranda y poemas inspirados en su entorno natural, así como para interpretar aires raizales como tamboras, chandés y bullerengues y para fabricar instrumentos de percusión. Esta vocación terminó de fraguarse cuando a su pueblo llega el conjunto de gaiteros llamado Los Pileles, de Repelón, Atlántico, determinando así el rumbo de “Catano”, como le llamaban sus conocidos. Si antes se había interesado por cantar boleros, ahora se había enamorado del sonido de las gatas endiabladas.
Con algunos amigos conformó, a los 15 años en el barrio El Chispón, de su natal Soplaviento, una agrupación llamada Sangre en la Uña, dedicada principalmente a la cumbia y la puya y que llevaba ese nombre por ser el apodo de su líder, Alejandro Manjarrez.
Pero el éxito definitivo llegó como tamborero de los célebres Gaiteros de San Jacinto, agrupación a la que llegó gracias a los oficios de Delia Zapata Olivella y su hermano Manuel, y con la cual fue embajador de la música y el folclor colombianos alrededor del mundo. Gracias a la embajada cultural emprendida a instancias de los investigadores y folcloristas, Catalino Parra y compañía estuvieron girando a partir de 1964 por territorios de Panamá, Costa Rica, Honduras, El Salvador, Ecuador, Estados Unidos, Unión Soviética, México, Italia, Alemania, Francia y España, y grabaron más de 12 producciones discográficas para el sello CBS.
Pero la presencia de Parra en aquella legendaria agrupación supuso ir más allá porque, además de llevar algunas de sus composiciones hasta el colectivo, también fue responsable de la paulatina incorporación de la tambora en ese formato. Aquel tambor cilíndrico con parches a ambos lados, que se ejecuta con baquetas sobre un soporte de madera, era exclusivo de los bailes cantados de las orillas del Canal del Dique, y con Catalino hizo presencia por primera vez en el terreno de las gaitas.
Otras de sus composiciones de referencia obligada fueron “Animalito de monte”, “Donde canta la paloma”, “La vaina ya se formó”, “La iguana”, “Verdá que soy negro”, conocida como “Aguacero de mayo”, “Mujer soplavientera” y “Catalina”.
En 1989, Catalino Parra recibió el premio a la canción inédita en el Festival de Gaitas en Ovejas, Sucre, por la pieza “Me sobé” y, en el 2004, el Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional Vida y Obra por sus innumerables aportes a la música tradicional colombiana.
El célebre “Catano” falleció en Cartagena el viernes 14 de febrero de 2020, en horas de la tarde, en casa de una hija suya en el barrio San Fernando.