Junto a Carlos Cardona, Roberto Fiorilli, Álvaro Galvis y Jaime Córdoba, uno de los bateristas más renombrados del rock colombiano en los setenta fue Eduardo Acevedo, quien el pasado 17 de mayo falleció víctima de una penosa enfermedad. «Era un tipo solitario, callado y taciturno», recuerda el productor Patrick Mildenberg, viejo amigo de Eduardo, un músico que en sus primeros años –antes de consolidarse definitivamente durante los ochenta y los noventa al lado de Crash y Mango - se destacó por marcar el ritmo en Los Yoguis, La Banda del Marciano, Los Flippers, Amapola y Terrón de Sueños.
Nacido en Bogotá el 14 de agosto de 1953, Eduardo Acevedo aprendió a tocar el instrumento junto a su tío, el célebre baterista Memo Acevedo. «Antes de viajar a España, donde se unió a Los Pekenikes, Memo le enseñó los rudimentos a Eduardo. Luego, Eduardito siguió su camino autodidacta replicando con dedicación el estilo de Mitch Mitchell y John Bonham», señala Mildenberg, quien también cuenta que a su camarada ya le decía Sardino desde la adolescencia: «Ha de ser porque siempre aparentó menos años de los que tenía», apunta respecto al simpático alias que le acompañó hasta sus últimos días.
La carrera del Sardino comenzó a mediados de los sesenta con Los Playboys, una agrupación de vida breve en la que coincidió con Chucho Merchán. En 1970 se unió a Los Silver Thunders, justo cuando estos habían decidido llamarse Los Yoguis. Con la banda de los gemelos Edgardo y Orlando Córdoba, grabó cuatro canciones en el estudio Ingesón que permanecieron inéditas durante cincuenta años hasta que en 2019 el sello español Munster Records las incluyó en el disco ‘Me gritan melenudo’, firmado por Los Silver Thunders. Fue en Los Yoguis donde Eduardo conoció a un músico crucial en sus aventuras: el guitarrista Hernando Becerra.
El encuentro entre Eduardo y Hernando sentenció el final de Los Yoguis. En las notas interiores de ‘Me gritan melenudo’, Jaime Andrés Monsalve describe las circunstancias que sellaron el nacimiento de otra agrupación: «En busca de un nuevo aliento apareció en el camino Hernando Ernie Becerra, guitarrista que veía de tener una banda colegial llamada The Flower Power, al que contrataron entre otras cosas porque tenía un amplificador Fender de última línea, aunque sólo quería tocar sus propias composiciones, temas instrumentales que para Orlando y Edgardo resultaban ser poco menos que ruido. “Estuvo con nosotros tres meses –recuerda Orlando–. Nosotros nos lo aguantábamos, pero un día Eduardo y él se perdieron. Y pasó que dizque habían hecho un conjunto en otra parte, y quedamos viendo un chispero”. Becerra y Acevedo, efectivamente, habían acudido al llamado del bajista Guillermo Guzmán para acompañarlo en su proyecto, La Banda del Marciano (…)».
Asimismo, en el libro ‘Génesis del rock colombiano’, Guillermo Guzmán, mejor conocido como Marciano, le reveló al periodista y locutor Edgard Hozzman los orígenes de un trío legendario: «Durante mi etapa como músico de grabación extrañaba el rock. Como músico de estudio era bien remunerado, pero la música que interpretaba no era la mía. Dos empresarios me propusieron organizar una agrupación para que interviniera en varios conciertos del rock que estaban programando y la idea me gustó. Busque al guitarrista Hernando Becerra y al baterista Eduardo Acevedo, comenzamos a ensayar y así nació La Banda del Marciano, una etapa amable de mi creatividad musical que recuerdo con cariño».
La Banda del Marciano debutó en el Festival de la Primavera, llevado a cabo en el auditorio al aire libre de Lijacá los días 19, 20y 21 de marzo de 1971. En junio de ese mismo año hicieron parte del contingente bogotano que hizo presencia en el histórico Festival de Ancón. A pesar de ser una de las agrupaciones más queridas y respetadas del circuito, irónicamente no dejaron ninguna grabación a nombre propio, aunque, como gozaba de gran prestigio, su impronta quedó indeleble en innumerables discos de algunas de las figuras del pop nacional como Christopher, Vicky, Ana y Jaime, Claudia Osuna, Billy Pontoni y Miguel Muñoz. Con este último, La Banda del Marciano registró en 1975 un sencillo que, además de contener en sus hendiduras dos hermosas canciones, es de los poquísimos documentos fonográficos en los que Becerra, Guzmán y Acevedo aparecen acreditados.
Durante la segunda mitad de los setenta, la actividad de Eduardo Acevedo se mantuvo en punto de ebullición: hizo parte de Amapola –híbrido pasajero entre La Banda del Marciano y Malanga que infortunadamente no grabó- tocó provisionalmente en Terrón de Sueños, se granjeó buena fama en el ambiente jazzero capitalino junto a la pianista Jean Galvis y se enlistó en Los Flippers. Con la banda que diez años atrás había fundado Arturo Astudillo alcanzó a grabar dos sencillos, uno de los cuales incluye “Atardecer”, otra de esas gemas recónditas del rock nacional. A propósito de su paso por Los Flippers, vale la pena anotar un asunto curioso: allí se sentó en el lugar de Carlos Cardona, a quien había reemplazado previamente en Los Yoguis.
En 1976, junto a Hernando Becerra, el bajista de origen cartagenero Augusto Martelo fundó Crash, agrupación que logró mantenerse en actividad hasta 1986. Por allí pasaron Jorge Barco, Mauricio Ramírez, Randy Keith y Eduardo Acevedo. Como si se tratara de una mala broma del azar, Crash tampoco dejó para la posteridad un fonograma. Si bien grabaron un disco que permanece sin publicar, una muestra de aquel sonido temerario que mezclaba new wave, tango, rock progresivo y ritmos antillanos quedó consignado durante una presentación para el show televisivo Espectaculares Jes en 1984.
Inmerso plenamente en los sonidos caribeños, durante 1984 –en mancuerna con el cantante Felipe Zuluaga (The Real Zulu)- Eduardo fundó un proyecto musical al que le dedicó buena parte de su vida. Mango, quizás uno de los episodios más notorios del reggae en Colombia, se mantuvo vigente hasta 2019, año en el que al Sardino le fue diagnosticada una dolencia terminal. Leyenda del bar Johnny Cay en Bogotá, la agrupación por la que pasaron personalidades como Hernando Becerra, Alejandro Gomez Cáceres, Antonio Arnedo y Jorge Guarín, fue famosa, también, por llevar su música a varias islas de las Antillas Menores y a presentarse con éxito en el Green Moon Festival de San Andrés. A pesar de la vocación intacta que tuvo por Mango, esta tampoco llegó a grabar un disco. «Por su temperamento, eso no fue una frustración para Eduardito», reflexiona Patrick Mildenberg que, igualmente, precisa un aspecto entrañable: «Luego del agite de aquellos años rocanroleros, Eduardo prefirió retirarse al campo y vivir una vida retraída junto a los animales que vivían con él. De vez en cuando volvía a Bogotá para tocar con Mango y retornaba a Chía donde lo aguardaban unos caballos que lo hacían inmensamente feliz».