“Los Generales del vallenato”: la música como terapia para resistir la guerra
A finales de los años 80 en Valledupar, un grupo de uniformados de la Policía conformaron un conjunto vallenato, el cual alternaban con sus funciones en la institución. Hoy ya retirados cuentan cómo la música fue el aliciente para resistir la guerra. Estas son sus historias.
Cuando tenía nueve años de edad, Carlos Emilio Orozco Borja contaba las horas para poder bajarse de la cama donde dormía junto con otros dos hermanos, en la casa familiar del barrio Obrero en el municipio de Ciénaga, Magdalena.
Su ilusión de ver los rayos del sol cada mañana se acrecentaba con la idea de ver una guitarra que lo esperaba en el patio para practicar y mejorar su técnica. Su imaginación le ayudó porque en realidad lo que había era una tabla vieja con seis cuerdas, hechas con nailon de pescar que le había arrebatado sin permiso a su mamá.
“La guitarra fue lo primero que me gustó y como mi mamá no podía comprarla, me las ingenié para sacarle sonidos a la tabla con el nailon. A los 15 años le insistí tanto que por fin me la dio. Por medio de un catálogo empecé a tocar mis primeras canciones, así con el oído, sin que nadie me enseñara”, cuenta.
Meses después, conoció el acordeón por medio de un amigo con quién hizo un intercambio de instrumentos. Carlos Orozco tenía quince días para aprender a interpretarlo. Se cumplió el plazo y su guitarra regresó a sus manos. Fue así como empezó todo.
“Fui a Barranquilla donde una hermana, allí practicaba a diario en el patio, los vecinos se quejaban por la bulla, pero logré sacarle canciones, la primera que aprendí fue la de Dolcey Gutiérrez: ‘Ron Pa’ todo el mundo’”.
Además de músico autodidacta, Orozco se caracterizó por la versatilidad. Aprendió a interpretar el bajo, era deportista y hasta cantaba. Se perfilaba como un gran músico de la región. Sin embargo, la falta de apoyo y las obligaciones lo llevaron por otro camino.
“Me fui a prestar el servicio militar. Me presenté al batallón logístico, dije que era músico. Tocaba para los generales, amenizaba un programa de boxeadores que se llamaba ‘Campeones en acción’, estuve dos meses allá. Me fui de permiso y no regresé. Entonces en septiembre de 1986 me presenté a la Escuela de Policía Antonio Nariño de Barranquilla”.
Tenía 22 años cuando ingresó a la Policía Nacional. Inmediatamente se dio a conocer como músico. Pero lo principal era prestar el servicio. Lo enviaron a la Estación de Policía del municipio de Chimichagua, Cesar, y fue allí, en 1989, a donde le llegó la noticia de una convocatoria para formar parte de un conjunto que estaba organizando la institución.
“Fue un poligrama, decía que me requerían en Valledupar. Entonces me presenté y era para que fuera el acordeonero del grupo donde estaban casi todos listos, solo faltaba yo. Entonces me conocí con Gutiérrez, Urina, Blanco, Lara, Ardila, entre otros”.
El conflicto armado en Colombia ha dejado muchas pérdidas, tanto de las víctimas como de los actores armados que en él participan. La sociedad mira a las víctimas, sus familias, ¿pero qué pasaba en las vidas de los policías y sus familias? https://t.co/Pl1Ru2ZzEl @RadNalCo pic.twitter.com/9qKCTYInqB
— Tatiana Orozco Mazzilli (@TatianaOrozcoMa) November 17, 2022
El grupo se llamó inicialmente ‘Los Patrulleros del Vallenato’, pero luego se cambió a los ‘Generales del vallenato’ y la mayoría eran agentes de la Policía Nacional que además de ejercer sus funciones correspondientes en las estaciones a donde los asignaban, alegraban los corazones de todos los que los escuchaban.
“Es que salió la ley 100 de 1992, con la que se creó el nivel ejecutivo, por eso decidimos cambiarle el nombre. Ahí comenzamos, hacíamos toques con las alcaldías, amistades del comando del departamento, alternamos con grupos grandes”, aseguró Orlando Rafael Urina Barrios, oriundo de Aguas Blancas, corregimiento de Valledupar, quien permaneció durante 22 años en esa institución y hoy a sus 62 años recuerda con nostalgia esos momentos.
Urina al igual que Orozco, desde pequeño soñó con hacer música. A los cinco años practicaba con las ollas y asientos de cuero de su mamá para hacer sonidos: “yo ponía los taburetes al sol para que se templaran más, así aprendí a tocar la caja. Mi mamá a veces me jalaba las orejas porque le 'pangaba' las ollas, pero al final me entendía. Luego formé parte de un grupo en los carnavales, hacíamos toques, así crecí. Un día mi papá me dijo que me ayudaría a ubicar con Calixto Ochoa para ser su músico, pero pasó el tiempo y nada. Me gradué de bachiller, entonces decidí meterme a la Policía”.
Fue a los 27 años cuando Orlando Urina hizo el curso de policía en La Estrella, Antioquia. Pasó por Belén en Medellín, hizo algunos ‘toques’ en un grupo vallenato de la ciudad y cuatro años después pidió traslado para la capital del Cesar. Fue entonces cuando ingresó al conjunto vallenato, donde inicialmente tocó las congas. Pero luego se quedó con el afortunado cupo del cajero.
Una de las voces del conjunto vallenato fue Fermín Gutiérrez Torres, mejor conocido como ‘Mincho’, quien pasó uniformado 24 años de los 59 que tiene. También desde niño le gustó la música. Nació en Curumaní, Cesar, pero estaba en San Alberto cuando se enteró de la convocatoria para policías que tuvieran talento. Él se presentó y quedó.
“Desde el colegio empecé a cantar. En la Policía uno de los momentos más hermosos fue cuando la institución cumplió 100 años y fuimos a concursar a nivel nacional y quedamos de segundo puesto en Girardot. Recuerdo que la canción era alusiva a la Paz”, anotó Mincho.
Pero no todo era música para los policías que integraban la agrupación vallenata en ese entonces, debido a que tenían que responder por sus funciones como agentes, lidiar con la zozobra del conflicto armado en Colombia y estar a merced del gusto por la música del comandante de turno.
“Eso funcionaba así. Sí al coronel no le gustaba la música, nos trasladaban para las estaciones con más riesgos. Al contrario del que sí quería al grupo, que nos permitía trabajar normalmente, pero también tocar con la agrupación”, aseguró Carlos Orozco.
Sobre el tema, Urina mencionó que trabajó en puestos de Policía de Manaure y Mariangola, dos poblaciones donde el conflicto armado estaba presente. “El riesgo era permanente, cuando nos decían que nos fuéramos para algún lugar, pues íbamos uniformados porque era la orden. Llevaba mi caja, pero también el fúsil por seguridad. Era un riesgo. En Manaure, por ejemplo, no se dormía, porque había mucha amenaza, vivíamos alerta, nosotros tocábamos como si nada y la gente se admiraba al vernos porque siempre veían al policía en cuestión de seguridad, pero no cantando, alegrando corazones. En realidad, eran muchos sentimientos”.
La música les ayudó también como terapia para sí mismos y sus compañeros. Con los sonidos de los instrumentos, las letras de las canciones, olvidaban por momentos que en cualquier instante podían quedar en medio del fuego cruzado y perder la vida. Tal como les pasó a muchos de sus compañeros.
“En 1995 estaba en El Copey, estribaciones de la Sierra Nevada, donde permanecía en una patrulla que escoltaba un dinero del peaje. Recuerdo que hice una presentación con mi acordeón. Y hubo alguien que me malinformó diciendo que no prestaba servicio por estar tocando, entonces el comandante directo me trasladó para Astrea. Dos semanas después, esa misma patrulla fue volada por la guerrilla, y allí murieron los policías que escoltaban. Pude haber sido yo, por eso pienso que la música me salvó la vida”, relató Orozco.
Otro hecho que recordó el agente Orozco, hoy pensionado, es que a todos los del grupo los trasladaron al relevar a los que estaban en Manaure, Cesar, una de las estaciones más amenazadas del departamento del Cesar en ese momento.
“Nosotros supimos darle manejo, porque nos habían dicho que era para un toquecito, y era que teníamos que relevar a los que estaban allí. Entonces tocábamos dentro de la estación, quizás para bajar la tensión. Fue así como nos escucharon, y por medio de una carta, una comitiva de la reina del carnaval del pueblo pidió al coronel que la apoyáramos con la música. Paseamos todo el pueblo tocando, al final nos tomaron una foto que salió al día siguiente en el periódico local y fue un problema para todos. Enseguida nos dividieron, nos trasladaron para diferentes lugares. Pero esa era nuestra vida, algunos nos querían, otros no”, recordó el expolicía.
En lo que sí convergen estos retirados de la Policía Nacional, es que la música los ayudó a olvidar un poco la guerra.
“Nos ayudó en momentos difíciles, la música era la que nos regocijaba, nos quitaba los dolores, la música alivia hasta los enfermos decía Poncho Zuleta y es verdad”.
Hacer música vallenata les dio tantas alegrías en medio del conflicto armado, que incluso grabaron un álbum que incluyó 11 canciones. Se llamó ‘Un canto de felicidad’ y fue gracias a que varios coroneles los apoyaron, a esos que sí les gustaba la música.
“El haber grabado ese primer CD nos llenó de esperanza, de sonrisas en medio de tantas dificultades. Además, viajamos a varias ciudades del país a mostrar nuestro talento. En ese entonces éramos felices”, concluyó Carlos Orozco.
“De que nos vale seguir los pasos a la violencia
Sernos los fuertes los más valientes es ignorancia
Si lentamente se está muriendo nuestro mañana
Los niños crecen, toman ejemplo y sus ilusiones son escuchadas.
Quisiera despertar en los niños, el mundo la buena educación, ver mi Colombia unida de amor y todos por el mismo camino.
Mi pueblo y los rebeldes unidos cantando juntos esta canción”, dice la canción ‘Pregonando paz’, una de las 11 canciones grabadas.
El grupo también se presentó en el XXXI Festival de la Leyenda Vallenata, homenaje a Rafael Escalona, que se desarrolló en Valledupar del 28 al 30 de abril de 1998. Todos se vistieron con el uniforme de gala No. 3ª para subirse a la tarima Francisco El Hombre de la plaza Alfonso López y participar en el concurso de Canción Vallenata Inédita.
“Fue una experiencia extraordinaria. Aún recuerdo el momento en el que nos subimos a esa tarima y todos nos miraban, aplaudían y se veía la cercanía con nosotros. Fuimos el primer conjunto vallenato de policía que de una u otra forma sirvió también a la comunidad. Brindamos música y enlazamos corazones con nuestra institución”, manifestó Carlos Emilio Orozco.
Hoy, muchos de estos hombres que pasan los 50 años, decidieron dejar atrás los malos momentos y recuerdan los años gloriosos vestidos de verde. Algunos siguen haciendo música, cómo queriendo darle sentido a esos sueños que tuvieron desde niños.
También visitan a compañeros que están en hospitales y les brindan acompañamiento y serenatas. Recientemente estuvieron en una integración en conmemoración del día del veterano. Cualquier fecha es propicia para encontrarse, abrazarse y dar gracias porque aún están vivos.
Este pequeño grupo de policías salió victorioso, le ganó a la guerra a través de la música, sobrevivieron y afrontaron juntos las balas que “combatieron” con notas musicales.