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Magín Díaz, artista del año para Radio Nacional de Colombia

“Magín no es un sujeto histórico, es un sujeto oral, una invención poética de sí mismo”, escriben Daniel Bustos Echeverry y Manuel García-Orozco en la introducción al bello disco El orisha de la rosa (Noname, 2017).

Por su legado para la música tradicional colombiana, Magín Díaz es el artista del año para Radio Nacional de Colombia. En 2017 el 'orisha de la rosa´ recibió el Premio Nacional Vida y obra del Ministerio de Cultura, desde sus primeras composiciones con los Soneros de Gamero hasta El orisha de la rosa, su último proyecto musical, sus versos seguirán vivos en el imaginario de todos los colombianos. La radio pública hace un homenaje al gran Magín Díaz.

Por: Luis Daniel Vega.

“Magín no es un sujeto histórico, es un sujeto oral, una invención poética de sí mismo”, escriben Daniel Bustos Echeverry y Manuel García-Orozco en la introducción al bello disco El orisha de la rosa (Noname, 2017). Sirve esta licencia para demarcar los límites nebulosos de la existencia y los avatares musicales del que, gracias a una memorable canción sobre la que aún hoy se debate aireadamente acerca de su originalidad, fue apodado “El Orisha de la Rosa”.

Desde su fecha de nacimiento, un manto de duda recae sobre Magín Díaz. Si bien en el acta de bautismo de la iglesia de Mahates reza que vino al mundo el 19 de agosto de 1921, su cédula de ciudadanía –expedida cuando decidió viajar a Venezuela y enrolarse como obrero en Maracaibo- nuestra otra fecha diferente: 30 de diciembre de 1922. Lo que si suponemos cierto, considerando su testimonio oral, es que fue un niño prodigio que, además de las labores agrícolas en los ingenios azucareros de la época, aprendió de manera informal los secretos de la tambora y se hizo cantante de bullerengue, asunto particular si tenemos en cuenta que históricamente ha sido un oficio exclusivo de las mujeres.

Hijo de Felipa García, cantadora de bullerengue, y Domingo Díaz, bailarín y cantador de son de negro, Luis Magín Díaz trabajó en su adolescencia en la industria bananera de Urabá y, en los años cuarenta, inició un largo periplo a tierras venezolanas donde hizo parte de la Billo´s Caracas Boys y cantó junto al legendario Cheo García. Se devolvió a Mahates, su pueblo natal, al enterarse de la enfermedad de su madre. Desde ese momento hasta los años ochenta, no se tiene documento alguno de su destino musical, salvo su participación como corista y cantador de la primera formación de los Soneros de Gamero que, según Wady Bedrán, productor de la agrupación, entre 1970 y 1972 grabó para Discos Fuentes los sencillos “La rama del tamarindo”, “La pica pica”, “José Merce” y “A gurrupiá”.

Foto: Colprensa / Noviembre.

Fue precisamente con los Soneros de Gamero donde encontramos las primeras composiciones de Magín Díaz registradas en los surcos de un vinilo. Es el caso de ‘El lobo’, incluida en ¡Candela viva! (Fonobosa, 1980), el primer larga duración de los gameranos, ‘Paloma blanca’ –de Sambatá (Codiscos, 1982)-, ‘Mambaco’ –de Raspacanilla (Codiscos, 1983)-, las tres atribuidas a su prima Irene Martínez, cantante líder del conjunto gamerano. ‘Rosa’, la canción con la que se suele asociar a la figura de Magín Díaz, merece una mención aparte.

Si bien el registro de la canción es confuso y apunta directamente a que fue grabada originalmente en Cuba por el Sexteto Habanero Godínez en 1918 con el título ‘Rosa, qué linda eres’, la leyenda, realzada por la invención poética del mismo Díaz, cuenta que, en la década de 1920, en el ingenio azucarero de Sincerín, (Bolívar), el joven cantante le dedicó sus versos al amor de una niña blanca de la que estaba perdidamente enamorado.

La que pudo haber sido una apropiación genuina de una cantinela escuchada en sus días de cortar caña, le fue cedida, según Díaz, a Irene Martínez para que la grabara con los Soneros de Gamero. Por un error quedó registrada a su nombre en la primera versión incluida en el disco Raspacanilla. Un año después, Totó La Momposina acreditó la composición a Emilia Herrera en la grabación Colombia: Musique De La Côte Atlantique (1984) y, más tarde, Carlos Vives la perpetuó definitivamente con su versión del álbum La tierra del olvido (1995).

Luego de tres años junto a los Soneros de Gamero, de ser corista y tamborero de Los Auténticos de Gamero -junto a Nelda Piña- y de su asomo sucinto en las agrupaciones Los Wadyngos y Los Viejos del Folclor –ambas dirigidas por el productor Wady Bedrán-, Magín Díaz se perdió de nuevo en los meandros del anonimato. Solo hasta 1989 su nombre fue reconocido en los créditos de un disco: se trató de Bailando, sexta grabación de los Soneros de Gamero donde aparecen ‘Ofelia’ y ‘La totuma’, dos bullerengues de su autoría.

Foto: Colprensa / Noviembre.

En 2012, el músico oriundo de Palenquito, Bolívar, Guilermo Valencia y Federico Galvis llevaron a Magín Díaz a Cali donde grabó ‘Las dos puntas del pañuelo’, una canción al lado de Gualajo. Gracias a la complicidad de la revista Página de Cultura se editó Magín y Santiago (2012), un disco de circulación restringida. Fue el mismo Valencia quien ese año le presentó el legado recóndito de Magín Díaz al productor chileno Mauricio Araya, director del sello Konn Recordings, quien se echó al hombro la grabación de Magín Díaz y el Sexteto Gamerano. Grabado en 2013 y publicado finalmente en 2016, este registro doble muestra, por un lado, a Magín Díaz liderando un combo de músicos caribeños y, por el otro, una lectura en coordenada electrónica perpetrada por Pernett, King Koya, Dengue Dengue Dengue, Bleepolar, Tropikore y Galletas Calientes, entre otros. A sus 93 años, luego de una larga carrera, Magín Díaz tuvo finalmente un disco firmado a su nombre.

En el 2017, gracias al empeño obstinado de Daniel Bustos Echeverry y Manuel García Orozco, Magín Díaz logró conjurar nuestra negligencia. No solo le fue otorgado el Premio Vida y Obra del Ministerio de Cultura sino que vio la luz El orisha de la rosa, un proyecto musical que había empezado a grabarse dos años atrás en Bogotá.

El monumental propósito es hoy, a la altura de las circunstancias –y más allá de la exacerbada exposición mediática derivada de su protagonismo en la más reciente entrega del Premio Grammy Latino- un profundo gesto de reivindicación frente a la fabulosa obra del nonagenario cantante.

Foto: Colprensa / Noviembre.

Ilustración, collage, grafiti, pintura en lienzo, ilustración, cruces musicales panamericanos, viejos y nuevos sonidos, ánimo patrimonial y lenguas variopintas se dan cita en la última aparición fonográfica de un ilustre desconocido que, como bien se lo dibuja al interior del disco “encarna la figura del héroe que libera un bien necesario, como Prometeo”. Pues bien, nuestro proteico Magín dialogó en 18 canciones –suyas la mayoría- con una pléyade luminosa de músicos que tuvieron el privilegio de acompañarlo en su vuelo final. Allí estuvieron, entre otros, Carlos Vives, Kombilesa Mi, Systema Solar, Chango Spasiuk, Celso Piña, Sexteto Tabalá, Petrona Martínez, Cimarrón, Mágica, La Yegros, Mayte Montero, Alé Kumá, Dizzy Mandjeku, Orito Cantora y Lina Babilonia.

Hasta bien entrada la primera década del nuevo milenio, Luis Magín Díaz dejó de ser un sujeto anodino. Como muchos otros ilustres desconocidos de nuestro Olimpo popular, el bardo gamerano nos fue indiferente durante muchos años. Su biografía incierta –entre la realidad y el mito- deja entrever a uno de los últimos juglares silvestres del Caribe colombiano que, a pesar del olvido, obtuvo revancha en el ocaso de sus días. Su obra musical es uno de los baluartes más conmovedores de la historia musical en Colombia.

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