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Café Museo Don Álvaro: un rinconcito de Antioquia para saborear el pasado

En este sitio puedes encontrar variedad de platos como el migote de chocolate con buñuelo, quesito, cuajada, galletas, pandequeso de maíz capio y muchos más.
Café Museo Don Álvaro: secretos, ubicación e historia
Foto: Daniel Santa
Daniel Santa Isaza

Hay sabores que nos recuerdan a la abuela. Hay postres que nos dicen, con tonos dulces, que hubo un tiempo en que fuimos niños. Y es que la comida nos enseñó que sentimientos como la alegría o la añoranza tienen sabores y texturas. Así, bajo la consigna de las recetas antiguas y la cultura paisa de antaño, don Álvaro Puerta y Gladis Cardona, una pareja de emprendedores de San Antonio de Pereira (Rionegro), en el Oriente antioqueño, han hecho llorar a más de uno frente a un plato de brevas con queso.

“Tenemos toda una oferta gastronómica: manzanitas, tumbamuelas, bombón de coco, mazamorra en pucha, migote, blanquiao, pan con salchichón y colombiana, malta con leche y huevo, premium con leche, dulce de brevas, dulce de victoria, dulce de papaya, buñuelo desbaratado o reventado, como llaman al buñuelo santuariano…”, cuenta don Álvaro. 


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Lo que movió a esta pareja de esposos a rescatar las recetas del pasado fue el peso de la nostalgia. Dicen que querían volver a vivir lo que de niños: visitar la tienda de la esquina, donde vendían pandequesos de vitrina, o meterse a escondidas a la cocina de la abuela para “reblujar” las gavetas. Por eso están rodeados de símbolos del pasado: un mostrador de 1950, una nevera de petróleo de 1912, un embaldosado colonial, despulpadoras de café, platos y pocillos de peltre, puchas de leche, almudes, y otras tantas curiosidades del ayer. 

“El café, por ejemplo, es todo para mí. Soy una mujer campesina de una región cafetera. Fui chapolera y tuve el conocimiento de todo el proceso del café. Por eso, vivirlo y compartirlo con las personas que llegan de tantas partes es para mí algo maravilloso, porque, desde mis vivencias, puedo compartir esas experiencias con las personas y eso es muy gratificante”, narra doña Gladis. 

Saber comer es saber recordar y, al tiempo, saber vivir. De las manos de las abuelas emergía una sazón, un dulzor, un sabor siniguales. En Antioquia, el “casao” perfecto era pandequeso con jalea de pata. Eso, sentado sobre un almud en el rincón de una tienda rodeada de cargas de papa mientras salía, desde una radio destartalada, las melodías de “El hijo ausente” del Dueto de Antaño. En Antioquia, el café no era café, sino tinto (en aguapanela), y el mejor refresco era un refajo. 

En este sitio, llamado Café Museo Don Álvaro, la carta de platos y postres está empastada como las cartillas de Nacho (por ahí ya hay un séquito de ortodoxos reclamando la de Coquito). Aquí, un comensal que saborea un migote de chocolate con buñuelo, quesito, cuajada, galletas y pandequeso de maíz capio, tiene al lado sacos de café, inscripciones de dichos paisas, planchas de carbón, cuadros de costumbres, lámparas de petróleo, alpargatas y estampitas de la virgen. En fin, este par de esposos nos recuerda la belleza de los tiempos perdidos.

Foto: Daniel Santa
Foto: Daniel Santa

 

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