Foto: Esteban Herrera / Radio Nacional de Colombia.
Carol Velásquez
Para muchos tejer puede ser solo un pasatiempo, sin embargo, en Sutatausa, Cundinamarca, el oficio de tejer es toda una tradición que las mujeres quieren salvaguardar porque se trata de su legado más preciado.
Allí los padres enseñan a sus hijos, desde los cinco años, a criar ovejas. No se ven ganados de reses o cerdos; el paisaje lo adornan estos animales que muchos comparan con las increíbles nubes que adornan los cielos; con sus inconfundibles balidos y su particular lana.
No sabemos quién empezó a ver el pelaje de las ovejas como materia prima para abrigarse; lo que sí sabemos es que llegó muy lejos y aún, hoy en día, esquilar, hilar y tejer son herencias que llevan en sus manos las mujeres de este municipio del valle de Ubaté.
“Yo aprendí con mis papás, cuidaban hartas ovejas, entonces aprendí a hilar y a esquilarlas; tocaba quitarle la lana, lavarla, secarla y ahí seguir hilando para hacer las cobijas y ruanas, porque muy poco se veían tejidos. Yo aprendí en unos palos del monte y me gustaba como enredar la lana y así yo aprendí a hilar y a tejer”, relata Lilia Ortiz, una maestra tejedora de 79 años.
Para ella, su oficio es su vida. Ahora que está solo con uno de sus hijos, pues su esposo falleció, encuentra su labor aún más importante, y cómo no si en más de siete décadas ha logrado perfeccionarlo. Es sonriente, creativa y muy habilidosa; y no solo con sus manos, porque le encanta recitar coplas.
“Muy bonito. Eso es un arte que uno desde que lo aprenda lo tiene hasta el día que uno viva lo conserva, porque es un arte muy bonito, se distrae uno, tiene uno amigas, compañeros, así nos reunimos para tejer”, dice.
Hay que jugar con las puntadas
A Blanca Pachón, otra tejedora reconocida del municipio, le gusta divertirse con las puntadas de sus tejidos. Aprendió a los 14 años a cuidar y esquilar las ovejas; después se dedicó a hilar su lana para luego convertirla en grandes diseños. No necesita medidas, ni esquemas especiales para hacer sus ruanas.
“Me gusta jugar con mis puntadas. Todo lo que yo aprenda yo lo hago y juego con mis puntadas para el lado y lado, de una manera o de otra. Yo trabajo mucho muy, muy chévere”, describe.
Es obstinada, no se rinde cuando se le viene una idea o se inspira. Teje y teje hasta que lo logra, porque solo así siente que el deber está cumplido.
“Eso ahí se pueden hacer rombitos, geométricas, torcidos, cuadros, moñitos recién trenza; muchas muchas puntadas muy bonitas que uno puedes llegar a sacar”, dice con firmeza sobre su trabajo.
Entre husos listos, madejas, ovillos de lanas, agujas y sus demás herramientas, estas mujeres han logrado visibilizar y preservar un legado que se celebra cada año en el municipio de Sutatausa en el festival Tejilarte; en donde exponen y homenajean las obras maestras que estas mujeres llevan años creando.