Suena la música y el cuerpo se deja llevar para bailar. Aunque en el exterior parece que realizamos movimientos simples, al interior está sucediendo la verdadera magia, pues desde el primer paso el cerebro empieza a liberar neurotransmisores como endorfinas y dopamina, que mejoran el estado de ánimo, y la oxitocina, que propicia la empatía e incrementa la confianza.
Además de mejorar la salud y el estado de ánimo, la danza también influye en los procesos de aprendizaje. Los psicólogos y profesores estadounidenses Eric Jensen y Liesl McConchie explican que el movimiento ayuda a liberar el estrés y mejora la concentración.
“No es una coincidencia que la disminución de la actividad física en los planes de estudios escolares en las últimas tres décadas hayan aumentado los suicidios de adolescentes, los tiroteos en las escuelas hayan aumentado y las tasas de depresión adolescente sean las más altas de la historia”, sostienen los expertos en su libro ‘Educación Basada en el Cerebro’.
En particular, la danza mejora la memoria, la creatividad y la agilidad. Cada una de estas variables afecta los procesos de aprendizaje porque están relacionadas, a su vez, con otras actividades como la lectura y la lógica.
Con respecto a la memoria, la bailarina profesional y gestora cultural, Liliana García, asegura que al aprender una rutina, el individuo pone a prueba su capacidad de recordar audio, imágenes y secuencias. Y en cuanto a la agilidad, sostiene que esto ayuda al cerebro para que cada vez le sea más fácil procesar información.
“No solamente es la parte de memoria, sino que te da agilidad para entender comandos rápidos y eso hace que, en últimas, cuando lees, leas más rápido y comprendiendo. También al despertar la creatividad, te ayuda a incorporar, por ejemplo, tu aporte personal. Todo eso también ayuda a que des respuestas rápidas, y sobre todo asertivas, porque estás rápidamente evaluando lo que viene, lo que está pasando y te adelantas en ese sentido”, argumenta García.
Esta afirmación la respaldan los estudios de Jensen y McConchie, que demuestran que al moverse, una persona libera factores neurotróficos derivados del cerebro (FNDC), una sustancia natural que impulsa la habilidad de las neuronas de comunicarse entre sí. Esta activa partes del sistema nervioso central como la corteza cerebral, el hipocampo y la parte más basal del cerebro, áreas que influyen directamente en el proceso de aprendizaje.
García asegura que no importa la edad, el tipo de baile o la experiencia, todos pueden beneficiarse de esta actividad. Solo basta con decidir empezar e ir trabajando en dejar a un lado los prejuicios y la timidez para poder crear el hábito.
“A las personas que van a empezar: lo más importante es que están dando ese primer paso literal. Hacerlo sin que les dé pena permite tener fluidez, soltarnos y dejar esos paradigmas de que “no puedo” de que “estoy muy mayor” de que “tengo dos pies izquierdos”. Hay que entender que la danza, como cualquier otra actividad, para lograr tener éxito debe tener rutina”, afirma la experta.
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